Richard Cohen, ex psicoterapeuta, ex homosexual y exdirector de la Fundación Internacional de Curación, se hizo célebre cuando en el 2004 su libro Curar y sanar la homosexualidad se convirtió en un best seller en Estados Unidos y fue traducido a una docena de idiomas. Desde entonces, Cohen ha sido el equivalente estadounidense al Paulo Coelho de los libros de superación, ha ganado seguidores en todo el mundo y se ha convertido en una especie de estrella del rock, invitado por las grandes cadenas de televisión del planeta a participar de sus programas para que les explique a los televidentes cómo se curó de la mariquera. Según ha confesado, en su juventud fue un chico desbordado por los placeres mundanos [no sé si habrá placeres más allá de este mundo], pues le gustaba fumarse sus porritos, aspirar sus líneas de cocaína, consumir alcohol y, por supuesto, tener sexo, mucho sexo con sus amigos. Pero un día fue iluminado por la luz del Señor y pasó de ser una chica con rabo a un homofóbico consagrado por la palabra divina. No hay duda de que su libro y sus posiciones frente al tema levantaron una ola de indignación y protestas entre el gueto LGBTI, ya que estaba volviendo sobre un viejo postulado que parecía haber sido superado por la ciencia, pero que, definitivamente, hundía sus raíces en los relatos bíblicos: la obsoleta teoría de que el homosexualismo era una enfermedad y, como tal, podía ser curado. Pero la vaina no terminó ahí. En la Península Ibérica, la Campaña Colegas, dirigida por el defensor de la diversidad sexual Paco Ramírez, pidió la intervención de la Defensoría del Pueblo y solicitó que el libro del exhomosexual Cohen fuera retirado de los estantes de las librerías españolas porque atentaba contra el derecho a la libre personalidad, a la libre escogencia sexual, y alimentaba la homofobia y el odio contra los gays. La prensa, por supuesto, convirtió el hecho en una noticia trascendental. Cohen se enfrentó, en un popular programa de debate televisivo español, contra sus detractores y contó nuevamente su historia de cuando le gustaban los chicos. Habló de una larga relación de casi cuatro años con un antiguo novio, de cuánto lo amaba y lo felices que habían sido, pero que un día escuchó la voz del Señor que le habló y, sin pensarlo, abandonó la homosexualidad y decidió escribir libros de superación para que sus amigos regresaran al clóset. El asunto no habría pasado de ser un chiste si no hubiera sido porque, poco después de aquel debate, una pareja de lesbianas que paseaba tranquilamente, tomada de la mano por un conocido parque madrileño, fue asaltada, golpeada y violada reiteradamente por un grupo de homofóbicos que las dejó al borde de la muerte. El escándalo estaba servido y los medios, por supuesto, habían convertido el hecho en un campo de batalla. Para los numerosos defensores de la causa gay, las explosivas declaraciones de Cohen habían sido, sin duda, la gasolina que alimentó el fuego, ya que si la homosexualidad era una enfermedad, como lo dejaba ver en su manual de superación, esta, por supuesto, podía ser curada. La acción de los desadaptados que cometieron el acto criminal parecía, sin duda, estar encaminada a ello, pues partían de la premisa de que sólo el sexo con hombres podía orientar la condición anormal de las lesbianas. De esta manera, pusieron en práctica la sentencia bíblica que nos recuerda  que “no te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer porque es una abominación” [Levítico 18], aunque para este caso se podría leer como “no se acostará una mujer con otra como si se acostara con un hombre”. En este sentido, el orden de los factores no altera el producto porque el mensaje sigue siendo el mismo. Particularmente, pienso que lo de Cohen tiene cierto tufo a cloaca, a encantador de serpientes, a culebrero estafador cuyos planteamientos carecen de fundamentos científicos. Afirmar que el homosexualismo es una enfermedad es compararlo con un virus o un problema genético. Es decir, puede ser adquirido por la interacción social de los individuos o transmitido de una generación a otra. Ya en 1990 la Organización Mundial de la Salud se pronunció al respecto y consideró que ni era una enfermedad ni mucho menos se transmitía como un virus. Sin embargo, no ha faltado desde entonces el aprovechado que reviva la polémica y pretenda, como cualquier iluminado, pescar en río revuelto. En Colombia, la polvareda se ha vuelto a levantar y el tema ha colmado de mensajes las redes sociales por la inesperadas declaraciones de Nerú Martínez, un reconocido bailarín que aseguró hace poco, sin despeinarse, para un programa de chismes televisivos, que la palabra del Señor le había hecho abrir los ojos y que ya no iba más como gay, que su sueño ahora era convertirse en pastor de una iglesia evangélica, tener una esposa y, por supuesto, descendencia. La situación no deja de ser curiosa porque quienes han estudiado el funcionamiento de los grupos sociales saben que no hay nada más difícil al interior de estos que los cambios axiológicos. Decir que hoy soy liberal y mañana conservador, o que hoy tengo una posición política de izquierda y más luego afirmar que me derechicé no deja de ser otra cosa que un chiste. Claro que no falta el crédulo que considere que Nerú dejó de ser gay porque asegura que el Señor le habló al oído. Creo que la única enfermedad que padece Martínez es la esquizofrenia, pues eso de estar escuchando voces que le ordenan cosas lo convierte, literalmente, en una persona peligrosa para sus familiares y la sociedad. En Twitter: @joarza E-mail: robleszabala@gmail.com *Docente universitario.