Según la revista Semana, la declaración es del 26 de enero de 2019. Fue en una cumbre extraordinaria de las Fuerzas Militares llevada a cabo en Cúcuta, la ciudad fronteriza con Venezuela. La autoría corresponde al general Diego Villegas, quien meses después sería conocido por pedir perdón a las habitantes de Norte de Santander. Se disculpaba por la muerte de Dimar Torres, un desmovilizado de las Farc, en condiciones confusas. En la reunión se debatían los planes de año, en particular en el convulsionado Catatumbo. Era, además, la prueba de la nueva cúpula de dejar atrás la aparente pasividad del santismo. Así quedó claro en su afirmación: “El Ejército de hablar inglés, de los protocolos, de los derechos humanos se acabó. Acá lo que toca es dar bajas. Y si nos toca aliarnos con los Pelusos, nos vamos a aliar; ya hablamos con ellos, para darle al ELN. Si toca sicariar, sicariamos; y si el problema es de plata, pues plata hay para eso”. Imposible una declaración más contundente. Reflejaba la visión uribista de la guerra; no existía la falsa paz de Santos. Al mismo tiempo, representaba un regreso al pasado. Y por eso tocó tantas fibras de las ONG. Son unas frases impactantes.

“El Ejército de hablar inglés... se acabó”, dice al principio. Es una frase perturbadora, con un grado de ignorancia nunca antes visto. Es un salto al pasado de unas fuerzas militares aisladas del mundo. Incluso antes del Plan Colombia. Además, una creencia de que no servirá el inglés para el futuro.  “De los protocolos... se acabó”, continúa la declaración. Es aterrador; un ejército sin unas barreras es un peligro para la sociedad. Sin reglas de guerra, la barbarie llega. Es elemental. Igual el distintivo de que los “derechos humanos” ya no sirven. Una afirmación que puso a las ONG en alerta roja. En 2019 no es posible contemplar una fuerza que los ignore, que considere que no son necesarios. Y menos en Colombia. Los “falsos positivos” dejaron una huella; es imposible ignorarlos u olvidarlos. Internacionalmente, en las últimas dos décadas no hubo una violación más evidente que los falsos positivos. Pensar que los derechos humanos desaparecerán no solo es ingenuo, es casi criminal.  Por eso, genera preocupación que haya un incremento en las bajas; es burdo, una estrategia de tácticas sin un plan definido. No se llega así a ninguna tierra prometida. “Si toca sicariar, sicariamos ”. Parece un diálogo de bandas criminales, no una conversación del alto mando militar. Ni hablar de las alianzas non sactas. Plantear que ya se habló con los Pelusos es irresponsable. Los Pelusos son un grupo disidente del EPL y una alianza para derrotar al ELN es impensable. Sería un revés de generaciones. Y eso que no hemos llegado a las frases finales: “Si toca sicariar, sicariamos”.  “Sicariamos”. Parece un diálogo de bandas criminales, no una conversación del alto mando militar. Hace unos meses se conocieron unos formatos que volvieron real la filosofía: multiplique las bajas. En blanco y negro. Los comandantes de brigadas pusieron cuánto esperaban lograr este año; un juego de niños.  No era una reunión informal para excusar lo dicho. Refleja la posición de un sector del Ejército y del uribismo, que considera que Santos debilitó a las Fuerzas Militares. Pero se equivocó de camino. No es reviviendo los “falsos positivos”; es más, es lo peor que puede hacer ese sector.

Ahora, esta misma fuerza pública debe confrontar la percepción de unas Farc rearmadas. No tiene ni historia ni prestigio. En menos de un año, fracasaron. Hay que decirlo, aunque sea doloroso.  En mayo planteé ese dilema: que el ministro de Defensa había quedado herido fatalmente. Que no era posible salvarse. Igual pensaba del comandante del Ejército. No me equivoqué. El Gobierno no parece entender una verdad de a puño: la percepción vale más que la realidad. Desde la publicación del informe de The New York Times que habla de prácticas ilegales, no tenía presentación seguir con los mismos. Eso sin sumar las serias acusaciones de corrupción.  Me dicen que el Gobierno espera al final del año para los cambios. Que hacerlo antes reflejaría debilidad y de todos modos, apenas son sospechas. No es justo poner en tela de juicio 30 años de experiencia, como ocurrió con el general Nicacio Martínez. Es entendible la preocupación del presidente, pero peca de ingenuo. Mantener al general hace daño, pierden él y todo el Ejército. El ministro de Defensa igual. No habrá un giro hacia la confianza sin una remoción de la cúpula. Así de simple.