A lo largo de la historia, el concepto de la protesta se ha entendido como un sentimiento espontáneo y sincero de descontento frente a una política pública que esté realizando el gobierno de turno. Justamente, las manifestaciones sociales han sido determinantes en la historia de Colombia.

Como ejemplo se tiene a las dos Marchas del Silencio, la primera celebrada en 1948, protagonizada por Gaitán y la segunda realizada en 1989, tras la muerte de Luis Carlos Galán, en la que múltiples estudiantes marcharon por la paz de nuestro país, lo que a su vez fue la semilla que germinó a la Constitución de 1991. Por ese motivo, resulta aberrante que Gustavo Petro utilice al pueblo como una herramienta de intimidación para así destilar veneno contra sus enemigos, en un discurso polarizador y radical, que justamente utiliza una vieja táctica de propiedad del filósofo de la Alemania nacionalsocialista Carl Schmitt.

Lo primero que se debe clarificar es la naturaleza de la manifestación social, cuyos objetivos se concentran en la búsqueda de la reivindicación de derechos o el cumplimiento de normas jurídicas. Justamente el objetivo del Día del Trabajo radica en reivindicar las luchas sociales que realizaron los trabajadores a lo largo de la historia para obtener ciertos derechos que se plasman en nuestra Constitución Política y en el Código Sustantivo del Trabajo. No obstante, el presidente de la República utilizó este día tan especial para crear un espectáculo personalista centrado en su política pública. La alocución comenzó en una Plaza de Bolívar ataviada con las banderas del M-19 y las pancartas de algunos sindicatos. De esta forma, entonaron el himno de ‘La Internacional’, que para los que no conocen fue el himno de la Unión Soviética hasta 1944 y uno de los símbolos más importantes del socialismo y comunismo del siglo XX.

Mientras tal exhibición se desplegaba en todo su esplendor, pude evidenciar en la transmisión en vivo que Gustavo Petro no solo instrumentalizó a los trabajadores, sino que también utilizó a los medios públicos como RTVC para convertirlos en un comité de aplausos. Al ver con mis propios ojos un cubrimiento tan parcializado, adulador y manipulador, solo pude pensar en los medios propagandísticos de la Alemania nazi o de la Unión Soviética que dedicaban sus esfuerzos para pintar a sus mandatarios como seres mesiánicos y salvadores de la patria.

Tras este espectáculo personalista, Gustavo Petro dio un discurso polarizador y esperpéntico que solo demuestra la degradación moral y psicológica a la que ha llegado el presidente. Pues este se refirió a la manifestación del 21 de abril como “la marcha de la muerte”, sus calificaciones a dos expresidentes como criminales, lanzó ataques contra Netanyahu, calificándolo de genocida y tomando la decisión de anunciar la disolución de relaciones históricas entre Colombia e Israel y, por último, en un acto de rebeldía y cinismo, ondeó la bandera del grupo terrorista M-19 junto a la bandera de Colombia. Dichas afirmaciones y acciones muestran a un mandatario inestable que busca el enfrentamiento entre los colectivos populares y la oposición, siguiendo los postulados del filósofo nazi Carl Schmitt, quien desarrolló una teoría de la creación del enemigo para así justificar jurídica y filosóficamente el actuar del régimen del Tercer Reich y desglosar la esencia misma de la política.

Su visión parte de una concepción de realismo antropológico en el que la enemistad surge desde un punto de vista racional, teniendo en cuenta que por naturaleza el ser humano siempre tiende a clasificar a las personas entre amigos y enemigos, llegando a la conclusión que, si se crea un enemigo en común, se podrá unir a una porción de la sociedad, para así eliminar la amenaza. Él expresó: “Nos juntamos porque nos oponemos a algo que no es que sea malo o bueno, sino que es diferente”. No obstante, a ojos del seguidor o el fanático, este concepto de “diferente” se torna negativo y se convierte en enemigo. Gustavo Petro, en su discurso, identificó al enemigo como cualquier persona que se oponga a su gobierno e internacionalmente al pueblo de Israel, los cuales deben ser eliminados y juzgados para obtener la tan anhelada paz.

En conclusión, la marcha del 1 de mayo no representó una movilización espontánea de un pueblo trabajador, sino que fue un circo de adulación y propaganda parecida a las grandes marchas organizadas por las dictaduras comunistas y fascistas. Asimismo, la radicalidad de Gustavo Petro se fue al límite durante su discurso, cuyo impacto le traerá grandes consecuencias a nuestro país. No obstante, también le hago un llamado a la ciudadanía para que mantenga la unidad y la paz en estos tiempos tan convulsos, no podemos dejar que las palabras de un discurso radical penetren nuestra mente y nos manipulen para enfrentarnos entre nosotros.

Referencias:

  • Balakrishnan G (2000). The Enemy. Editorial Verso, Londres, Reino Unido.
  • Schmitt C. (1927, primera edición). El concepto de lo político. Alianza Editorial, Madrid, España.