Dice la Revista Semana (edición n.°1990) que este es “un debate que el país necesita”. Manos a la obra. La Designatura no ha sido tan inocente en la historia de Colombia como pretenden sus abnegados defensores, con más devoción que argumentos. El 9 de noviembre de 1.949 el presidente de la república, ingeniero Mariano Ospina Pérez, declaró al país en estado de sitio, cerró el congreso y las asambleas departamentales, modificó las mayorías para la toma de decisiones en la Corte Suprema de Justicia e impuso la censura de prensa, entre otras medidas. Comenzó así la dictadura conservadora por cuenta de la Designatura. ¿Cómo así? En efecto, el Partido Liberal, en la oposición y con mayorías en el Congreso, había resuelto abrirle juicio político al presidente. La Cámara lo acusaría ante el Senado, este admitiría la acusación, y él quedaría “de hecho suspenso de su empleo”. ¿Querían las mayorías liberales de Senado y Cámara simplemente sancionar al presidente por la violencia que se había desatado en el país? ¿Hubiera este partido intentado el juicio político si el designado hubiera sido conservador, por ejemplo, el doctor Laureano Gómez o el doctor Gilberto Álzate Avendaño o el doctor José Antonio Montalvo? Obviamente, no. El juicio político buscaba que el expresidente liberal, doctor Eduardo Santos, quien era el designado para la época, reemplazara al doctor Ospina en la Presidencia de la República. Recuperaría así el poder que había perdido en las urnas por la división entre el doctor Gabriel Turbay y el doctor Jorge Eliécer Gaitán. La Designatura causó así el golpe de Estado de 1.949. Y estuvo a punto de causar otro: era presidente de la república el general Pedro Nel Ospina. Su designado era el doctor Miguel Arroyo Díez, quien concibió la idea de darle un golpe de Estado al “presidente viajero” aprovechando su estadía en Medellín. Según el historiador Óscar Alarcón Núñez “El plan consistía en que su propia escolta lo amarrara y lo condujera preso a Bogotá. Prisionero el presidente, se encargaría del poder el designado doctor Miguel Arroyo Díez, quien leería un Manifiesto a la Nación”. (Los Segundos de Abordo, Planeta,1.999, p.183) El presidente Ospina se enteró de la conspiración y logró develar el golpe: “Vestido de fiesta y sin tiempo para arreglar maletas—cuenta uno de sus biógrafos, Jorge Sánchez Camacho—emprendió el regreso a Bogotá vertiginosamente, mientras los conjurados, sorprendidos con las manos en la masa, se escondían despavoridos”. (Ibidem, p.184) El doctor Carlos Lleras Restrepo no quería al doctor Julio César Turbay Ayala como su Designado. Previendo, sin embargo, que sería derrotado en el Congreso, como en efecto lo fue, resolvió sentar un precedente: Creó la figura del “Ministro Delegatario” (D.624/1967) a quien le delegaría determinadas funciones presidenciales al ausentarse del país. Era la manera de evitar que por cuenta de su ausencia llegara a la Presidencia el doctor Turbay. El decreto fue encontrado inconstitucional por el Consejo de Estado y el doctor Turbay terminó, posteriormente, encargado de la Presidencia por cuenta de algún viaje al exterior del Presidente titular. La Designatura es, pues, una fuente de rupturas de la legalidad en nuestra historia. Y si el Congreso es de mayorías contrarias a las del Presidente de la República, el Designado puede convertirse fácilmente en una espada de Damocles contra él. Ni el designado en el pasado, ni el vicepresidente en la actualidad tienen funciones propias asignadas en la Constitución o en la ley. Ni la Designatura ni la Vicepresidencia son cargos. Los titulares solo tienen vocación de reemplazar al presidente en sus faltas absolutas o temporales. John Adams fue el vicepresidente de George Washington y decía: “En esto no soy nada, pero puedo serlo todo”. El vicepresidente puede ser nombrado ministro o embajador como podía serlo el designado bajo la Constitución anterior. El vicepresidente puede ser adicionalmente objeto de asignación de funciones especiales. Es por cuenta de estas funciones que tiene oficina y sueldo. No por ser vicepresidente. “Es flaca sobremanera toda humana previsión”. El doctor Humberto de la Calle sigue prefiriendo la Designatura a la Vicepresidencia. Esa fue su posición en la Asamblea Constituyente. Veo que no ha cambiado de opinión. Es su derecho. Pero la experiencia nos ha demostrado que la Vicepresidencia actual no tiene nada que ver con la de finales del siglo XIX, como no tiene nada que ver la Colombia actual con la de esa época, ni quienes han ostentado esa dignidad con el poeta José Manuel Marroquín, quien imploraba a Dios que apartara de él “esa honrosa calamidad”, cuando el señor Caro postulaba su candidatura a la Vicepresidencia y la del señor Sanclemente a la primera magistratura, en la esperanza de seguir gobernando él, dada la avanzada edad de sus candidatos. Pero tiene desde el punto de vista democrático algunas ventajas innegables la Vicepresidencia: la intervención directa del pueblo en su escogencia. Y desde el punto de vista de la conveniencia nacional: Que es seleccionado directamente por el candidato a la Presidencia, no solo porque equilibra el ticket, sino por sus méritos y seguramente su lealtad. Consulta de esta manera mejor que la Designatura los intereses del país. Sin duda. Constituyente 1.991*