Según la narrativa de los guionistas del “cambio”, las dificultades del presidente consisten en que tiene una oposición feroz que no lo ha dejado gobernar desde su posesión. Por supuesto, una gran mentira. Petro está en pleno ejercicio de su cargo y, de hecho, esta semana conquistó uno de los principales objetivos de su mandato: el decrecimiento de la economía.

Las cifras son desalentadoras. En 2023, el crecimiento del PIB fue de un paupérrimo 0,6 por ciento, comparado con el crecimiento de 2022, que cerró en 7,3 por ciento.

La nefasta exministra de Minas y Energía, Irene Vélez, lo advirtió desde el comienzo del Gobierno, en agosto de 2022. Y es que según el modelo de “la potencia mundial de vida”, decrecer la economía era urgente para poder combatir el cambio climático. Por esa razón, se suspendieron los contratos de exploración de gas y de petróleo, a pesar de que la producción de este sector aporta más del 40 por ciento de los ingresos del presupuesto de la nación.

Los resultados negativos de los principales sectores que jalonan la economía en 2023 explican el desastre para el país, pero el “triunfo” del presidente: la inflación cerró en 9,28 por ciento, las ventas de vivienda cayeron 44,9 por ciento, las ventas de comercio cayeron al 6,5 por ciento, la producción cayó 4,9 por ciento y las exportaciones cayeron 12,9 por ciento. Mejor dicho, los sectores que generan más crecimiento y empleo están estancados. ¿Qué celebran los analistas de primera línea de la potencia mundial de vida?

Estos resultados demuestran que el propósito de decrecimiento fue logrado, bien para el Gobierno, pésimo para los colombianos. Hay que reconocer entonces que la estrategia de sembrar incertidumbre en los mercados tuvo éxito y por esta razón la economía colombiana, aunque se salvó por 0,3 por ciento de entrar en recesión, sí está estancada y con una destrucción progresiva del empleo en los últimos meses.

Así que el argumento de que no lo dejan gobernar es falso. El “cambio” aprobó en el Congreso una reforma tributaria que le puso impuesto a la comida como las arepas y quesos, entre otros, y que empezó a regir el pasado mes de noviembre. Les subieron los impuestos a la clase media y a los empresarios, le puso un frenazo al sector minero-energético y llenó de miedo a los agentes económicos que no están dispuestos a arriesgar sus capitales en una economía con tanta incertidumbre. Como si fuera poco, no hay línea técnica en ninguno de los ministerios. Los sectores navegan a la deriva del “activismo progre” y no de la rigurosidad y el análisis que requieren las propuestas de desarrollo de largo plazo.

Pero además Petro, ejerciendo la presidencia, ha anunciado de muchas formas el detenimiento de la construcción de las grandes obras de infraestructura como el metro de Bogotá y las vías 4G en el departamento de Antioquia, por mencionar algunas. Con el metro es una pelea de su ego contra una realidad contractual y con las vías del departamento que está por fuera del corazón del presidente, es que, según él, son para conectar a los “ricos” que viven entre el barrio El Poblado de Medellín y el municipio de Rionegro. ¿Qué va a pasar con el empleo que genera el principal sector que promueve el crecimiento económico?

A esto hay que sumarle la pésima ejecución presupuestal del Gobierno. Perdidos en viajes, peluquería y burocracia, el gasto público no se ve como una herramienta contracíclica. Sencillamente, los ministros no saben, no pueden o no entienden cómo ejecutar los recursos. Así, pues, no hay gasto de inversión pública que contrarreste los efectos recesivos de las economías de otros países. Ni rajan ni prestan el hacha.

Y, al mismo tiempo, Petro y su Gobierno se esfuerzan por menoscabar, desgastar y deslegitimar a la institucionalidad colombiana. Los escándalos de corrupción del Gobierno y de la familia presidencial han contribuido con ese propósito, pero allí las energías han estado concentradas en acabar con la técnica y reemplazarla con personas que no tienen experiencia en los sectores en los que son nombradas. El mejor ejemplo de esta irresponsabilidad siempre será Irene Vélez, la exministra de Minas, a quien desde estas líneas felicitamos por el decrecimiento económico que ayudó a alcanzar.

Esta semana se conoció que la directora de presupuesto del Ministerio de Hacienda, Claudia Marcela Numa, una técnica que llevaba 15 años en la entidad, renunció a su cargo afirmando: “No estuve dispuesta a permitir que el país se enfrentara a una situación de incertidumbre”.

En su reemplazo, se rumora que llegaría una persona que trabajó en la UTL del exsenador Gustavo Bolívar, quien, como es de esperarse, no tiene la más mínima experiencia técnica sobre el proceso presupuestal de la nación. ¿Qué podría salir mal?

Ya que el presidente está gobernando y es falso que la oposición no se lo permite, esta semana celebró el decrecimiento económico desde su cuenta de X afirmando: “Excelente noticia. El precio alto de la gasolina disminuye su consumo”. Tal vez, el mandatario, desconectado con la realidad de una economía estancada, no se ha enterado de que el bajo consumo de gasolina se debe a que la gente no tiene empleo y, por ende, no tiene plata para pagar el galón a casi 16.000 pesos (aumento que decretó este Gobierno).

Bajo este panorama, el Gobierno del decrecimiento prepara la reforma laboral que podría destruir medio millón de empleos formales y otra reforma tributaria para asfixiar más al sector productivo y acabar de una vez por todas con la clase media a punta de impuestos.

La pregunta final, y que produce angustia hacer, es ¿por cuánto tiempo podrán resistir las instituciones del país la destrucción del “cambio”? Mientras tanto, el presidente, su señora esposa, la vicepresidenta y un conjunto de inexpertos funcionarios les demuestran a los colombianos que el caos, la pobreza, el desempleo y la recesión sí eran posibles.