No era necesario llevar la economía a la debacle. Vale la pena decir que no todos los cambios son buenos, algunos destruyen lo que funciona bien. Y es justo de eso de lo que se han tratado los primeros tres meses del Gobierno del presidente Gustavo Petro. Es claro que un punto de honor de la ideología de izquierda que representa el Gobierno del “cambio” es la protección del medioambiente. Ello no debería competir con una premisa fundamental para los tiempos modernos: el manejo adecuado y responsable de las finanzas del Estado.
En este sentido, era innecesario que la inexperta ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, pregonara, con la soberbia de algunos filósofos, que la exploración y explotación de los hidrocarburos en el país se iba a terminar. Este sector de la economía representa el 40 por ciento de las exportaciones y es un ingreso fundamental en el presupuesto estatal. Entre otras cosas, para sostener los programas sociales y el servicio de la deuda.
El 7 agosto, día de la posesión de Gustavo Petro como presidente de la República, y por cuenta de comentar sobre las reacciones negativas de los agentes económicos frente a esta turbulenta elección, fui denunciada en la Fiscalía General de la Nación por el delito de pánico económico cuando repliqué información de un portal de noticias, durante el programa en vivo de esta casa editorial, que transmitió que el dólar en algunas casas de cambio en Medellín se estaba vendiendo a 5.000 pesos. Una horda iracunda me atacó sin fundamento en las redes sociales, buscando tal vez que, por miedo, decidiera escoger el silencio. Y aunque la denuncia fue archivada porque se caía por su propio peso, lo cierto es que los agentes económicos ese día, y tres meses después, siguen viendo con desconfianza y temor las políticas económicas, minero-energéticas y ambientales del Gobierno del “cambio”. Hoy, con un dólar a 5.000 pesos, ¿qué dicen los que afirmaron que presentar una información real era crear pánico económico?
El propio presidente Petro ha anunciado la llegada de una recesión económica. Pero con tristeza no hemos visto a un mandatario con la camiseta puesta para frenar el impacto en la economía del país, por ejemplo, enviando mensajes de confianza a los mercados. De hecho, ha sido lo contrario, incluso comentando en las redes sociales que “ahora estaba de moda que el presidente no puede hablar porque se cae o se dispara”, haciendo referencia al precio del dólar. Y pues sí, ¿cómo va a creer el primer mandatario de la nación que sus palabras no van a ser tomadas en serio por los mercados internacionales?
Si tenía dudas, el precio del dólar se las disipó.
Ahora bien, no hay una medida más contraproducente para el desempeño económico, en medio de una recesión mundial, que una reforma tributaria que les mete la mano al bolsillo de la clase media y de los empresarios para empobrecerlos más y que, sin duda, afectará de manera directa a los más pobres.
Con una inflación histórica y un precio del dólar desbordado, subirles el precio a los alimentos que forman parte de la canasta familiar es un despropósito. Como también lo es afectar la normal exploración y explotación de hidrocarburos, fuente principal de ingresos de la economía nacional.
Al medioambiente y la selva amazónica hay que protegerlos, pero no puede ser a costa del hambre y la desnutrición de la población, en especial de los bebés y los niños, que son la población más vulnerable del país y la que menos defensores tiene. Ahora bien, si el propósito es llevar a la economía a un desastre parecido al de Argentina, entonces vamos por buen camino.
Aunque intenten poner tendencias mentirosas en las redes sociales, la economía no va bien. De hecho, el peso colombiano, como el argentino, fueron las dos monedas que más se devaluaron en el mundo respecto al dólar en el transcurso de esta semana. Y lo más triste es que desde que empezó el Gobierno del presidente Petro, el peso se ha devaluado de manera acelerada y constante como nunca antes en la historia del país.
¿Eran necesarias las declaraciones irresponsables e ignorantes de la ministra de Minas? ¿Se está cobrando una venganza? ¿En contra de quién? ¿A favor de quién?
¿Se puede corregir el rumbo?
¡Por supuesto! Y una gran alternativa es que el propio presidente les diga a los mercados de manera clara y contundente que la exploración y explotación de hidrocarburos va a continuar y, paso seguido, acepte la renuncia de la ministra de Minas, Irene Vélez. El país con gusto la enviará a una nación desarrollada en donde pueda ejercer como embajadora y disponga de tiempo para aprender los básicos principios de economía y transición energética responsable.
El presidente Petro recibió el país con 20 millones de pobres, y un gravísimo error sería que esa cifra aumentara porque iría en contra de sus objetivos. ¿O es que quiere parecerse a la paupérrima economía venezolana o argentina? La economía tiene que crecer para que pueda haber redistribución de la riqueza. Por esta razón, la izquierda no puede propender por la ruina del capital en una nostalgia trasnochada por el modelo fracasado de la Unión Soviética. Si hay una meta que hay que perseguir de manera obsesiva es que cada día haya menos pobres y no al revés. Pero este propósito no podrá lograrse si el “cambio” no acepta que, hasta ahora, la economía le va quedando grande.