Comencé la semana buscando un abogado manualito y no muy costoso para adelantar unas acciones jurídicas urgentes: –¿Esta vez de quién te vas a defender? –preguntó mi esposa, con desdén, acostumbrada del todo a mi lamentable oficio de periodista torpe. –Nada de eso –le respondí–: es para demandar, no para defenderme. –¿Y se puede saber a quién quieres demandar? –A Uribe… –¿Otra vez peleando con Uribe? –se quejó. –Es que ahora quiere robarse una frase de mi tío Ernesto y otra de Santos. Y eso no lo voy a permitir. Y era verdad. Acababa de escuchar en una emisora al líder eterno de todos los colombianos afirmando que se acaba de enterar de que su abogado Diego Cadena había ofrecido plata al testigo Enrique Vélez. No se trataba de un soborno, claro que no, sino de un subsidio: un subsidio de caridad sucedido a sus espaldas.

Está bien que el doctor Uribe haya mostrado un extraordinario amor por la patria, como él mismo lo dijo, y que ese mismo amor lo haya llevado a cometer excesos, porque el amor nos lleva a la locura, todos lo sabemos, y la patria ha sido para Uribe lo que Clarita López en su juventud: aquella cosa loca que le hacía perder la cabeza y soñar con chuzadas. Pero por amor a la patria no pensaba perdonarle que hiciera con las frases de sus predecesores lo mismo que el guerrillero en armas: fusilarlas. De modo que me apresté a redactar la demanda, y descarté de plano una salida penal porque –lo digo en serio– no quiero que el expresidente termine en la cárcel: imagino el humillante operativo, comparable apenas con el que padeció la hija de Aída Merlano, y me deprimo. Me dolería verlo con los Crocs de rayas blancas y negras, atados a un grillete, mientras sugiere a sus compañeros de patio que aplacen el gustico. No es necesario que Uribe vaya a prisión: con que vaya a la JEP es suficiente. Que cuente la verdad. Y, llegado el caso, que pague con penas sustitutas, tales como soportar los gritos de Carlos Felipe Mejía. Según Cadena, él mismo no era un ‘abogánster’, sino un ‘abohámster’: no una rata, sino un roedorcillo pequeño, romántico y humanitario. Venía de una semana difícil porque había leído en las noticias que un meteoro impactaría la Tierra el 3 de octubre, y la dejaría como si Petro la hubiera gobernado: no iba a quedar piedra sobre piedra. En un abrir y cerrar de ojos, un fogonazo acabaría con la torre Eiffel, la Muralla China y la carretera al Llano, entre otras joyas de la arquitectura universal. Los medios hablaban de una mole que echaba humo y dejaba chispas y partículas a su paso, prácticamente un TransMilenio que se estrellaría contra la Tierra con la misma potencia con que hace siglos meteoritos semejantes extinguieron a los dinosaurios, excepción hecha de Alejandro Ordóñez. Pero era por ilusionarnos. El 3 de octubre no sucedió nada. Ya decía yo que de eso tan bueno no daban tanto. A cambio, tuvimos que soportar el proceso de Uribe, las marchas a favor y en contra, la voluminosa monja falsa que lanzaba desde un megáfono una cadena de oración, sin tener en cuenta la oración de Cadena, según la cual él mismo no era un ‘abogánster’, sino un ‘abohámster’: no una rata, como creían algunos, sino un roedorcillo pequeño, romántico y humanitario, que se alimenta de lechuga con vinagre; se divierte corriendo en la rueda en círculos de los procesos que maneja, y a quien el uribismo echará a la hoguera para salvar a su líder, como siempre. Esta vez advertirán que ofrecía sobornos humanitarios a espaldas de su cliente, quien, a su vez, se acaba de enterar de semejante cosa, porque todo sucedió –ahora sí retomo– a sus espaldas. Bien. No seré yo quien se quede de brazos cruzadas mientras veo cómo socavan la propiedad intelectual de unos líderes que, para unas cosas, resultan enemigos, pero, para otras, motivos de inspiración. Y así se lo dije a mi mujer.

–¿Y por qué no haces algo más productivo? –me aconsejó–: por ejemplo, trabajar… –Eso hago: trabajar, trabajar y trabajar para hacer respetar a mi familia: ¿cómo se sentiría Uribe si mi tío Ernesto se fuera a embolar los zapatos a la Fiscalía, por ejemplo? ¿O si los seguidores de Juan Manuel Santos gritaran “Te quitás esa camiseta o te pelamos” en plena calle? ¡Hay que respetar las ocurrencias de los demás! Di por cerrada la discusión y encargué un abogado por Rappi. Con su ayuda, entonces, redacté la demanda: Yo, DANIEL SAMPER OSPINA, identificado como aparece al pie de mi firma, en representación de MI TÍO ERNESTO y de JUANPA, formulo demanda en contra del senador URIBE VÉLEZ por incurrir en violación de derechos de autor al haberse defendido de las actuaciones de su abogado con la frase “no me consultaron”, semejante a la que mis dos representados utilizaron en su momento. También advierto que la frase “el tal testigo no existe” también se encuentra patentada, y que el elefante es marca registrada: para cualquier metáfora, el senador puede acudir al hipopótamo, en caso de que tenga alguna afinidad. No le conté a mi mujer que busco un juez que admita la demanda. Y que estoy dispuesto a ofrecerle un subsidio humanitario para que prospere.