El conflicto comercial entre Estados Unidos y China, intensificado desde 2018, trasciende el simple ámbito de los aranceles: representa la colisión de dos visiones del orden internacional. Mientras Estados Unidos busca preservar su hegemonía global a través de un enfoque realista y con medidas proteccionistas, China emerge como un retador a la presencia e influencia estadounidense que el mismo presidente electo, Donald Trump, decidió resguardar con determinación.
Ahora bien, la relación comercial entre Estados Unidos y China ha sido históricamente interdependiente. Estados Unidos depende de los bienes fabricados en China, mientras que China sustenta su crecimiento económico en estas exportaciones. Sin embargo, como señalan Keohane y Nye, esta interdependencia no garantiza unas relaciones armoniosas; puede ser una fuente de vulnerabilidad cuando una de las partes explota la relación para maximizar sus ganancias relativas.
Asimismo, el regreso de Trump a la Casa Blanca representa un nuevo aumento en las tensiones entre estas dos naciones. Bajo su eslogan Make America Great Again (Maga), Trump pretende imponer el primer día de su administración un arancel de 10 % a los productos chinos por la supuesta ineficiencia de Pekín para detener el tráfico de fentanilo. Esta medida estaría acompañada por un arancel del 25 % a los bienes mexicanos y canadienses.
Por otro lado, China ha respondido a través de una estrategia de ajustes legislativos y regulatorios, como la Ley de sanciones extranjeras y la lista de «entidades no fiables», que permiten a China actuar con medidas de represalia contra empresas extranjeras que amenacen su seguridad nacional.
No obstante, China también ha mostrado estar dispuesto al diálogo. En una reciente rueda de prensa en Pekín, el representante de Comercio Internacional de China y viceministro de Comercio, Wang Shouwen, dijo: “China está dispuesta a dialogar, ampliar las áreas de cooperación y gestionar las diferencias con Estados Unidos para promover el desarrollo estable de las relaciones económicas y comerciales”.
De igual forma, la embajada de China en Washington alertó que de esta guerra comercial ninguna de las partes se vería beneficiada. Otro claro ejemplo que señalan Keohane y Nye de lo que puede pasar cuando una de las partes genera daños colaterales al buscar maximizar sus ganancias.
En ese orden de ideas, Estados Unidos pretende limitar la influencia de China, mientras que esta busca remodelar el sistema para acomodar su ascenso. Mientras el uno muestra los dientes el otro trata de ajustar la correa de la que le interesa tener control.
Lo cierto es que, en medio de estas disputas, lo que está en juego puede ir más allá de los aranceles. Se compite por la influencia y el diseño del orden internacional. En un futuro, esta batalla puede llegar a tocar el terreno de los valores y de las ideologías.
Mientras tanto, el mundo está expectante a las decisiones que se pueden ir estructurando antes de la posesión de Donald Trump como el presidente 47° de Estados Unidos. Colombia, por su cuenta, manifiesta su “máximo reconocimiento a la voz del pueblo estadounidense” por medio de elogiosas cartas desde Presidencia.
Saben que con Trump no se puede jugar.