El presidente Iván Duque tomará, en las próximas semanas, una de las decisiones más transcendentales de su mandato. Debe preparar una terna de candidatos para fiscal general de la nación. La decisión, prematura a causa de la renuncia irrevocable de Néstor Humberto Martínez, pondrá fin a los rumores de que la vacante se prolongaría hasta el próximo año. El fiscal general es, tal vez, el cargo más importante. Tiene 25.000 hombres y mujeres bajo su mando. Puede abrir investigaciones preliminares de oficio. En otras palabras, porque le da la gana. Puede priorizar las investigaciones para ponerles gasolina. O puede congelar indagaciones para que duren varios años sin avances. La Fiscalía nunca se estableció como una institución. Cada fiscal general hizo lo que quiso. Al acercarse a su trigésimo aniversario, la Fiscalía es una amalgama de iniciativas; no tiene norte. Le recomendamos: “Goodbye, Mr. Whitaker” A esta situación se suma la decisión del fiscal Luis Camilo Osorio, que transformó la justicia colombiana de inquisidora a acusatoria. Lo intentaron hacer muy rápido y sin un plan de largo plazo. Hoy, seguimos sufriendo el costo de la improvisación. Pero, al mismo tiempo, la Fiscalía General ha acumulado poder. Mucho poder. Es el peor de los mundos: una Fiscalía con superpoderes sin las bases que la sustentaron. El juego de la terna tampoco le hace bien. Primero, se busca una terna de un candidato, porque dos son de relleno. Aunque en algunas ocasiones el plan no ha funcionado: Alfonso Valdivieso fue fiscal porque Carlos Gustavo Arrieta y Juan Carlos Esguerra polarizaban. A Mario Iguarán se le apareció la Fiscalía. El candidato de Álvaro Uribe Vélez era Jorge Pretelt. Incluso, Néstor Humberto Martínez casi no es elegido (no estaba en la terna). Además, hay otro problema: durante la última década la Corte Suprema ha sido ineficiente. Los magistrados demoran demasiado la votación; incluso con Uribe no fueron capaces. Así, Guillermo Mendoza fue un fiscal general encargado por más de un año. Ese es el temor de Duque, que ninguno de sus candidatos obtenga los 16 votos. Uno de los desafíos más importantes que tendrá que afrontar el nuevo fiscal es la falta de visión de futuro de la Fiscalía General: está demasiado enfocada en el corto plazo, en apagar incendios. No es fácil escoger al aspirante ideal. En 1992 no había un candidato más serio que Gustavo de Greiff. Un destacado académico para inaugurar la Fiscalía. Apenas tres años duró su gestión. La razón: cumplía los 65 años de jubilación obligatoria. A su retiro ayudó que ya nadie lo defendía por su posición frente al narcotráfico. Su reemplazo tampoco dio la talla esperada. Valdivieso renunció para lanzarse a la presidencia, y, así, el proceso 8000 terminó en el cuarto de san Alejo. Si Duque opta por un candidato de posiciones políticas como las de él, el próximo fiscal corre el riesgo de ser un Luis Camilo Osorio, considerado el peor. En su época sucedieron graves masacres paramilitares que no se investigaron. Nadie quiere un Luis Camilo II. Para ser serios, los tres candidatos que suenan –Miguel Ceballos, Francisco Barbosa y Clara María González– provocan dudas. Ceballos llevaría a la Fiscalía sus preocupaciones sobre el proceso de paz. Aunque es cada vez menor la participación de la Fiscalía en el acuerdo, tiene aún influencia. Es una incógnita si la corte aprobaría a alguien claramente de la derecha. Francisco Barbosa, por su parte, es más neutral. En el Gobierno, se ha dedicado a viajar por el país y promover los derechos humanos. Fue un sí en el plebiscito, lo que da votos en la corte, pero enemistad entre el uribismo radical. La secretaria jurídica, Clara María González, es interesante. Conoce al detalle las inquietudes del presidente y es ciento por ciento uribista. Es mujer y eso importa con el actual gobierno. El problema: ¿contará con la confianza de los magistrados para los temas álgidos? Le puede interesar: Duque pasa el año Uno de los desafíos más importantes que tendrá que afrontar el nuevo fiscal es la falta de visión de futuro de la Fiscalía General: está demasiado enfocada en el corto plazo, en apagar incendios. Tampoco ayuda que cuatro de los ocho fiscales anteriores renunciaron antes de acabar su periodo. No hay mayor síntoma de inestabilidad que ese. Con una ñapa: cada día es más poderoso el cargo. Se le asignan nuevas responsabilidades y más presupuesto. Pero los resultados no se ven. Existe una percepción generalizada de impunidad. Nada indica que esta situación cambiará con el nuevo fiscal. Triste coyuntura para un mandatario como Duque que aspira a transformar la justicia. Otro día será.