En Oceanía, un Estado totalitario en el que transcurre “1984″, la extraordinaria novela de George Orwell, se han roto todas las barreras imaginables en la configuración de un poder absoluto. La realidad es la que el Partido establece, no hay otra. Winston Smith, el último de los adversarios al régimen, luego de pasar por largas sesiones de tortura que han doblegado su espíritu, está dispuesto a aceptar que, si aquel así lo dispone, será verdad que dos más dos son cinco.

Nuestro Gobierno se ha desembarazado de las incomodidades de la coherencia en las negociaciones con los Elenos, a los que considera meros carteles dedicados a las economías ilícitas y, de manera simultánea, respetables revolucionarios que luchan porque Colombia sea un mejor país. Examinemos las pruebas.

No hace mucho el presidente, haciendo pedagogía histórica ¡por favor! Frente a la cúpula castrense, decía que el ELN había abandonado su vocación revolucionaria para convertirse en un eficiente cartel de distintos negocios ilícitos. La ira de los Elenos no se hizo esperar: declararon en suspenso las negociaciones y pidieron una rectificación inmediata. El gobierno cedió ante el ultimátum.

Sin embargo, como el presidente no podía ignorar sus palabras ante los militares, es evidente que cree que ambas posturas suyas, así sean incongruentes, son válidas, y lo son en el sentido Orwelliano. De nuevo: dos más dos son cinco. Lo que no puede la lógica lo logra la capacidad transformadora de nuestro gobierno a través del lenguaje.

En el General en su Laberinto de García Márquez, el personaje principal de esa obra le pregunta a su asistente: “¿Qué hora es?”. La respuesta es macondiana o, como diríamos ahora, petrodiana: “Mi general:¿Qué hora quiere que sea?”. Un caudillo, al que sus seguidores aman, todo lo puede. (Le perdonarán que, por odio a los bancos privados, que son eficientes, los ponga, para recibir unas dadivas, a hacer colas eternas en el obsoleto Banco Agrario).

Una reciente resolución presidencial ordena a las autoridades del Gobierno Nacional (no a los gobernadores que dicen lo que piensan y narran lo que padecen) que, en adelante, usen un “lenguaje de desescalamiento del conflicto armado” para referirse a los Elenos. Difícil transición lingüística. Se podría comenzar por llamarlos honorables criminales; más adelante, señores revolucionarios; y, si las cosas salen como lo sueña el Gobierno, señores ministros y embajadores.

El lenguaje Orwelliano es fecundo. Nunca imaginamos que la Paz Total significara el colapso de la autoridad estatal a través de múltiples ceses al fuego. Sucede así porque esos pactos son entre los distintos grupos delincuenciales y el Estado, pero no de ellos entre sí. Qué pena con la sociedad civil que se encuentra colocada en medio del fuego cruzado. Es lo que está sucediendo en Chocó, Catatumbo, Arauca, Caquetá, Cauca…

¿Qué lenguaje utilizará el Ministro de Defensa -campeón indiscutible del mutismo-, cuando integrantes de los grupos en tregua asesinen civiles inermes, recluten niños y adolescentes, secuestren campesinos o dinamiten escuelas?

Antonio García, uno de los líderes Elenos, decía que la paz con justicia social solo se puede lograr con la participación de la sociedad civil. Para ese propósito se realizarán encuentros con algunas comunidades en distintas partes del territorio nacional. Supongamos que los ciudadanos que concurran a esas audiencias gozan de amplia libertad de expresión; y que los grupos armados y los delegados del gobierno acuerdan reformas sobre el modelo económico y social que, de alguna manera, se inspiren en esos documentos. En tal hipótesis, el único compromiso que el gobierno puede cumplir es llevarlos a los foros institucionales propios de nuestra democracia. La obligatoriedad que han pactado Gobierno y ELN no es compatible con la Constitución.

Pasa lo mismo que con las consultas, supuestamente obligatorias, realizadas para la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo, que no fueron vinculantes y no podían serlo. El Gobierno presentó, como siempre ha sucedido, lo que le pareció, y el Congreso ejerció sus poderes como de costumbre. Sin embargo, y para complicar las cosas, debemos percatarnos de que los resultados de esos ejercicios producirían insumos para las mesas de negociaciones. Nada más. Si fuere el Pueblo quien en esos foros decide, las mesas de negociaciones se limitarían a servir de notarios.

¿Se atreverá Petro a convocar un referendo o una asamblea constituyente para validar unos hipotéticos acuerdos de paz? Es una posibilidad remota. Ambas opciones pasan por el Congreso en donde carece de mayorías. Y para mayor complejidad se precisa tener en cuenta que no se trataría de un solo acuerdo, sino, al menos, de tres, cada uno de ellos pactado en una negociación separada, para lo cual le quedan, apenas, tres años. Santos logró uno solo en su mandato de ocho años. Y casi no le alcanza el tiempo.

En un curso posible y probable de los acontecimientos, la Fuerza Pública quedaría maniatada a término indefinido: bien porque no se logran acuerdos con los actores armados ilegales, ya porque se suscriben y no es posible ponerlos en vigencia. Lo único que quedaría en pie serían los ceses al fuego, especialmente en este último caso. Grave la renuncia tacita del Estado al monopolio de las armas. Parcelado el país entre los señores de la guerra, la República de Colombia ejercería su autoridad únicamente sobre una porción minoritaria del territorio nacional. No se escandalicen: así era en el 2002.

Se nos dice que Colombia es potencia mundial de la vida, justamente cuando la violencia se encuentra desbordada. Es como si Orwell hubiera tenido en cuenta la Colombia de hoy al escribir su célebre novela.

Briznas poéticas. De Rafael Cadenas, gran poeta de Venezuela:

Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

….

Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.