El ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, no les encuentra la punta a sus pensamientos. Afirmó, en entrevista con Yamid Amat, que va a “plantear el tema de la reducción del impuesto de renta a las empresas. Y tenemos que mirar efectivamente cómo se traslada eso a las personas naturales”.
Es decir, el primer Gobierno de izquierda del país, que es el cuento que muchos se creen, les quiere rebajar los impuestos a los más ricos y subírselos a los trabajadores. Porque cuando el ministro habla de personas naturales se está refiriendo obviamente a los trabajadores, a los asalariados, a las personas que están empleadas porque no tienen capital ni viven de la renta. Lo que plantea el ministro se aplicaría así en Barranquilla, sede de Tecnoglass, una compañía que produce vidrios y que vale, según la cotización en la Bolsa de Nueva York, más de 2.000 millones de dólares. Tecnoglass fue fundada por los hermanos Christian y José Manuel Daes. Ricardo Bonilla, ministro de Hacienda, plantea rebajar los impuestos que pagan los hermanos Daes, cuyo patrimonio es de centenares de millones de dólares, a cambio de subirles esos mismos impuestos a los trabajadores de Tecnoglass. Eso contradice el programa de gobierno de Petro: “El sistema tributario no satisface los principios constitucionales de equidad, progresividad y eficiencia, pues las tarifas efectivas no responden a la capacidad de pago de personas jurídicas y naturales declarantes, con un claro sesgo a favor de las personas excesivamente ricas”.
¿Los que votaron por Petro querían una rebaja del imporrenta a favor de los dueños de Carvajal y Postobón, compañías centenarias que todo el mundo conoce? ¿Para eso luchó la izquierda tantos años por alcanzar el poder? ¿Para aliviar la carga tributaria de empresas que pertenecen a una sola familia o fueron fundadas por una familia? ¿Para eso entregó las armas el M-19? Estas posiciones incomprensibles son las que confirman el diagnóstico histórico: como gobernante, Petro es un paquete chileno.
El engaño del ministro de Hacienda es particularmente hiriente porque lo arropa en la estafa que Juan Manuel Santos perpetró como presidente al lograr el ingreso de Colombia a la Ocde, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Señaló el ministro: “En la Ocde las personas naturales aportan aproximadamente el 75 por ciento del impuesto de renta y las jurídicas el 25 por ciento. En Colombia es 85 por ciento la jurídica y 15 por ciento la natural. Es al revés”. La Ocde es un club de países ricos como Estados Unidos, Japón, Australia, Suiza y muchas naciones de la Unión Europea, como Alemania, Francia e Italia. Santos, al igual que otros presidentes, no logró que Colombia tuviera altos niveles de desarrollo económico; entonces matriculó a un país subdesarrollado en una organización de países desarrollados. Es como hacer a un caddie miembro de un club de golf, pese a que el caddie no va a tener plata ni para almorzar en el restaurante del club. Santos obró con elevado sentido de la demagogia. Pero todo el mundo se tragó el cuento, incluyendo el Gobierno autodenominado de izquierda.
A los colombianos nos tiene sin cuidado que en ese club de países ricos el 75 por ciento de los impuestos sobre la renta lo paguen los trabajadores y el 25 por ciento las empresas. Son otras realidades. Es otra historia. Y lo absurdo es que ahora, caprichosamente, en todo tenemos que imitar a los países de la Ocde. Golpear el bolsillo de los asalariados es una insensatez. Si el ministro de Hacienda ignora que el principal problema de Colombia, diagnosticado y reconocido desde hace decenios por el Banco Mundial, por la Cepal, por los economistas todos y vivido y padecido por todos los ciudadanos colombianos, es la inequitativa distribución del ingreso, por lo menos que no haga el ridículo abriendo la boca. Con estos anuncios contribuye a que en 2026 se elija un presidente de derecha gracias a la chambonada, la inexperiencia, la impericia, la ineptitud, la incapacidad y la impopularidad de un Gobierno integrado por funcionarios de media panela.