El lanzamiento del Sputnik 1 —el primer satélite artificial en orbitar la Tierra— en 1957 por parte de la Unión Soviética, seguido por el Sputnik 2 con la famosa Laika a bordo, marcó un momento histórico para la humanidad y el inicio de una competencia entre potencias en el contexto de la Guerra Fría, con el objetivo de dominar el espacio exterior. La creación de la NASA al año siguiente sería una respuesta directa de Estados Unidos a estos avances soviéticos.

Personajes como Yuri Gagarin y Alan Shepard son admirados por haber sido los primeros en viajar el espacio en la década de 1960, posicionando a la Unión Soviética y a Estados Unidos en un lugar destacado en la historia de la conquista espacial. Otro de los acontecimientos que recordamos, quizá con mayor entusiasmo, es el desafío planteado por el presidente John F. Kennedy de llevar a un estadounidense a la Luna, sueño hecho realidad con el histórico alunizaje del Apolo 11 hace 54 años, con Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins como tripulantes.

No obstante, un capítulo menos conocido por las nuevas generaciones es el deseo de Kennedy de enviar al primer astronauta afroamericano al espacio, un gesto que, según analistas políticos, le permitía lograr una convergencia entre su discurso contra la segregación racial y los objetivos espaciales de la nación.

Entre los candidatos, Ed Dwight se destacó como el más prometedor. Su historia refleja una pasión extraordinaria desde sus comienzos limpiando aviones en un aeródromo de Kansas cuando era niño hasta su exitosa incorporación a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, alcanzando el grado de capitán. Cumplía con todos los requisitos exigidos para ingresar al programa espacial y convertirse en el primer astronauta afroamericano, incluyendo 1500 horas de vuelo en aviones a reacción y una licenciatura en ciencias o ingeniería.

Desafortunadamente, el rechazo y la discriminación truncaron su aspiración. El asesinato de Kennedy en 1963 dejó a Dwight sin su principal protector, facilitando a sus detractores obstaculizar su progreso en el programa de astronautas, lo que finalmente resultó en su traslado a Ohio y su posterior renuncia en 1966.

La historia de Ed Dwight siempre me ha sorprendido. Hoy, la vida le ha permitido obtener el reconocimiento que merece, no solo como escultor —actividad a la que se dedica—, sino también por su entrega al sueño de conquistar el espacio. A pesar de enfrentar toda clase de barreras, trabajó incansablemente y, en mi opinión, triunfó en la medida en que, aunque no pudo viajar físicamente al espacio, su legado ha quedado grabado en el corazón de aquellos que sentimos curiosidad por el universo.

Muchas de sus esculturas rinden homenaje a destacadas figuras de la historia afroamericana y algunas incluso han sido enviadas al espacio. En reconocimiento a su inspiradora trayectoria, la NASA ha nombrado en su honor un asteroide del cinturón ubicado entre Marte y Júpiter: el asteroide (92579) Dwight.

No fue sino hasta más de veinte años después de que Kennedy invitara a Dwight a ser astronauta, que Guion Bluford se convirtió en el primer afroamericano en llegar al espacio en 1983. Sin duda, a Ed lo recordaremos no solo como el primer afroamericano entrenado para viajar al espacio, sino también como un testimonio de resiliencia y perseverancia, que allanó el camino para que astronautas de todos los orígenes pudieran seguir sus pasos y llegar cada vez más lejos.