Hace ya cuatro semanas los venezolanos eligieron en las urnas a Edmundo González como su presidente. En filas masivas y con esperas de horas, millones de personas votaron para dar por terminado el nefasto Gobierno de Nicolás Maduro. Pero con el mayor descaro al finalizar la jornada, el Consejo Nacional Electoral (CNE) declaró presidente a Maduro ante la mirada atónita de todo un planeta, que no podía creer cómo un Gobierno llegaba a tal nivel de cinismo.
Ese fue el único boletín que presentó el CNE y de resto conocemos bien la historia: María Corina Machado publicó más del 80 por ciento de las actas, en las que claramente se prueba que Edmundo González ganó las elecciones presidenciales de Venezuela con más de 6 millones de votos a su favor frente a los escasos 3 millones del reconfirmado dictador.
Ante la imposibilidad de mostrar las actas que confirman el robo descarado de las elecciones, Maduro se inventó un recurso ante el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), un órgano sometido completamente al Gobierno desde que el chavismo cambió su composición para asegurarse que allí solo haya activistas y no juristas.
Tal como se esperaba, el falso tribunal de justicia certificó “de forma inobjetable el material electoral peritado” y convalidó los resultados emitidos por el CNE, “donde resultó electo el ciudadano Nicolás Maduro Moros como presidente de la república”.
Ahora el número dos del chavismo, Diosdado Cabello, anunció que quienes “no reconozcan sentencia del TSJ sobre los comicios del 28 de julio no podrán postular candidatos en las elecciones regionales”.
¿Cuál material peritado? ¡Si jamás han mostrado públicamente ni una sola acta en la que conste el supuesto triunfo de Maduro que ahora ratifican! Ninguna veeduría internacional, ningún medio de comunicación, ningún ciudadano ha visto las tales actas que el mundo reclama poder verificar y que Maduro insiste en que dicen que él es el presidente aunque la oposición haya demostrado lo contrario.
No hay duda de que Nicolás Maduro se robó las elecciones de su país. Y no hay duda de que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, comulga con su dictadura.
Mientras que Petro no ha escatimado esfuerzo en opinar sobre la elección de Milei en Argentina, se ha enfrascado en discusiones en X con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y llegó al punto de expulsar al embajador de Israel y suspender las exportaciones de carbón colombiano a ese país por su defensa a la causa palestina, decidió guardar silencio (al menos hasta el momento de escribir estas líneas) sobre el burdo robo de las elecciones por parte de Nicolás Maduro y la consolidación absoluta de su dictadura.
Mientras que los Gobiernos de Argentina, Costa Rica, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay rechazaron la sentencia del TSJ por su falta de independencia y los venezolanos luchan ante todas las instancias internaciones por hacer respetar los resultados electorales y recuperar la democracia para su país, el presidente Gustavo Petro decidió ponerse del lado de este infame dictador.
Ya no hay nada que justifique el silencio de Colombia frente al atropello absoluto de Nicolás Maduro a la democracia. Petro, que insiste en llamarse un demócrata, que vocifera en cada alocución que el pueblo es soberano y que nada ni nadie puede estar por encima de la voluntad popular, es cómplice del actuar tirano de Maduro con su silencio. Y solo hay una explicación: a Petro no le importa la democracia, ni la defensa de las instituciones, ni la voluntad popular. Le interesa la imposición de su ideología política de izquierda, incluso si para ello es necesario pasar por encima de la democracia.
Aquí ya no hay lugar a esperas. Un mes ha pasado desde que fueron las elecciones venezolanas. Ya el prudente silencio del presidente Petro, supuestamente a la espera de un diálogo que permitiera una transición pacífica de Gobierno en Venezuela, no tiene lugar. Aquí hay solo una opción: o se rechaza la dictadura de Maduro, o se es su aliado. Parece que Petro decidió ser su aliado, lo que pone a Colombia del mismo lado de Putin, Ortega y los demás dictadores que hoy aplauden a Maduro.
Es muy grande la impotencia que se siente frente a Venezuela. Esta dictadura se fue consolidando poco a poco hasta llegar a la atrocidad que vemos hoy, donde se captura a los opositores sin razón, se lleva a la cárcel a los jóvenes que protestan e incluso se marcan las casas de quienes no son afines al Gobierno. Y nada de esto le merece pronunciamiento al presidente Petro ni a la vicepresidenta Francia Márquez, que sin sonrojo dijo que ella no podía opinar sobre Venezuela porque “no vivía allá”.
¿Necesitamos alguna otra muestra de que al presidente Petro no le molestan los autoritarismos de izquierda?
A ver si los colombianos despertamos del letargo en el que estamos. Esta semana, el Pacto Histórico avanzó en su congreso para convertirse en un solo partido político, con Petro a la cabeza. Un partido que empieza a trabajar ya con miras a las elecciones presidenciales de 2026, mientras la oposición política sigue sin consolidar un solo liderazgo ni decantar un nombre que pueda hacerle contrapeso al presidente Petro en las próximas elecciones.
Aquí ya todos sabemos lo que viene. A ver si seguimos tan tranquilos.