Señor alcalde de Medellín: “Cordial saludo”, así acostumbramos a encabezar los mensajes que enviamos en la universidad pública. Y empiezo esta carta con esta expresión, pues es desde una universidad de esta categoría desde donde le escribo. Aunque debería precisar que lo hago desde mi casa, o desde una oficina, o desde una cancha de fútbol, o desde una sala de lectura, o desde un laboratorio, o desde una cafetería, o desde un puesto de ventas, o desde una manifestación de protesta. Todos estos lugares, y otros más, por supuesto, representan a la Universidad de Antioquia, que es desde donde le escribo estas líneas. Me tienta decirle, por lo demás, que le escribo desde la Academia de Platón, desde el Liceo aristotélico, desde la universidad medieval que después se volvería renacentista y luego moderna y más tarde posmoderna. Le escribo desde estos espacios del conocimiento, en cierta medida utópicos, que han confluido, por la evolución histórica de las sociedades, en esta universidad nuestra que llamamos con el nombre de una región asiática, pero que es profundamente colombiana. Y menciono la palabra utopía, señor alcalde, porque una universidad pública, como lo es la Universidad de Antioquia, tiene muchos perfiles de esas construcciones culturales que los hombres han ideado para tratar de vivir mejor en un mundo natural y social plagado de dificultades. “Hidroituango es un fiasco descomunal”, Pablo Montoya Para comenzar, entonces, permítame decirle que la Universidad de Antioquia es un espacio que se piensa y se cree plural y por tanto es esencialmente democrático, es decir, actúa como unas coordenadas donde vibra el intercambio igualitario y respetuoso de las ideas. No digo que en ella se ejerza completamente la libertad, pero intentamos, quienes estudiamos, enseñamos y trabajamos allí, que la adquisición de ella marque nuestro rumbo cotidiano Quisiera decirle también, señor Alcalde, que le escribo con una cierta conciencia de pertenencia a esta universidad. Trabajo, vivo, investigo, pienso, escribo en ella hace 18 años. Esta vivencia me da la seguridad para concluir que la conozco bastante. Que comprendo estos lares del conocimiento humano, del debate y la polémica intelectual, en donde hoy en día se abrazan los últimos avances de la informática y la sabiduría ancestral de los pueblos originarios de Colombia. ¿Usted sabe, por ejemplo, que aquí en este campus maravilloso se enseñan, además del inglés, el francés, el alemán y el mandarín, seis lenguas indígenas: el minika, el êbêra chamí, el gunadule, wayuunaiki, el kriol y el Ye pá mah sha? ¿Usted sabe que aquí se pinta, se graba, se hace teatro a un paso de las más interesantes experiencias genéticas, matemáticas y médicas? ¿Que aquí conviven las observaciones cuánticas del universo, la proliferación de las redes de comunicación, con los cantos y las danzas de la resistencia afro? ¿Sabe usted que aquí estudiamos, con igual interés a Kant y a Marx, a Buda y a Cristo, a Simón Bolívar y a María Cano, a Lev Tolstoi, a Thomas Mann y a Gabriel García Márquez? ¿Que se juega a las cartas y al dominó en los pasillos mientras se escucha reguetón, pero también se tocan las partitas de Bach para violín y el inicio de los metales del preludio de Así Hablaba Zaratustra de Strauss en los alrededores de nuestro museo? ¿Y sabe usted que allí, en ese museo nuestro, palpita el pasado, el presente y el futuro de Antioquia y del país en medio de una creatividad admirable en las manos y la mente de sus artistas y curadores? Ahora bien, con cada día que pasa, me oriento más al pacifismo y desde esta trinchera existencial rechazo actualmente las posturas violentas. Esto no significa que apruebe a las instituciones afianzadas en el orden militar, ni mucho menos me incline a apoyar los desmanes estatales. Al contrario, ambas violencias me parecen nefastas, tanto las gubernamentales como la de quienes protestan amparados en la capucha y las papas bombas. Y las  rechazo porque, simplemente, atentan contra la dignidad humana. Es pues, y le pido que lo entienda así, desde mi condición de pacifista universitario, desde mi atalaya de pacifista ciudadano, desde mi puesto de pacifista artista que le escribo estas palabras. Y se las escribo porque quisiera transmitirle ciertas cuestiones con el debido respeto. Viaje hacia Montaigne En primer lugar, debo expresarle la decepción que siento al reconocer que voté por usted porque creí en lo que pregonó en su campaña a la alcaldía de Medellín. Supuse que usted representaba el inicio del cambio que tanto necesita esta ciudad tan vapuleada por los guerreros de toda índole. Para mí usted significaba un nuevo aire. Más cívico, más inteligente, más moderno. Voté por usted, además, porque prometió defender a los animales (cosa que, sin duda, ha hecho al tomar la medida de prohibir las corridas de toros en Medellín); porque prometió investigar qué sucedió con Hidroituango, ese fiasco de la arrogancia empresarial antioqueña y castigar a los culpables de semejante yerro disfrazado de progreso; y porque también dijo que tomaría medidas para que Medellín no se hunda en la contaminación ambiental que ocasionan los lobys automotores, industriales e inmobiliarios.  Pero nunca imaginé que, a tan solo dos meses de posesionarse, su mandato se agrietara de tal modo, y que usted se dejara embestir por ese dios de fuego que ha hecho de Medellín uno de sus ámbitos preferidos. Y nos dejara a todos perplejos con la propuesta de legalizar la entrada del Esmad a nuestro claustro universitario. Porque solo fue tomar esa medida y señalar a la universidad como un foco de vándalos, para que de inmediato sobre el Alma Mater se abalanzaran nuevamente los vientos furibundos de los extremistas. Han surgido las amenazas a varios profesores y estudiantes de la Universidad y ya una ellas se ha vuelto realidad en la persona de Sara Fernández, que ha sido vilmente apuñaleada. El Esmad, por Antonio Caballero Déjeme insistirle, señor alcalde, que con el fuego no se apaga el fuego. No es con la fuerza como se extingue una protesta social justa porque entonces ella, así se reprima, avivará muchísimo más su indignación. Déjeme decirle que durante mis años de trabajo en la Universidad de Antioquia, mi divisa ha sido la enseñanza de la tolerancia, la crítica y el respeto. He enseñado a amar la literatura y las artes. Pero también he enseñado el descontento, la inconformidad y el escepticismo porque estas me parecen armas necesarias para confrontar el engaño colectivo y la opresión permanente en que vivimos. Pero nunca he enseñado la violencia y nunca, además, he enfrentado a los violentos que hay en la universidad –sean estos estudiantes o infiltrados– con un arma en la mano, ni con el insulto y la vociferación. Y creo entender que a esta universidad donde trabajo, la sostiene, yla debe sostener por siempre, una política de diálogo y de paz.  Por ello mismo, rechazo su actuar frente a la Universidad de Antioquia, pues considero que la represión del Esmad a las manifestaciones estudiantiles es una medida desproporcionada que incita y ha incitado a más violencia. Lo invito, más bien, a que haga un mandato ejemplar en el que se prioricen las alternativas de solución consensuada, dialogada y pacífica de los conflictos.   Atentamente,  Pablo Montoya Escritor y profesor de Literatura Universidad de Antioquia  5 de marzo de 2020 ‘Qué es ser antioqueño’, por Pedro Adrián Zuluaga