En los años setenta del siglo XX se cantaba: “¡A desalambrar! ¡A desalambrar! Que la tierra es nuestra, tuya y de aquel, del que la trabaja la tierra ha de ser” (Son del Pueblo). Coincidía con las tomas, como pasó con las de 1936, al proponerse reformas agrarias por presiones de los desposeídos. En 1971 fueron 670 y hubo 339 más hasta 1978 (Suárez, 2007). En ambos casos se dieron contrarreformas que volvieron aparceros a los invasores: en 1944 con la Ley 100, por el mismo López Pumarejo, y en 1973 con la Ley 4 que materializó el Pacto de Chicoral.

Los flujos y reflujos del movimiento campesino, incluidos brotes de los años ochenta y noventa, que motivaron la Ley 160/93 y la creación de las reservas campesinas, pueden verse en el trabajo ‘¿La era de la reforma agraria?’ (Durán et al., jacobinlat.com). Debe sumarse el rol de las violencias, en especial entre 1996 y 2005, cuando se despojaron entre 1,7 y 4 millones de hectáreas, ya que “las disputas de tierra y la usurpación legal” fueron “subyacentes del conflicto” (Ibáñez, 2008) y cuando los predios de 500 o más hectáreas acopiaron 28,1 millones adicionales (Suárez, 2007), para un coeficiente de desigualdad en el acceso a la tierra de 0,897, de los peores del mundo (Fajardo, 2018). Vergüenza.

El Acuerdo de Paz incluyó la Reforma Rural Integral (RRI), que funda un banco de 3 millones de hectáreas para repartir, venidas de extinción de dominio, baldíos ilegalmente apropiados, donaciones, predios inexplotados o actualizaciones de reservas forestales, y formaliza además la propiedad de 7 millones más.

El Cede estima, dadas las fuentes enunciadas, que se acopiarían entre 3,94 millones de hectáreas y 5,36. Y, si se adiciona la restitución de 4,61, el monto asignable rodearía los 12 y, según los autores, con 4,8 se satisfaría la demanda potencial de quienes carecen de tierra o no tienen suficiente (Cede, n.° 41, 2017). En 2021, la Procuraduría contabilizó el fondo con solo 1,02 millones, pero menos de 100.000 de adjudicación inmediata. Retraso inexcusable.

Deberán resolverse, a la luz de leyes existentes, con celeridad los conflictos por la tierra, que llegan a 630 denunciados (Vargas, El Tiempo), no pocos atinentes a vivienda urbana. Sin embargo, el problema no es solo rural. También concierne con las “interrelaciones recíprocas entre el desarrollo agrícola y de la expansión de la manufactura y de otros sectores” (J. Bejarano, 1998). Con la “transformación estructural” de la economía, al pasar de agrícola a industrial y de servicios, construcción, comercio o minería. De ahí se colige que –al final– el campesinado sufre tanto por la presencia del capitalismo como por la ausencia de él.

Datos del Banco Mundial explican dicho proceso en los últimos seis decenios. En 1960, la población rural en Estados Unidos era 30 por ciento de todos los habitantes y en 2021, el 17,1. Corea pasó de 72 a 18; Brasil de 53,8 a 12,6, México de 49,2 a 18,9 y Colombia de 53,7 a 18,2. Hubo masivos traslados del campo a la ciudad, pero la producción agrícola no se estancó. En ese lapso, en dólares corrientes, en Colombia creció 21 veces; en China, 87,2; en México, 29; en Brasil, casi 41; en Corea, más de 22 y se multiplicaron por 15 los negocios de las granjas en Estados Unidos (Fed, St. Louis).

No obstante, el sector agropecuario perdió participación en la producción total (PIB) de los países en ese periodo. En el mundo disminuyó del 10,6 por ciento al 4,3; en Brasil, potencia agrícola, del 15,7 al 6,8; en México, del 13,1 al 3,8; en Corea, una reducción extraordinaria del 36,5 al 1,8; en Colombia, del 27,2 al 7,3 y en países de ingreso medio alto, del 21,9 al 6,7. La mengua del agro se compensó con el adelanto de otros renglones.

Varios hechos explican el rezago nacional: 1) La desindustrialización por las aperturas comerciales paró –descontando a los miles de migrantes al exterior– el tránsito del campo a la ciudad, Mientras en 1970 el empleo agrario era 50 por ciento del total, bajó al 26 en 1991, pero en los últimos 30 años solo mermó 8 puntos, a 18,6. 2) Al estancarse la demanda de empleo formal urbano y recelar del rebusque citadino, se puja por tierra para sobrevivir en el agro. 3) La desocupación y la pobreza rurales se agravan por la quiebra de cultivos transitorios, reforzada con los TLC, y por el progreso técnico con menos mano de obra en cereales supérstites, arroz y maíz, que alzó la productividad por 3,5 veces en 60 años. 4) Poblaciones étnicas demandan territorios por razones ancestrales.

La cuestión agraria está en un laberinto, la tierra concentrada y, como la industria no demanda trabajo, no hay migración de la fuerza laboral. ¿Basta con redistribuir? La contradicción no cesará, es el semifeudalismo consecuencia de un capitalismo deforme, neocolonial, es materia estructural.