A principios del siglo XIX ejercía el poder en Colombia el funesto José Manuel Marroquín que dejaría de legado al país, la separación de Panamá y la Guerra de los Mil Días. En ese entonces monseñor Bernardo Herrera Restrepo que durante muchos años tuvo la doble condición de arzobispo de Bogotá y jefe real del Partido Conservador, le propuso consagrar el país al Sagrado Corazón de Jesús. Esa práctica se había venido extendiendo individualmente desde finales de 1891 en varios municipios colombianos, con el auspicio del Partido Conservador y de la Iglesia católica. Como “los deseos de monseñor eran órdenes”, el gobierno decidió hacer la consagración antes de finalizar la guerra, mediante el decreto 820 del 18 de mayo de 1902. Muchos años después, en 1952, cuando ejercía la presidencia Roberto Urdaneta Arbeláez, el Papa Pio XII con ocasión del cincuentenario de la consagración, leyó un mensaje por radio dirigido a Colombia, que se retransmitió por emisoras colombianas y paralizó al país. En muchos colegios e iglesias, los alumnos y los fieles escucharon el mensaje de rodillas con profunda emoción. El 8 de enero de 1952, a pesar de que la violencia política estaba en su apogeo y se comentaba que en cualquier momento la guerrilla del llano asomaría por el oriente de Bogotá, el gobierno sancionó una ley que disponía que el presidente de la república debía renovar anualmente, en la fiesta del Sagrado Corazón la consagración, y se declaraba esa fecha como el “Día Nacional de Acción de Gracias”. La práctica de que el presidente debía ir anualmente a la iglesia del Voto Nacional, vestido de saco leva rodeado de sus ministros, los mandos militares con sus uniformes de gala y clérigos ataviados con ornamentos de lujo se constituyó en algo emblemático. Ningún mandatario omitía la ceremonia ya que corría el riesgo de ser señalado como ateo y enemigo de la iglesia. Pero no fue la única consagración. El 9 de julio de 1919 el presidente Marco Fidel Suárez, de recias convicciones conservadoras, había coronado a la Virgen de Chiquinquirá como “Reina de Colombia” en una imponente ceremonia en la plaza de Bolívar de Bogotá, en pleno auge de la gripa española. También la visita a la virgen de Chiquinquirá se constituyó en una obligación moral de los mandatarios colombianos. Entrar en confrontación con la orden dominica o con los obispos por no cumplir con esa práctica podría, traer problemas para el presidente. Sea con Miguel Ángel Builes, obispo de Santa Rosa, que consideraba pecado mortal que las mujeres montaran a caballo en la misma forma que los hombres y condenaba los boleros de Daniel Santos porque incitaban a la perdición, o con el arzobispo de Medellín, Alfonso López Trujillo que amenazó con excomunión a los impulsores del divorcio. Hace algunos días culminó una polémica nacional, cuando la Corte Suprema de Justicia revocó un fallo del Tribunal Superior de Cali que había ordenado que el presidente Duque retirara un tuit en el que rendía homenaje a la Virgen de Chiquinquirá como “patrona de Colombia”. ¡Cómo ha cambiado la vida! De todas maneras, parece que en nuestro país ya pasó la época en la que el uso del escapulario, era la única opción válida para eludir el fuego eterno. (*) Decano de la Facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la Universidad del Rosario