La inmediatez de la comunicación digital ha transformado nuestras formas de expresarnos. En mi vida cotidiana, ya sea a través de correo electrónico o aplicaciones de mensajería instantánea, recibo mensajes en los que se prioriza la escritura rápida sobre la precisión lingüística. En estos textos, a menudo escritos desde dispositivos móviles, es común el uso de abreviaturas y sistemas de autocorrección, que no siempre son capaces de interpretar el contexto ni la intención detrás de nuestras palabras.

Al principio, no comprendía bien el uso de ‘q’ en lugar de ‘que’, ‘x’ en lugar de ‘por’, ‘bn’ en lugar de ‘bien’ (¿o bueno?, ¿o buenas noches?) y, más difícil, la razón detrás de incluir ‘xd’ al finalizar una frase. Poco a poco, me fui familiarizando con estas nuevas formas de escribir, especialmente al interactuar con jóvenes que han crecido en un entorno digital.

La habilidad ortográfica parece estar en declive. ¿Ya no es prioridad para las nuevas generaciones utilizar las normas ortográficas para garantizar una buena comunicación, comprender adecuadamente textos complejos e incluso dejar una buena imagen personal y profesional? ¿Perdimos el gusto por la belleza de las palabras en los textos para dejarnos sorprender por el contenido audiovisual? ¿Se vale escribir con errores ortográficos en nombre de la eficiencia? Mi respuesta a esta última pregunta, tal vez con el deseo por encima de la realidad, es que no. Considero que la ortografía sigue siendo fundamental y que no puede ser reemplazada por secuencias de caracteres simplificadas que debilitan nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje y la comprensión de la cultura de nuestra sociedad.

Debemos admitir que el descuido ortográfico sí existe. Nos hemos vuelto indiferentes a errores como confundir la ‘b’ con la ‘v’ o la ‘s’ con la ‘c’. Parece que las tildes han perdido relevancia y que el uso de la letra ‘h’ no nos genera preocupación. Dedicar atención a la coma en los vocativos parece menos importante. ¡Qué paradoja! Precisamente ahora, cuando tenemos tanta información y contenidos a nuestra disposición, no podemos comprender ni compartir todo ese conocimiento de manera efectiva sin una buena ortografía.

Surge, entonces, la necesidad de una innovación pedagógica para cuidar nuestra ortografía. Recuerdo cuando en el colegio escribíamos con atención cada palabra de los dictados ortográficos de Luis J. Wiesner y repetíamos las reglas una y otra vez para aprenderlas. Copiar textos completos nos familiarizaba con las palabras, y memorizar nos ayudaba a recordar lo que considerábamos palabras difíciles en aquel momento.

Hoy en día, la tecnología nos brinda nuevas posibilidades para mejorar nuestra ortografía. Las aplicaciones multimedia y las comunidades en línea con estrategias colaborativas de enseñanza-aprendizaje son recursos muy útiles. También las herramientas de inteligencia artificial y las prácticas de gamificación hacen que aprender ortografía sea más divertido y efectivo. Incluso, redes sociales como Instagram y TikTok también son espacios en los que se puede acceder a contenido educativo de calidad. Allí encontramos cuentas como la de @laprofemonica, quien acerca la ortografía a nuestra vida cotidiana de manera creativa.

La ortografía no está escrita sobre piedra; se ajusta en el tiempo a las nuevas necesidades y prácticas de la comunicación, con el meticuloso trabajo de las academias de la lengua española, que se agrupan bajo la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), establecida en México en 1951.

La Academia Colombiana de la Lengua, la más antigua de las americanas, es un claro ejemplo de esta labor desde 1871. Su misión se puede comprender con facilidad al visitar su sede en Bogotá, donde se aprecia el legado de figuras ilustres como José María Vergara y Vergara, Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, así como el de muchos académicos que han contribuido a su consolidación y servicio al país.

Guardo en mi corazón las estrategias de profesores como Álvaro Estupiñán en el colegio y Héctor Arenas en la universidad, quienes en la década de los ochenta me enseñaron a respetar y apreciar la ortografía, con una motivación especial para enamorarnos de la lectura frecuente y la práctica de la escritura. Y qué decir del maestro Juan Gossaín, quien nos presentó al diccionario como nuestro mejor aliado.