No sé de dónde salió el dicho, usado, entre otras, en muchas canciones, “mientras más cambian las cosas, más siguen igual”, pero lo que sí sé es que aplica perfectamente a la tragedia política de Nicaragua. La familia Somoza, el padre Anastasio y sus dos hijos Luis y Anastasio gobernaron como dictadores ese país durante 43 años, de 1936 hasta 1979.
Después de una guerra civil y una guerra contrarrevolucionaria, pues Nicaragua pasó de la dictadura de Somoza a la dictadura comunista de los sandinistas, la democracia regresó durante tres periodos, 18 años, para volver a caer en otra dictadura que igual que la de los Somoza, incluso con ese elemento de nepotismo, pues está en cabeza de Daniel Ortega y de su esposa, Rosario Murillo. Desde 2007, Ortega está en el poder; es decir, lleva 16 años, que si los sumamos a los 11 que estuvo entre 1979 y 1990, pues ya son 27 años. Ninguno de los Somoza estuvo tantos años como gobernante, lo que ya hace a Ortega el dictador más longevo de ese país.
Lo peor es lo que falta. En sus primeros años fue consolidando la dictadura comunista, hasta que los contras lograron sacarlo del poder. Y su llegada democrática en 2007 solo fue el camino que utilizó para consolidarse como dictador con su esposa, cometer todo tipo de crímenes contra la oposición y, finalmente, encarcelar a sus contrincantes en las elecciones, exiliar a su oposición y encarcelar a ese héroe que merece todo nuestro respeto y admiración, pues prefirió la cárcel al exilio, el obispo Rolando Álvarez, condenado a 26 años por defender la libertad.
En 2001, cuando se firmó la Carta Democrática de la OEA, solo había una dictadura. Hoy hay tres, Cuba, Nicaragua y Venezuela, y además hay un deterioro democrático a lo largo y ancho del continente, empezando por Colombia, México, Bolivia, Brasil y Argentina. El populismo de Chávez y los Kirchner, a pesar del desastre económico que generó en ambos países, contagió la región y en ese entorno se facilitó la consolidación del Estado mafioso en Venezuela y de la dictadura en Nicaragua.
Hoy, con la nueva guerra fría que se abre paso en el mundo entre las potencias democráticas y las autocracias, Nicaragua, queda claro, da un paso firme hacia este último campo. Ortega ya había empujado esta agenda cuando con China comenzaron a hablar del nuevo canal interoceánico, lo que complicaría enormemente la relación con Colombia. China paró el proyecto, pero Rusia y su exportación de material militar y de inteligencia asumió ese vacío geoestratégico. ¿Hasta dónde va a llegar ese juego que, al igual que en los ochenta, acabó con una brutal guerra civil? Difícil de saber, pero con la guerra de Ucrania, para Rusia, tener otro Estado servil, además de Cuba, a las puertas de Estados Unidos y a un bajo costo, es muy conveniente en su accionar disruptivo en la región.
El entorno tampoco facilita el regreso de la democracia. Con Petro en Colombia y sobre todo con Lula, el nuevo compinche de los dictadores comunistas en la región, el incentivo de permanecer en el poder, de usurpar las libertades y de encarcelar a la oposición se vuelve un activo para actuar con descaro. El accionar de Brasil en la OEA debilitando una moción contra Nicaragua es apenas un ejemplo de esa nueva dinámica que Lula le quiere imprimir a su política exterior.
Y la pregunta del millón, ¿Estados Unidos qué? En los ochenta, en pleno ápice de la Guerra Fría, Ronald Reagan no permitió la consolidación de una dictadura comunista en Nicaragua y fomentó los contras. Hoy, a pesar de las nuevas amenazas geoestratégicas en la región, como los acuerdos militares de China con Cuba, no hay la convicción, el interés o la voluntad política para enfrentar esta amenaza a la democracia en el continente. Solo cuando sea demasiado tarde, Estados Unidos tomará cartas en el asunto, pues ya Ortega vivió lo que pasó en los ochenta y no va a volver a cometer los mismos errores. No sería sorpresa alguna que Nicaragua acordara un puerto chino de uso militar para ponerle presión a la flota naval del Pacífico de Estados Unidos, encargada del estrecho de Taiwán. De cierta manera, ya puso la cuota inicial con el proyecto del canal interoceánico.
Por ahora, las sanciones han sido bastante tímidas y Nicaragua aún tiene los beneficios del tratado de libre comercio con Estados Unidos. Esta administración, dado lo que hizo con Venezuela al entregarse por unos barriles de petróleo, no parece dispuesta a apretar como debe ser a una dictadura brutal a las puertas de la frontera. Y eso que falta esperar cuál va a ser el acuerdo con Irán y cómo afecta nuestra región, pues la huella de ese país crece y crece todos los días con visitas de su presidente a Venezuela, Cuba y Nicaragua, y con la presencia de sus barcos militares en nuestras aguas.
El péndulo en la región se ve regresar y eso puede generar un nuevo escenario político donde los dictadores no se sientan tan tranquilos y su permanencia en el poder tenga cada vez más costos. Pero por ahora los nicaragüenses, como los venezolanos, tendrán que apersonarse de sus crisis y enfrentar la dictadura con las mismas herramientas que ella utiliza para reprimir. Si esperan que Estados Unidos les resuelva el problema se van a quedar esperando.
Ya Nicaragua se libró de una dictadura comunista, ¿será que podrá con la segunda? Esperemos, pero no se va a dar si el exilio se queda quieto.