Colombia necesita un diálogo nacional constructivo para volver a relanzar la consecución del bienestar para su población. Esa conversación solo puede darse en la medida en que tenga ese objetivo y no objetivos políticos en que se benefician unos pocos.

La premisa fundamental del diálogo nacional para que el futuro de los colombianos mejore es no darle la espalda al desarrollo. No hay bienestar sin desarrollo. Si no se incrementa la generación de valor, incorporando más compatriotas a la economía productiva, de la que hoy el 60 % de los colombianos está excluida, de nada sirve el diálogo nacional.

Desde ese punto de vista, la propuesta del ministro del interior, Juan Fernando Cristo, de proponer un diálogo nacional, no parte de las premisas correctas. No está sustentado en un modelo de desarrollo de la nación a futuro, donde los frutos de ese desarrollo se comparten entre la población, sino por un gobierno que de frente le ha dado la espalda al progreso.

El discurso de la exministra de Minas y Energía, Irene Vélez, apoyado por el presidente Petro, en el que sugería un modelo de decrecimiento para el país, no es más que una condena a la pobreza para millones de colombianos, que según esa tesis deben sacrificarse por el resto de la humanidad. Son menos los hijos que van a la universidad, menos enfermedades curadas, menor capacidad de pago para acceder a vivienda o a una cuota alimentaria medianamente decente. Es un suicidio como sociedad para las generaciones futuras, que mientras ven que el mundo se desarrolla más y más, se atrasarán más que un velocista en el Alpe de Huez compitiendo con Tadej Pogačar.

Adicionalmente, un diálogo nacional, para ser efectivo, no puede estar basado en conversaciones en donde la honestidad intelectual esté comprometida. Y la realidad es que en este país, las manifestaciones de los actores políticos no están siendo honestas. No se puede considerar honesto darle la espalda a la justicia y justificar los crímenes cometidos por Nicolás Petro y Olmedo López, hay que condenarlos independientemente de la postura política del opinador.

No se puede argumentar que el modelo de salud implementado a la fuerza en el sector salud está funcionando cuando las atenciones caen más del 30 % año tras año y las clínicas privadas cada vez cierran más servicios porque las EPS, ahora manejadas en su gran mayoría por el gobierno, no pagan por los servicios que reciben. No se puede justificar el abrazo del presidente de un país con un paramilitar responsable de más de 75.000 muertes, por muy arrepentido que pueda estar. Tampoco se puede justificar de manera honesta una reforma tributaria cuando el gobierno ha aumentado el gasto público más del 50 % en 2 años; ni se puede justificar parar la exploración de hidrocarburos por el solo hecho de que se haya descubierto un nuevo yacimiento de gas, teniendo en cuenta que el desarrollo potencial depende de la energía competitiva.

Cuando las premisas de un diálogo no pasan por puntos fundamentales como el bienestar de los colombianos, no vale la pena sentarse a la mesa a hablar. Si sentarse a hablar es darle un descanso a la presión de la oposición para sacar beneficios como partido de gobierno, sobre todo de cara a las elecciones de 2026, es mejor no sentarse.

Ahora, en la medida en que el discurso del partido de gobierno cambie, no es algo apropiado que, por ejemplo, se justifique la pésima ponencia de María Fernanda Carrascal en la Cámara de Representantes sustentando la reforma laboral. Así mismo, que Gustavo Bolívar acepte que contratar influenciadores que utilizan el insulto y la presión en masa para acosar a la prensa y los empresarios.

Es decir, hay que decirle sí al diálogo nacional, pero con tres requisitos: centrarlo en el bienestar de la gente, no permitir que se entable para lograr beneficios para los políticos o un partido en particular y, que los invitados al diálogo sean honestos intelectualmente. Si no, el diálogo tendrá que darse las urnas y el ganador definirá unilateralmente, dentro del contexto de la Constitución y las leyes, el camino a seguir como sociedad.