El 29 de marzo de 2019. Esa fecha fue escogida por el Reino Unido como el día D. A partir de ese momento, los británicos serían por fin libres del yugo europeo. Iba a ser una fecha histórica. Todo había nacido el 23 de junio de 2016 cuando 52 por ciento de los votantes dijeron sí al plebiscito. Fue sorpresivo. Los encuestados respetables daban una victoria para aquellos que querían quedarse. No era predecible otro resultado; francamente, el primer ministro británico no hubiera realizado esa votación si fuera a perder. Las primeras horas postriunfo fueron de efervescencia. La cantidad de recursos ahorrados –350 millones de libras esterlinas cada semana– se podría invertir en la salud. No más plata para burócratas de la Unión Europea. El día después, sin embargo, hubo una aclaración: no era cierta la cantidad de los recursos. Era “fake news”. Puede leer: Uribe III También quedó claro que no había un programa. Que, a pesar de la retórica, los partidarios del brexit pensaban perder. Esa derrota podría servirles para las próximas elecciones. Pero ganaron. Fue tanta la sorpresa que Nigel Farage, el líder mediático, renunció a su posición como directivo del movimiento independista. David Cameron dimitió y produjo un cambio en la cabeza del partido conservador. Theresa May prometió un camino expedito y rápido. Fue ella quien impuso una fecha de salida. Calculaba que algo más dos años serían suficientes para organizarse. Que no debería ser difícil. En ese momento se habló de la frontera con Irlanda y su impacto en la Unión Europea. Habría que negociar un acuerdo especial que tuviera en cuenta esa complejidad. Hay tiempo, arguyeron los del brexit. Hay otros temas y prioridades. Ese asunto se puede arreglar con tecnología. Aparentemente, no era cierto. Era algo más que tecnología. Hoy, en vísperas de la fecha de independencia, la primera ministra tuvo que ir a Bruselas a pedir cacao. Tiene que convencer a 27 jefes de Estado y de gobierno para que le regalen unos tres meses más. En la tercera votación, que se realizará en los próximos días, el parlamento británico decidirá la aprobación del plan. El debate ha sido complejo, en las dos ocasiones anteriores la propuesta fue derrotada abrumadoramente. Le recomendamos: Silencio Al brexit le tocó manejar una transición sin un plan. En Colombia pasó lo mismo. Los del No, no querían triunfar en el plebiscito. Las encuestas pronosticaban una victoria cómoda para el Sí. Los del No querían reducir la diferencia y arrancar de una, la campaña presidencial de 2018. La victoria del No cambió todo. Nadie sabe qué hubiera pasado si el viernes siguiente, el presidente Juan Manuel Santos no hubiera recibido aquella histórica llamada a las cuatro de la mañana de los Premios Nobel. Esa llamada cambió el tablero. Con el Nobel se garantizó el acuerdo con las Farc. Curiosamente, los uribistas seguían convencidos de que el pueblo les había dado el espaldarazo. Hasta hoy. Le sugerimos: El caballo de Troya de Duque Para los uribistas el país paró el 2 de octubre de 2016. Todo lo que vino después tiene la marca de ilegítimo. Consideran la victoria de Iván Duque su excusa para alterar lo acordado. En las últimas semanas, el Centro Democrático ha hecho una nueva propuesta: aprovechar las seis objeciones a la ley de Justicia Especial de Paz, para pasar la página. La propuesta no fue bien recibida. Hay quienes no le creen al expresidente Álvaro Uribe. Hay una sospecha de que detrás hay más; queda un sabor a incredulidad. Es curioso que los uribistas, como los del brexit, enfrenten hoy su dilema: si hubiera alguna forma de desmontar el acuerdo de paz, lo harían. Inmediatamente. El problema es que Santos logró meterlo en la Constitución. Y obtener una reforma constitucional es un proceso largo, desgastante y tedioso. El año 2016 fue el de las sorpresas. Ganaban sin querer queriendo -incluido Donald Trump-. En el año 2019 comienza a revelarse el desenlace. Después de dos años largos, el Reino Unido perdió su norte. Después de dos años largos, el uribismo sale del letargo de la paz.