Cuando con Santos cuestionaron a Alejandro Gaviria por su mínimo conocimiento del sector salud al ser nombrado ministro a perpetuidad, con la modestia que lo caracteriza señaló que no importaba que no supiera nada, porque era un ingeniero/economista y que, por ello, en 30 días tendría dominado el sector.
Y así le fue al sector. A su retiro, la salud en Colombia enfrentaba la peor crisis financiera de su historia con cerca de 17 billones en mora, según las IPS, un déficit presupuestal en 2018 de 1,3 billones y 3,4 billones para 2019; siete meses de retraso en las auditorías del Adres; corrupción rampante en la SuperSalud, ¡cuando el ministro nombraba Súper!; las liquidaciones de Saludcoop y Cafesalud saqueadas por políticos;el esperpento de Medimás en la leonina adjudicación de los restos de Saludcoop; el retorno al control de precios que, claro, subió los precios; la tolerancia con las EPS más corruptas, siempre intervenidas y nunca liquidadas, y la perpetuación del lío de los recobros del NoPos, entre otros.
Estoy bastante seguro de que del sistema de educación Gaviria tampoco sabe nada en realidad. Con el agravante de que así estudie mucho en estos 20 días, no podrá superar sus problemas éticos y contradicciones en distintos órdenes, aumentando el constante perjuicio que la educación pública colombiana les causa a los niños y jóvenes día tras día. Veamos.
Podría uno dejar de lado la ética personal, que permite coger chanfa con quien te ha humillado y mancillado en el reciente debate electoral. Pero si ello es indicador de un rasgo de carácter, debe preocupar la poca templanza, dignidad y autoestima que tiene el futuro ministro para plantársele al presi, o a Gus, como creo que ahora Gaviria llama a Petro.
Podría también uno dejar de lado la inconsistencia política al transitar de opositor férreo del candidato del Pacto y de defensor del proto-centro político indefinido al “rector” de la central de adoctrinamiento marxista que se instalará en la sede del Ministerio de Educación (MEN). Al fin de cuentas, puso lo suyo en transformar la más prestigiosa universidad privada en una sucursal doctrinaria de la antigua Universidad Patrice Lumumba, certificada en calidad bajo el canon de los soviets.
Lo complejo es, claro, el conflicto ético profesional. El paso siempre tolerado de representante, hasta hace poquito le guardaban el puesto, de la mayor universidad privada del país al ente que la regula, vigila y controla. ¡La puerta giratoria que llaman!
Su condición de exprofesor, exdecano, exrector de “la” universidad más poderosa, ¿le permitirá pujar por escenarios de menor intervención y regulación de parte del MEN para que la educación técnica, técnica superior (a la cual desprecia) y la superior puedan, liberadas de la inútil tenaza y el excesivo control, adecuar rápidamente sus currículos, ofertas educativas y metodologías presenciales, virtuales y mixtas a las cambiantes demandas del entorno productivo y de los mismos educandos? ¿O seguirá promocionando el caduco sistema de acreditación de pares para mantener cerrada la torta de universidades de élite e impedir que a la sacrosanta Andes y sus “pares” de verdad les llegue competencia?
¿Tendrá autoridad moral para confrontar la pésima calidad de la universidad pública y las descomunales tasas de deserción que sufre? ¿Perpetuará la componenda de Duque de entregar fondos, “refinanciamientos” y ampliando Generación E en exclusiva para lo público sin preguntar por calidad educativa, actualización curricular a la era digital o renovación de las directivas a cambio de paz en las calles?
¿Volverán los gozosos para las universidades privadas con Ser Pilo Paga o seguiremos repartiendo mediocridad a los jóvenes del país?
¡Qué dilemas! Lo grave es que Gaviria no tocará los problemas de fondo de calidad de la educación básica y media, ya que su carácter no le permite enfrentarse al jefe en este tema. Este gallo no se le medirá a Mejode. Nada se hará con la planta docente envejecida y agarrada a las plazas, con malas prácticas de aula, indiferentes a las tecnologías de la información y las comunicaciones, incapaces de mantener el interés y la participación de los alumnos, que rechazan la meritocracia e impiden castigar el mal desempeño, adscritos a la ignorancia voluntaria para rechazar reformas y lineamientos curriculares, de espaldas a la investigación, agarrados del paradigma crítico setentero y sin superar los fracasos de las reformas curriculares de estándares básicos de competencias y derechos básicos de aprendizajes.
Pero no importa. A fin de cuentas, los fracasos en educación se miden en ciclos de doce años y, para entonces, Gaviria ya habrá podido aspirar de nuevo a la Presidencia, que es de lo que se trata. La chanfa, siempre la chanfa.