Dos semanas antes de que estallara el escándalo de las chuzadas, que, dicho sea de paso, demuestra la disposición para escuchar de este Gobierno, mi año había comenzado de la mejor manera y me acomodaba a la llanura noticiosa de enero de manera feliz. Todo parecía en su lugar: el Gobierno había autorizado un aumento del salario mínimo en 50.000 pesos, qué más pedir: el restaurante de los Rausch no dará abasto. La tercera guerra mundial parecía inminente, y podría convertirse en el escenario perfecto para que Carlitos Holmes se luciera como ministro de Defensa. Iván Duque atendía una visita humanitaria a Bojayá, en la cual tiraba dulces como confeti: –Tengan, niños, pero guárdenlos para después de comer. Y circularon fotos de Gustavo Petro en Disney, a donde viajó con sus hijos para estudiar de cerca el fenómeno del consumismo: ¿cómo le habrá ido al líder de la izquierda en semejante infierno? ¿Se habrá puesto el gorrito con orejas de ratón? ¿Habrá sacado el fast pass humano para evitar a las muchedumbres libres que hacen filas de dos horas en cada atracción? –Petro, es decir yo, no se subirá en ese tren elevado, porque es corrupto. –Más bien apúrele, papá, y te tomas en otro momento la foto con Pluto. –Es un disfraz: adentro hay un hombre. Es un Pluto humano. Sin embargo, de manera tardía cayó a mis manos una noticia que impactó la tranquilidad que me produce ser colombiano en estos momentos, cuando, gracias a la máquina del tiempo uribista, amanecimos en el año 2006: volvieron los falsos positivos, volvieron las chuzadas; RCN está emitiendo de nuevo Los reyes. En cualquier momento Iván Duque aparecerá vestido con un frac tetillero.
La noticia es esta: según un informe del diario El Universal, la exalcaldesa de Lorica, Nancy Sofía Jattin, mejor conocida como Chofy, se llevó al hombro el inodoro del que fuera su despacho. Quiero decir: decía la nota que en el trasteo con que abandonó su oficina el 31 de diciembre, la exalcaldesa cargó el cepillo de dientes, el portarretratos de sus hijos, un par de sillas que eran de su propiedad. Y la primera taza del municipio: el váter más importante de la bella población de Lorica sin el cual su reemplazo, el nuevo alcalde, no tendrá dónde aliviarse, dónde revisar decretos. Se sabía que, como burgomaestra, doña Chofy era la dueña del trono: en todos los sentidos. Pero arrancar consigo el excusado no tiene excusa, valga el juego de palabras: ¿no sabe acaso que, como exfuncionaria, debe saber soltar, y más si se trata de un inodoro? ¿Cree pertinente acudir al tapen, tapen para defender su baño? ¿Su jugada acaso es un guiño a políticos de la región como el Popo Barros, como Chichí Quintero? A lo mejor por el historial de capturas de los Jattin, la noticia capturó mi atención, digo, y quise ir hasta el fondo del asunto. Finalmente, arriesgar el buen nombre de la exalcaldesa por culpa de un inodoro merecía una investigación a fondo para que no quedara manchado. Y su nombre tampoco. Máxime cuando los órganos de control han llamado la atención al respecto. Le pregunté a la señora Jattin si de verdad se había llevado el evacuatorio, o si acaso lo tomó en préstamo por problemas de liquidez. Pero a lo mejor doña Nancy Sofía quería atender a sus propios órganos antes que a los órganos de control. Y quizás la taza en cuestión fuera la misma tasa de crecimiento que tuvo el municipio durante su gobierno. ¿Nos encontramos entonces ante un delito? ¿El váter es público pero de uso privativo de doña Chofy? ¿Estamos acaso frente a una alianza público-privada, la famosa Apepé, o Apopó, para el caso? ¿Es el inodoro un activo legal? O por lo menos: ¿es un activo limpio, un activo lavado? Hice, pues, lo que haría un plomero, y fui directamente a la fuente. Y pregunté a la señora Jattin si de verdad se había llevado el evacuatorio, o si acaso lo tomó como préstamo porque tenía problemas de liquidez, en el término más amplio de la expresión. Pero de manera tajante adujo que eran calumnias de sus opositores, y que estaba dispuesta a demostrar ante la Fiscalía que el sanitario que hoy en día utiliza es propio. Sin embargo, la acusación del veedor Nelson González logró que el nombre de la exalcaldesa quedara untado, si se puede decir así, y ahora urge a las autoridades, al menos a las sanitarias, esclarecer los hechos para determinar si doña Chofy se quedó con la taza, o si se trata de una estrategia para ensuciarla. A doña Chofy, quiero decir.
También es preciso recuperar el inodoro para ubicarlo en el Museo Nacional, o siquiera en Palacio de Nariño: en el dejà vú que resultó ser este Gobierno, ningún adminículo sería más útil para repetir el patriótico diálogo que sostuvieron Yidis Medina y Sabas Pretelt para cambiar la Constitución. Acusan a la exalcaldesa de llevarse el inodoro del despacho para su casa: no hay metáfora más clara para dimensionar el ejercicio de la política en Colombia. Ambos asuntos son lo mismo: en ambos todo huele mal; los funcionarios resultan salpicados; se degluten todo tipo de detritos. Y todo funciona con palanca.