Al igual que generaciones de naturalistas, desarrollé mi marco conceptual del mundo viviente a partir de la noción de individualidad. No solamente mi aproximación a la morfología desde el reconocimiento de los límites espaciotemporales de cada planta o animal, sino también el entendimiento de conjuntos mayores como las poblaciones o las especies e incluso el de los ecosistemas, los paisajes y los biomas. A pesar de saber que todas estas categorías de la biodiversidad son constructos mentales con fronteras difusas, aprendí a reconocerlos, describirlos y caracterizarlos como entes discretos. Y de esta forma, limité mi posibilidad de acercarme a fenómenos fascinantes que solamente emergen en la medida que aceptemos la ruptura del paradigma que ha dominado por siglos el estudio de las ciencias naturales. Si bien estuve familiarizado desde siempre con las asociaciones estrechas entre distintos tipos de organismos, esas relaciones conocidas como simbiosis nunca fueron para mí nada diferente a tantos ejemplos maravillosos de la forma como cada organismo se adapta a su medio ambiente, sin perder su independencia y singularidad. Así, por ejemplo, aprendí que los líquenes son asociaciones entre hongos y algas, sin cuestionarme el significado de lo que evidentemente era una entidad plural. Por esta razón, el florecimiento reciente de la teoría de los holobiontes, formulada originalmente por Lynn Margulis en 1991, sacude el piso teórico en el que se apoya el puñado de cosas que creí llegar a conocer a lo largo de mi trasegar de biólogo. Al fin y al cabo, la admisión de la prevalencia de asociaciones entre distintos tipos de seres pluricelulares y microorganismos hecha por esa teoría, significa que los hongos, plantas y animales son entidades mixtas cuyos atributos son el resultado de dicha coexistencia. Como muchas ideas revolucionarias, los planteamientos de Margulis han tomado tiempo para decantarse, pero en la última década resuenan con fuerza y aunque apenas empezamos a asomarnos a la pluralidad de mundos que representan los holobiontes, las investigaciones recientes revelan un cuadro mucho más rico de la vida en la tierra del que teníamos hasta ahora. Le recomendamos: Biodiversidad: el hombre es la especie más peligrosa de la historia La noción de “pluralidad en la unidad” implícita en esta teoría, revela que el material genético de una especie es en realidad la suma de su genoma y los de la multitud de microorganismos asociados a él. Esto quiere decir que en un holobionte hay una variabilidad genética mucho mayor de la que tradicionalmente concebía la teoría evolutiva, lo cual ayuda a explicar la portentosa diversificación de los reinos de organismos pluricelulares. Por mencionar solo un caso, mientras los seres humanos tenemos alrededor de 20.000 genes, la rica comunidad microbiana asociada a nuestra especie nos aporta ¡más de 33 millones de genes! Riqueza genética que es apenas de esperarse dado que alrededor del 90 por ciento de los 100 millardos de células en el cuerpo humano son en realidad microbios pertenecientes a más de 1000 especies diferentes. Pero además de esta reserva de variabilidad genética, esencial para mantenernos en un entorno cambiante, la naturaleza mixta de los holobiontes explica también muchos mecanismos fisiológicos, conductuales y ecológicos de los seres vivos. Así como las relaciones simbióticas entre hongos y los sistemas radiculares de las plantas juegan un papel fundamental en la fijación de nitrógeno y la “comunicación” vegetal, las comunidades microbianas que se asocian a ellas determinan su éxito reproductivo, su habilidad para defenderse de muchos enemigos y su capacidad para acceder a nutrientes. Las interacciones simbióticas de muchos animales son también mucho más complejas de lo que se creía. Por ejemplo, las especies de termitas que se alimentan de madera pueden acceder a este peculiar tipo de nutrición gracias a su asociación con hongos y con bacterias sin los cuales no podrían digerir la lignina. De igual manera, la bien conocida relación simbiótica entre las hormigas arrieras y los hongos que cultivan, es apenas la punta del iceberg del holobionte que habita sus enormes hormigueros. Le sugerimos: El mundo perdió 68 por ciento de los animales en menos de 50 años La admisión de la inmanencia de los holobiontes en la naturaleza y la ruptura de la noción de individualidad en las ciencias naturales, traen pues consigo la emoción de un universo por descubrir. Y al mismo tiempo, dan un nuevo sentido a la necesidad de encontrar soluciones para la crisis ambiental contemporánea. Si la estructura, las funciones esenciales y el comportamiento de estas entidades mixtas son el resultado de las interacciones entre los distintos seres que las componen, la conservación de la biodiversidad requiere una mirada que trascienda la noción de individuo y las aproximaciones lineales a los problemas ecológicos. Pero, además, si reconocemos que todos somos holobiontes, debemos asumir que nuestra identidad solo es la expresión colectiva de una miríada de seres. Esta desestructuración del yo significa aceptar de una vez por todas nuestra interdependencia con la totalidad de la trama de la existencia y quizá sea la vía para desarrollar la empatía necesaria para remendar nuestra fracturada relación con la naturaleza.