No han cesado en los últimos días las expresiones de rechazo frente a la serie sobre los hermanos Castaño. Razones no faltan: aferrada a una fórmula manida que al parecer ha resultado rentable, la televisión privada le apostó esta vez a contar la historia de los fundadores de las AUC. Como lo han señalado ya varios columnistas, lo que se ha visto hasta ahora es una serie carente de rigor histórico que, a partir de una relación ambigua entre realidad y ficción, ofrece una versión descontextualizada y sesgada sobre el paramilitarismo, que ofende a las víctimas y que además es bastante inconveniente en el momento actual en el que aún está en marcha el proceso de develar la verdad sobre este fenómeno.Sin embargo, pese a las expresiones de rechazo en las redes sociales, a las manifestaciones de las víctimas del paramilitarismo y a las distintas columnas en contra de la novela, los realizadores se han defendido diciendo que eso es lo que quiere ver la gente. A su vez, los artífices de Los Tres Caínes han criticado el boicot ciudadano orientado a que los anunciantes retiren su pauta, sugiriendo que se trata de una forma de censura. A la crítica se sumó incluso esta propia Revista, que en su portada del 23 de marzo señaló que este boicot “constituye un antecedente peligroso” pues “no es sano que se intente condicionar o manipular el contenido de la televisión con la inversión publicitaria”.Estas posiciones revelan una visión paradójica y peligrosa sobre la relación entre los medios y la audiencia. Con el argumento del rating, los medios se presentan a sí mismos como entes sin voluntad sometidos a la tiranía de la audiencia. Basta entonces que los televidentes opriman el control remoto para que el producto indeseado salga del codiciado prime time o desaparezca definitivamente de las pantallas. Pero cuando esa audiencia no es un simple televidente aislado que por coincidencia de gustos se sintoniza con otros para cambiar de canal, sino que es una masa crítica que acude a la acción colectiva para ejercer control sobre el contenido de la televisión, los medios acuden misteriosamente al argumento de su independencia. Al televidente-cliente se le obedece, mientras que al televidente-ciudadano se le acusa de censor. La apelación al retiro de las marcas, los plantones ante el canal y las cartas en contra de la novela no constituyen en lo absoluto una amenaza a la independencia de los medios. Todo lo contrario: los medios independientes solo pueden florecer en sociedades con una ciudadanía activa y crítica, pues es esta el más importante bastión para enfrentar las reales amenazas a la independencia de los medios: el poder político y el poder económico. Tiene razón la revista Semana al subrayar el peligro de que los anunciantes terminen condicionando el contenido de lo que se presenta en los medios. Pero hay que evitar las confusiones: no hay punto de comparación entre el boicot ciudadano contra los Tres Caínes y, por solo mencionar un caso sonado, los publirreportajes pagados por Pacific Rubiales. Si de defender la independencia se trata, los medios deberían estar más preocupados por los segundos que por los primeros.Pero bueno, tal vez cuando en este caso se invocó la independencia, en realidad se quería hacer referencia a otra cosa. Quizás a la soberanía, esto es, al poder ilimitado de imponer un contenido conforme a lo que dicta el rating. Esta fórmula es en sí misma cuestionable, pero tratándose de una serie que cuenta una versión sobre el paramilitarismo en Colombia resulta abiertamente peligrosa, por decir lo menos. El país está atravesando por un proceso de esclarecimiento de la verdad que tiene como fin reparar a las víctimas y allanar el camino para que un fenómeno como el del paramilitarismo no se repita. Si en medio de este proceso, la única versión de esta historia que llegarán a conocer miles de personas es la construida por un canal a punta de criterios de marketing sobre lo que la gente promedio quiere ver, mejor apague y vámonos.*Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad Dejusticia