Todavía 24 horas después del secuestro de la sargento Ghislaine Karina Ramírez y sus dos pequeños hijos a manos del ELN, el presidente Petro no se había pronunciado sobre el tema. Esto sorprende, pues si algo ha caracterizado al presidente es ser una persona de gatillo fácil en Twitter. Su impulsividad para hablar de lo divino y lo humano, sin embargo, tiene un límite: cuando le toca criticar a las guerrillas y defender a la Fuerza Pública.
Creer que en la mentalidad del presidente no persisten rezagos románticos de su paso por una guerrilla es ingenuo. El primero en demostrar esto es el mismo Petro, que jamás ha lamentado su paso por la llamada violencia política armada ni mucho menos ha ofrecido excusas al país por esto. Ni más faltaba que no tuviera derecho de pensar lo que quiera pensar en un país libre como este, pero el problema está en que Petro ya no es solamente Petro, sino que es el presidente de la República y como tal debe encarnar la unidad de la Nación y la cara de institucionalidad, la misma que incluye a los ciudadanos honestos, los niños y la Fuerza Pública.
Que el presidente de la República no condene un acto de barbarie deriva, cuando menos, en algo parecido a la complacencia. Porque mientras los ciudadanos creemos que secuestrar niños sobrepasa cualquier frontera de lo aberrante, para Petro esto pasa a un segundo plano y su “negociación” con el ELN está por encima de todas las cosas.
Saldrán, como siempre con la muletilla de que precisamente para eso se hace un proceso de paz con el ELN: para que actos de barbarie absoluta no se repitan en el tiempo. Es verdad, pero no excusa bajo ninguna circunstancia ni el secuestro ni el silencio del presidente.
La paz no solo se negocia con los enemigos, sino también con los que quieren hacer, precisamente, la paz. Por eso, las muestras de buena voluntad son necesarias. Aquí, empero, el árbol nació torcido, pues mientras se negoció un cese al fuego que implica el supuesto silencio de las armas, se permitió de manera increíble que el ELN pudiera seguir secuestrando y extorsionando. ¿Cómo lo harán sin armas? La pregunta y su respuesta caen por su propio peso.
Pero incluso con esos tropiezos, la molestia de fondo viene del silencio presidencial. Si los responsables del secuestro de una mujer y sus dos hijos fueran grupos armados no inscritos a la izquierda, ¿Petro seguiría guardando el mismo silencio?
Que el presidente calle ante la barbarie del ELN significa de fondo algo peor: que en su mente aún existe algo que valida la violencia política, lo que contradice su discurso en busca de paz. Toda violencia es mala. Matizarla por política es inconsecuente.
Con este terrible secuestro, el ELN le midió el aceite a Petro. Llegaron hasta el fondo más recóndito de la maldad humana, secuestrar niños, y comprobaron que el presidente se los permitirá sin decir media palabra. Todos en Colombia oímos el atroz silencio de Petro ante la barbarie del ELN.