Esta semana Francisco Santos presenta sus credenciales al presidente Donald Trump como embajador de Colombia ante el gobierno de Estados Unidos. Es un encuentro protocolario que habitualmente dura de 10 a 15 minutos. Santos ya anticipó el mensaje que le transmitirá: en varias entrevistas antes de partir, el embajador anunció el regreso de la fumigación aérea de cultivos ilícitos con glifosato. Los detalles de lapolítica antidroga fueron presentados personalmente por el presidente Iván Duque el martes durante una reunión con una delegación estadounidense encabezada por el subdirector de Política Nacional de Control de Drogas (ONDCP), James Carroll. Ese mismo día Trump publicó su memorando anual sobre el cumplimiento de países en la lucha contra el narcotráfico. Si bien no acudió a la amenaza de descertificación de hace un año, sí exigió a Colombia, México y Afganistán “redoblar sus esfuerzos… para reducir la producción y tráfico de drogas”.Le recomendamos: Rehenes del fundamentalismo ambientalEn una llamada el miércoles, el vicepresidente Mike Pence reconoció “los esfuerzos tempraneros del presidente Duque en la lucha crítica contra las drogas ilegales” y enfatizó que “es una prioridad crítica hacia adelante”. Más claro no canta un gallo: la agenda inicial Duque-Trump será sujeta al combate del narcotráfico, y la anunciada “desnarcotización” de las relaciones (la misión oficial del embajador Santos) quedó para después.Es entendible el foco: Colombia sufre de un crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos, una producción de 980 toneladas y la presencia de carteles mexicanos como el de Sinaloa en varios departamentos del país. Es una crisis que requiere la atención del gobierno y toda cooperación internacional es bienvenida.No es nueva la preocupación estadounidense ni se circunscribe a Trump. En tiempos de Barack Obama, eran frecuentes las quejas por el retroceso en este campo. La diferencia es que con la actual administración pasó a ser el tema central, en gran parte por el incremento sustancial de muertes por sobredosis de opioides en Estados Unidos y que en 2017 fue de 72.000 (en toda la guerra de Vietnam murieron 58.220 estadounidenses). El mayor aumento en fatalidades se dio en los consumidores de cocaína.No es el único punto de encuentro entre las administraciones Trump y Duque. Ambas dudan de la voluntad real de algunos miembros de las Farc de abandonar del todo el negocio del narcotráfico y temen que el reciente fallo de la Corte Constitucional sobre la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) le puso palos a la rueda a las extradiciones. Tampoco es casualidad que Venezuela fuera el otro asunto de la conversación telefónica con Pence y Duque, en la que los dos gobiernos se comprometieron “a mantener la presión sobre el régimen de Maduro”. La línea más dura en Washington, encabezada por el senador Marco Rubio, considera a Duque y el uribismo como unos aliados más confiables que su predecesor Juan Manuel Santos.Le sugerimos: A Duque no le conviene Ordóñez en la OEAHace unos días alguien me comentó del parecido entre Duque y Julio César Turbay Ayala, en cuyo gobierno trabajó el papá de nuestro actual presidente. Resaltó el ánimo conciliador de los dos mandatarios. He identificado otra coincidencia: su política frente a Estados Unidos. Son cada vez más los indicios de un regreso a la política exterior del respice polum (mirar hacia el polo-Estados Unidos) de Marco Fidel Suárez, que curiosamente cumple un centenario, y que tuvo como uno de sus mayores proponentes a Turbay. Pocas semanas después de posesionarse en agosto de 1978, la administración de Turbay firmó un acuerdo con Estados Unidos para incrementar las medidas antinarcóticos en La Guajira con el fin de combatir el cultivo y producción de la marihuana. Estados Unidos ofreció capacitación y equipos para la fuerza pública, y el gobierno de Jimmy Carter exigió la participación de los militares en la lucha, a la cual accedió Turbay. Los objetivos y estrategias fueron trazados por Washington.Puede leer: El Twitter de UribeDurante ese gobierno se negoció el tratado de extradición propuesto por Estados Unidos, y Colombia aceptó enviar tropas al Sinaí. Turbay se volvió el principal aliado de la política anticomunista de Ronald Reagan, que, como Trump, tenía sus detractores en la región. Fue una relación dependiente que generó pocos dividendos. No siempre coinciden los intereses colombianos y gringos, por amigos que sean los dos países. Por algo los sucesores de Turbay buscaron diversificar la política exterior. Una lección que el gobierno de Duque debería revisar.