Una inmensa carcajada del mundo entero, o de sus representantes en la Asamblea de las Naciones Unidas, saludó la jactancia de Donald Trump cuando aseguró que en sus dos años de gobierno ha tenido más éxitos que todos sus predecesores en la presidencia de los Estados Unidos. Se desconcertó por un instante: nunca nadie se había reído de él, o por lo menos él nunca se había dado cuenta.Se recuperó y dijo: “No es la reacción que esperaba, pero está bien…”. Y echó el largo discurso que traía preparado, dirigido contra todos los allí presentes y contra el significado mismo de que estuvieran todos allí presentes. Es decir, contra la globalización solidaria y a favor del patrioterismo egoísta. Contra todo lo que representa la ONU desde su fundación, el discurso de Trump fue un retroceso en la civilización. Un retorno del homo sapiens al reptil, del cual nos quedan tantas añoranzas.Puede leer: La farsa norteamericana de la drogaPero el presidente se había quedado rumiando un pensamiento: ¿cómo era posible que casi doscientos delegados, jefes de Estado o de gobierno, cancilleres, altos funcionarios internacionales y hasta los impasibles intérpretes simultáneos, se le hubieran reído en la cara? Porque no es que él hubiera estado exagerando, ni haciendo un chiste falsamente autodespectivo como los que suelen usar los gringos para encabezar sus discursos y ganarse la simpatía de la audiencia. ¿Sería que no le creían? Porque Trump sí está sinceramente convencido de que nunca en la historia universal ningún gobernante de ningún país ha logrado tantos triunfos como él. Ni Julio César con su inmortal Vini, vidi, vici: (Vine, vi, vencí), macabramente caricaturizado hace unos años –muriéndose de risa– por la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton sobre el bombardeo a Libia y el consiguiente linchamiento de Muamar el Gadafi: “Vinimos, vimos ¡y se murió!”).Trump es el más importante de los demagogos de derecha pero no es el único que está oliendo para donde sopla el viento. lo huelen los líderes del brexit, los separatistas catalanes, los húngaros, los turcos de erdogan, los rusos de Putin...Y así había empezado desde el primer día: asegurando, porque lo creía de veras aunque estuviera en abierta contradicción con las evidencias gráficas, que a su ceremonia de posesión en Washington había asistido la muchedumbre entusiasta más grande y nutrida de la historia. Para contentarlo, sus gentes falsificaron las fotos, como lo hacían los fotógrafos de Stalin con las de los viejos bolcheviques. Porque nada de lo que está haciendo Trump es novedoso, y en eso reside su amenaza.Le recomendamos: Lo que se vienePor eso, en su conferencia de prensa del día siguiente, más larga aún que su discurso, insistió en que los representantes de las docenas de países no se habían reído DE él, sino CON él, compartiendo su excelente opinión sobre sí mismo: la risotada general en realidad había sido un aplauso. Y un aplauso dirigido a lo que han sido sus logros en sus dos años presidenciales, que a continuación enumeró: la ruptura de los pactos multilaterales asumidos por sus predecesores, tanto los solemnemente firmados, como el Tratado de París contra el cambio climático o el acuerdo sobre el desarme atómico de Irán, como los no explícitos pero mantenidos por décadas, como el de esperar a que se resuelva el conflicto entre israelíes y palestinos antes de decidir cuáles serán las capitales respectivas de los dos Estados, para no atizar el fuego. La retirada de los acuerdos comerciales y las guerras de aranceles y tarifas, para romper la Organización Mundial del Comercio. La retirada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. La de la Unesco. Las amenazas de la salida de la OTAN. Y de las organizaciones militares paralelas, como la Asean, y aunque no lo haya anunciado todavía, del TIAR interamericano. ¿O de la OEA? Y su mención explícita a la doctrina Monroe: “América para los americanos”. Y la carrera armamentista destinada a duplicar el gigantesco poderío militar de los Estados Unidos.Los funcionarios y burócratas multinacionales se rieron: Trump les pareció un payaso. Pero también se rieron hace ochenta y cinco años en el palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra los funcionarios y los burócratas cuando Adolf Hitler, recién instalado en la Cancillería de Alemania, mandó a decir que sacaba a su país de la Sociedad de Naciones, como poco antes había hecho Mussolini con Italia. Uno tras otro –Italia, Austria, el Japón, Checoeslovaquia invadida, la España de Franco– se fueron retirando de la SDN, los países fascistas, y eso sirvió de preparación para la Segunda Guerra Mundial.Le sugerimos: Alamedas imperialesDonald Trump es el más importante de todos los demagogos de derecha que hoy están lanzando prédicas nacionalistas y patrióticas, racistas, de rechazo a los inmigrantes y de oposición a la cooperación internacional; y es el más importante porque su país es el más fuerte, como lo era hace ochenta y cinco años la Alemania de Hitler. Pero no es el único que está oliendo hacia dónde está soplando el viento. Lo huelen los líderes del brexit inglés, los separatistas catalanes, los de la Padania italiana, los húngaros, los polacos, los turcos de Erdogan, los rusos de Putin que reconquistan el abolido imperio de los zares, los japoneses de Abe que quieren rearmar a su país. No es todavía el retorno del fascismo, pero hacia allá van las cosas. Esa es la dirección aterradora en que está soplando el viento.