Uno de los principios característicos del populismo es el de crear cortinas de humo y enemigos imaginarios para avanzar en agendas políticas propias y distraer la atención de los problemas reales. Lo hace siguiendo un manual bien establecido y aplicado consistentemente por todos los populistas tanto de izquierda como de derecha, que se basa en exacerbar las pasiones alrededor de falsos dilemas, convertir en esenciales debates secundarios y denunciar conspiraciones inexistentes supuestamente culpables de todos los males de la nación. Como en los trucos de magia, buscan esconder dónde está realmente la bolita.  Colombia hoy enfrenta una de las coyunturas más difíciles de la historia. El famoso pico de la epidemia nada que llega. La economía está en ruinas, con la peor caída de la producción nacional desde que se tiene memoria. El desempleo azota a millones de hogares y la pobreza galopa, borrando de un tajo décadas de lento y difícil progreso. Al mismo tiempo, la violencia resurge y sigue su mortal cosecha de víctimas en los campos olvidados del país. Lo ocurrido en Cali y en Samaniego, el resurgimiento de las masacres y el incesante asesinato de líderes sociales e indígenas han vuelto a convertirse en pan cotidiano de las noticias.  Hay millones de colombianos, la inmensa mayoría, que están sufriendo por esta combinación explosiva de tragedias humanas, económicas y sociales. Es la definición misma de una crisis profunda que requiere de la unión de esfuerzos de todos los sectores de la sociedad y de todos los partidos políticos. Si los hombres y mujeres que entran a la política dicen que lo hacen por una vocación de servicio y para ayudar a los demás, esta es la oportunidad perfecta para demostrarlo.  Desgraciadamente son muy pocos los que han demostrado estar a la altura de los retos y del momento crucial que enfrentamos. Son escasas y limitadas las intervenciones, las propuestas y la toma de posición de los partidos políticos y sus líderes alrededor de esa tormenta perfecta que devasta nuestro país. Por el contrario, la agenda política nacional está concentrada en los cálculos personalistas, las ambiciones y los acuerdos de trastienda para elegir y ser elegido, para repartirse las parcelas de poder y los puestos que vienen detrás. Así lo han vuelto a demostrar las pujas alrededor de las elecciones del defensor del Pueblo y del procurador general.  Más grave aún, en medio de tantas urgencias, toda la atención se enfoca alrededor de una persona y sus enfrentamientos con la justicia. Y por ese camino, surgen las propuestas sobre las “urgentes” reformas para tener una corte única, pero no para solucionar los problemas de acceso a la justicia o para ocuparse de sus serias deficiencias en eficacia o celeridad, sino para hacer un ajuste de cuentas contra las cabezas del poder judicial. O la propuesta de reducir el tamaño del congreso y volverlo unicameral que, bajo la excusa de reducir costos, lo que en realidad busca hacer más fácil el control del legislativo por parte del ejecutivo. Todo lo anterior amarrado a defender al país de una supuesta conspiración para imponer el castro-chavismo y salvar a Colombia de convertirse en una nueva Venezuela. Se les olvida mencionar que ese fue exactamente el tipo de reformas que impuso el régimen de Chávez hace casi veinte años. Así como la creación de una constituyente fue el artificio de Maduro para suplantar a la Asamblea Nacional que la oposición conquistó en 2015. Los polos extremos del espectro político son iguales en su populismo; prevalece en ambos el interés electoral y de poder sobre el interés general.  Es así como deben entenderse el ataque frontal a la Corte Suprema de Justicia y la renuncia a su curul del ahora exsenador Uribe. Como partido de gobierno, el Centro Democrático no puede criticar el manejo de la crisis que afrontamos. Tampoco tiene alternativas que proponer. Entonces tiene que revivir viejos fantasmas y enemigos que combatir para mantenerse vigente de cara a las próximas elecciones. Por eso el llamado a referendos y constituyentes marcan el arranque de la campaña electoral del Centro Democrático para 2022. No se extrañen si, como Rafael Correa en Ecuador o Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, mañana Uribe termina siendo candidato a la vicepresidencia de Colombia. Ahí está la bolita.