Los espías han sido una constante en la política internacional. Mata Hari se constituyó en una leyenda al ser acusada de espiar en beneficio de Alemania, durante la Primera Guerra Mundial. Después de un juicio colmado de intereses políticos orientados a minimizar los fracasos de los vetustos generales franceses, fue fusilada el 15 de octubre de 1917.

Sin embargo, el espionaje internacional se trasladó también al ámbito nacional, en una modalidad bastante primitiva. Como epílogo del conflicto colombo-peruano entre 1932 y 1933 los dos gobiernos resolvieron celebrar negociaciones en Río de Janeiro, en ese entonces capital del Brasil, para concertar los términos de un acuerdo que pusiera fin a las diferencias entre los dos países derivadas del tratado Lozano-Salomón firmado en 1922, en el que el Perú reconoció a Colombia el Trapecio Amazónico. Río de Janeiro era una ciudad bucólica, húmeda y lejana, no lo que es hoy.

Tres ilustres colombianos fueron designados por el presidente Olaya Herrera para adelantar la negociación. Antes del largo y dispendioso viaje de los comisionados colombianos, el presidente se reunió con ellos para impartirles las instrucciones finales. En un rincón del despacho presidencial, el mandatario les hizo en voz baja una advertencia muy importante a los ilustres personajes: “Mucho cuidado, porque tengo informaciones de que el Perú ha enviado a Río de Janeiro a unas agraciadas espías, con el ánimo de seducirlos a ustedes de tal manera que, el acuerdo que se concrete sea favorable al Perú”.

La estadía de los delegados en un hotel en Río de Janeiro se volvió agotadora. Después de varios meses y en medio del exasperante calor, un día uno de los comisionados les comentó con angustia a sus compañeros: ”¿Dónde estarán las espías?”. Sin embargo, las glamorosas espías peruanas nunca aparecieron.

Años atrás, cuando el Gobierno colombiano concertó en 1881 con el de Venezuela el arbitraje del rey de España para definir la frontera terrestre entre los dos países, envió como agente al distinguido caballero don Carlos Holguín, buen mozo, simpático y excelente bailarín. Alfonso XII falleció y asumió como regente su esposa María Cristina, ya que su sucesor, el futuro Alfonso XIII, no tenía aún la edad para asumir la corona.

La regente designó una comisión constituida por juristas, historiadores y geógrafos para que asumieran el caso, que trabajaron arduamente durante varios años. El fallo se expidió en 1891 y fue favorable a Colombia. En Venezuela hubo una fuerte reacción y algunos inventaron la versión que Carlos Holguín había seducido a la regente para lograr que el fallo beneficiara a Colombia.

Después Holguín, ya como presidente de Colombia, como muestra de agradecimiento por el ingente trabajo realizado por la Comisión en el caso, obsequió al Gobierno español el llamado tesoro quimbaya, constituido por 122 piezas de oro puro, las más preciadas de Colombia. Desde entonces ningún gobierno colombiano, academia o asociación ha logrado que el tesoro sea devuelto.

La cancillería últimamente ha conseguido la devolución de muchos objetos del patrimonio cultural colombiano. Nunca es tarde, de pronto Petro lo logra con Pedro Sánchez antes de su salida del Gobierno (la de Sánchez, por supuesto): eso sería un éxito con proyección en las encuestas…