Los incendios en la amazonia brasileña han estremecido al mundo y Colombia no ha sido una excepción. Han tenido el efecto de renovar la atención hacia nuestra propia amazonia que el país desdeñosamente ignoró por mucho tiempo, incluso dándole la espalda al ecocidio sin precedentes que en ella y en otras selvas, bosques y ríos por la producción y procesamiento de coca que fueron creciendo hasta constituirse en una siniestra Medusa., agravados por las voladuras de oleoductos y la minería ilegal.  En medio de tensiones diplomáticas y convocatorias a reuniones, Noruega amenazó con imponer sanciones al Brasil, a pesar de que el país nórdico es uno los grandes cazadores de ballenas del mundo, a pesar del rechazo de todas las organizaciones defensoras de estos extraordinarios cetáceos que se aproximan por esta época a nuestra costa pacífica.  Varios países y organismos ofrecieron ayudas y contribuciones, muchas de las cuales nunca se concretan, como ha sucedido con la asfixiante migración venezolana a nuestro país. A principios del siglo XX la funesta “Casa Arana” se apoderó de nuestra amazonia para extraer caucho y ejecutó todo tipo de atrocidades ante la indiferencia gubernamental. Fany Kuiru Castro, una indígena del grupo Uitoto de La Chorrera y alumna de la Universidad del Rosario que obtuvo hace pocos días su maestría de estudios políticos e internacionales, afirma en su tesis, que entre 1900 y 1930 “las actividades de la Casa Arana…fueron los mayores etnocidios y ecocidios ocurridos en la región de la amazonía”. A nadie le importaron.   Un general de la Guerra de los Mil Días, Efraín Gamboa, emulando a Don Quijote, en 1910 se atrevió a censurar al gobierno por el descuido con la amazonía. “Por más de cuarenta años los colombianos en los aludidos territorios carecen de autoridad”, decía el general en una carta al presidente. Al año siguiente, fue enviado a “ejercer soberanía” en la margen derecha del río Caquetá.  Después de varios meses de viaje, en una vetusta lancha alquilada lograron llegar con vida a La Pedrera, cuarenta y seis de los cien gendarmes que salieron de Bogotá. Parecían “zombis”, afectados por la malaria, el beriberi y la fiebre amarilla.  Después de defenderse heroicamente, fueron aplastados por 400 soldados peruanos enviados desde Iquitos en varios buques de guerra para expulsar al pequeño destacamento colombiano “de territorio peruano”. Las camarillas políticas en Bogotá, que sus viajes más osados eran a Honda y Girardot, resolvieron juzgar al héroe por traición a la patria por haber “abandonado la posición”.   El olvido por la región amazónica no se queda ahí. En los años sesenta, fuera de los destacamentos de la Armada en Leticia y Puerto Leguizamo, en la dilatada frontera con el Ecuador y el Perú a lo largo de los ríos Amazonas y Putumayo, la ausencia del estado persistía. Sólo policías solitarios y abandonados, sin comunicaciones ni atención médica, cada cien o doscientos kilómetros cohabitando con indias, que los ayudaban a sobrevivir.  Lancheros peruanos, unos cacharreros ambulantes, vendían a los pobres agentes lo indispensable para subsistir. Firmaban vales porque nunca les llegaban los sueldos.  La región amazónica estaba compartimentada en unos “departamentos de mala familia”, las intendencias y comisarías, que dependían de una oficina del Ministerio de Gobierno. Imperaba en la región “la ley de la selva” y a su amparo llegó “el reino del narcotráfico” con todos sus horrores.   No obstante el preocupante panorama, algunos optaron por ignorarlo…ahora estamos pagando el precio.  (*) Decano de la facultad de ciencia política, gobierno y relaciones internacionales de la universidad del Rosario.