Me disponía yo, como siempre, a escribir esta semana un artículo negativista, y estaba muy contento porque ya tenía tema. Pues en este país feliz no es fácil, como comprenderán, encontrar temas negativos. Pero esta vez había uno: la catedral de guadua de Pereira. No por la iglesia en sí, que es una hermosa estructura aérea y líquida levantada por el arquitecto Simón Vélez para sustituir a la vieja catedral, dañada por el terremoto del Eje Cafetero. Sino por la destrucción de esa obra de arte. Había leído en el periódico que las autoridades eclesiásticas de la Perla del Otún pretendían tumbarla con el argumento canónico de que en una sola diócesis no caben dos catedrales; y restaurada la vieja, sobraba la nueva.El argumento me recordaba al usado por los fundamentalistas talibanes de Afganistán cuando pulverizaron a cañonazos los milenarios Budas gigantes de Bamiyán, que según ellos eran impíos en un país islámico. Pero en mi opinión, siempre negativista, el verdadero motivo de las autoridades iconoclastas de Pereira no era esa leguleyada religiosa, sino otro peor: que no les gustaba que a la gente le gustara la catedral de guadua. Las movía -pensaba yo, negativistamente- el habitual prurito de joder a la gente que mueve a las autoridades en Colombia. El mismo que, también en estos días, ha hecho que las autoridades locales del barrio Egipto, en Bogota, decidieran "prohibir el juego de microfútbol que ya se institucionalizó en la plazoleta" (cito la información de prensa) con el pretexto de instalar en ella una reproducción en poliuretano de una estatua del faraón Tutmosis III. Ah, ¿conque a los egipcianos, o egipcios, o como se llamen los habitantes de ese barrio bogotano, les gusta su ya institucionalizado microfútbol? Pues se importa un faraón de plástico para que no puedan jugarlo. Ah, ¿conque a los pereiranos les gusta su nueva catedral de guadua? Pues se manda tumbarla: para eso tienen la vieja de hojalata y cemento, cuya restauración costó 30 veces más que la construcción de la nueva (2.400 millones de pesos frente a sólo 80). Como buen negativista que soy, vi en ambos casos reflejado el fenómeno característico de nuestro lindo país colombiano: reemplazar lo barato y bello por lo costoso y feo. Y mejor que mejor si lo barato y bello le gusta a la gente. Tenía mi artículo hecho.Hay un principio férreo que rige la actividad del periodista: no permitas que la realidad te dañe un buen artículo. Violar ese principio de conducta me salió caro en este caso. Llamé al arquitecto Simón Vélez para pedirle detalles sobre la demolición de su hermosa catedral, y el resultado fue que Vélez me demolió mi hermoso artículo.-Vea hombre, no -me dijo-.Y procedió a explicarme que las autoridades, en su caso al menos, tenían razón, o, por lo menos, razones. Para empezar, la catedral de guadua se había planeado como provisional desde el primer momento: se tenía previsto derribarla en cuanto la otra estuviera restaurada, y además estaba edificada en un terreno ajeno, prestado sólo temporalmente. En segundo lugar, la obra de arte no estaba perdida, sino que, por el contrario, se iba a multiplicar: Vélez tiene ya encargadas otras tres (aunque serán simples iglesias parroquiales, y no sedes de diócesis) en vista del éxito que tuvo la primera con los fieles. Y, sobre todo, había ocurrido un milagro: los daños del terremoto permitieron descubrir que debajo de la lata corrugada y del revoque de cemento, y por encima de las yeserías hundidas de los cielos rasos de la catedral vieja, había una obra maestra. El arquitecto restaurador, Laureano Forero, sacó a la luz una majestuosa estructura de mampostería y ladrillo cosido de ocho metros de altura y uno de espesor que se prolonga hacia el cielo en una audaz armazón de madera de otros seis metros más hasta la techumbre de las naves, asombrosa, y prácticamente intacta. Es la obra del arquitecto Calixto (?) Ochoa, infatigable constructor de catedrales antioqueño del siglo XIX, autor, entre otras, de aquella famosa maravilla de madera tejida que fue la catedral de Manizales hasta que un incendio la arrasó en los años 20 y permitió que en su lugar se alzara la catedral gótica de hormigón que puede verse ahora. En cuanto a la de Pereira, por esa misma época las autoridades municipales y eclesiásticas del momento decidieron cubrirla de cemento y taparla de hojalata, no se sabe por qué. (Aunque yo sí lo sé: porque se dieron cuenta de que era bella y le gustaba a la gente). Y así permaneció oculta hasta que el terremoto primero, y el arquitecto Forero después, la devolvieron a la admiración de los pereiranos y de los forasteros.Hay que darle las gracias a Forero, por supuesto, pero, sobre todo, al terremoto. Por lo visto es necesario un cataclismo de las dimensiones del que devastó el Eje Cafetero para que las autoridades colombianas dejen de devastar ellas mismas y hagan por fin algo bueno, que sirva, y que guste. Algo parecido sucedió en Popayán hace 20 años, cuando aquel otro terremoto que hubo. Lo del volcán de Armero, en cambio, fue una oportunidad perdida.Post scriptum:Confieso que después de escribir este artículo positivo me sentía todo raro: no me hallaba. Pero me llaman de Pereira para contarme que las autoridades municipales y eclesiásticas, el alcalde y el obispo, están en negociaciones para derribar también la vieja catedral de Ochoa. Parece ser que en el lote caben varias torres de apartamentos y un mall comercial, para el cual le tienen echado el ojo al arquitecto de Miami que construyó en la Zona Rosa de Bogotá ese horror que se llama 'Atlantis'.No sé si es verdad, pero me parece verosímil.