¡Sí que se habló de acoso y abuso sexual esta semana en Colombia! Primero, fueron las denuncias del hoy exsenador Gustavo Bolívar, quien afirmó que en el Congreso existía una red de intercambio de favores sexuales de trabajadoras del Legislativo, que para lograr ascensos debían ceder a los apetitos sexuales de sus jefes. Esta denuncia fue reiterada por la columnista y abogada Ana Bejarano, que insistió en la existencia de una especie de consenso silencioso en el que mujeres hermosas llegan al Congreso y deben someterse algunas a los caprichos lascivos de sus superiores. No obstante, hasta hoy no existe ningún nombre en concreto.

Luego vino el escándalo por las denuncias contra el señor Víctor de Currea-Lugo, a quien el canciller Álvaro Leyva había pensado como su embajador en Emiratos Árabes. Una vez trascendió que se daría este nombramiento, empezaron a conocerse señalamientos de actos de presunto acoso de este docente y analista. De Correa-Lugo reconoció que tuvo una relación con una estudiante universitaria, con la que incluso convivió por un tiempo, cuando él tenía 40 años y ella 18. Según él, era lo suficientemente adulta para tomar las decisiones y dio aviso de esta situación a la Universidad Javeriana, donde era docente.

Pero luego renunció a la Javeriana en un momento en el que corrieron rumores de que acosaba a sus estudiantes. Según le dijo De Currea-Lugo a Vanessa de la Torre, en entrevista en Caracol Radio, todo fue un montaje orquestado por las docentes Nelly Rodríguez y Marta Márquez, directora del Cinep, cuando De Correa-Lugo descubrió que la primera no tenía doctorado. Y entonces ellas dos, según dijo el señor, hacían todo esto para vengarse. Pero poco a poco empezaron a salir los testimonios de mujeres, una de ellas inclusive menor de edad, que relataban hechos asquerosos de cómo el designado embajador por el Gobierno Petro se habría aprovechado de su posición de docente para invitar a estudiantes a su casa y enredarlas hasta hacerlas caer en juegos sexuales. Todo un asco.

A pesar del ridículo argumento de este autoproclamado experto en Medio Oriente de que todo se trataba de venganzas por su posición, además, en favor del reconocimiento del Estado de Palestina, al final tuvo que declinar su aspiración a la vida diplomática. “Tengo un equipo de abogados que va a proceder a interponer las acciones legales contra los que me han difamado”, afirmó, mientras su grito indignado se ahogaba cada hora que pasaba en más y más testimonios de su abuso.

En estos dos hechos brilló por su ausencia la voz de una mujer que debió ser la primera en alzarla: la vicepresidenta Francia Márquez, designada ya como la ministra de la Igualdad, ese cargo que precisamente se creó dizque para eso, para proteger a las mujeres de las violencias de género.

Nada, ni un solo cuestionamiento, ni reclamo siquiera se escuchó de la vicepresidenta de la república sobre la intención de su colega de gabinete Álvaro Leyva y del presidente Petro de querer poner de embajador a una persona sobre la cual pesaban acusaciones tan graves. Ni tampoco frente a las denuncias de lo que estaría ocurriendo en el Congreso.

¿Dónde está también la voz de las mujeres de la bancada de Gobierno rechazando lo que está ocurriendo? ¿Y de todos esos congresistas llamados “progresistas” que en campaña prometieron que ni una mujer más abusada? Excepto María José Pizarro y Angélica Lozano, los demás fueron tibios, bien tibios, con la exigencia de investigaciones a fondo o el rechazo abierto a lo denunciado.

Hay que destacar lo que pasó con la representante por Dignidad Jennifer Pedraza, quien motivó a que las víctimas de De Correa-Lugo hablaran con la Casa de la Mujer para buscar la asesoría legal y poder denunciar. Y de destacar también la vergonzosa, deplorable y triste reacción del también aspirante a embajador en Suecia, Germán Navas Talero, quien trató de ridiculizar su iniciativa y le escribió en Twitter: “Qué vergüenza que esta vendedora de piñatas de bazar de pueblo sea representante a la Cámara. Por elementos como este es que el Congreso cada día está más desacreditado. La justicia, señora, no es un juego”. Y desde entonces se ha dedicado a insistir en que como no existe una denuncia formal en ningún caso, pues entonces no hay nada. Lo único deplorable acá es que se siga insistiendo en que si una víctima no denuncia es porque es una mentirosa.

Ese es el gran drama del abuso en nuestro país. Existe una presunción de inocencia que solo se destruye con las suficientes pruebas en contra. Y en el caso del abuso sexual, cuando ocurre en casos como los relatados en las supuestas víctimas de De Correa-Lugo, encontrar estas pruebas es un acto imposible, pues no hay violencia, no hay testigos, no hay rastros que tengan validez ante un juez. A las víctimas se les pone en entredicho, se afirma que consintieron, que fue algo que propiciaron o quisieron. Y al final nadie les cree porque no tienen cómo demostrar lo que dicen.

Por eso no hay denuncias ni en este ni en tantos casos similares que ocurren. Solo la voz que anima a destapar estar realidades es la única arma que les queda a las víctimas. Esa voz que sigue sin alzar la vicepresidenta de la república, que se supone defiende los derechos de las mujeres, y todos esos congresistas que llegaron allí agitando la bandera de la no violencia de género y que hoy callan cobardemente.