En el arduo camino de la vida, empezamos como caminantes y terminamos como peregrinos…
Cansados del camino, estamos todos sedientos de paz, en ocasiones sentimos como si hubiéramos atravesado un desierto que nos ha dejado sin fuerzas, luchamos como soldados en la batalla de la vida y vivimos exhaustos buscando un lugar físico y espiritual en donde descansar.
Trae a tu memoria el momento en el cual tu hijo o tú mismo dieron sus primeros pasos, para comenzar a andar por el camino de la vida; desde el momento en el que, de manera temerosa pero divertida, dimos nuestros primeros pasos, nunca imaginamos que caeríamos y nos tendríamos que volver a levantar de modo tan seguido como lo hace un bebé.
En nuestra adultez seguimos dando tumbos en el camino de la vida, tropezando, lastimándonos, levantándonos de nuevo, en ocasiones vamos muy de prisa y con afán de llegar a alguna meta o lugar y así vamos intentando aprender el arte de andar, de forma segura, serena y con pasos firmes, para alcanzar finalmente la meta de la plenitud y la paz interior.
Todos somos caminantes y todos nos convertimos en peregrinos…
Un peregrino es aquel que anda por tierras extrañas que, impulsado por su devoción, va a visitar un santuario y viaja por lugares desconocidos, llevando en su mochila, fe, esperanza y caridad.
Quizá no siente que pertenece a un mismo pueblo, ni a una misma raza, cuando va encontrando a otros caminantes al andar, pero sí se reconoce hermano de aquellos compañeros que va encontrando por el camino, quienes lo acompañan y lo alientan a continuar.
Una peregrinación supone un viaje de sanación espiritual a una montaña sagrada o a un lugar de devoción, silencio y encuentro con lo más íntimo del ser, de igual modo, una peregrinación es un viaje a las profundidades del ser, en donde encontramos silencio y reflexión, sin embargo, en la mayoría de los casos encontramos ahí en nuestro centro sagrado, angustia, miedo, incertidumbre y soledad.
Emprendí entonces el camino a Santiago de Compostela, para alejarme del mundanal ruido y perderme por senderos desconocidos de verdes praderas, de silencios y de hermandad.
Caminábamos más de 20 kilómetros cada día, de la mano de otros caminantes desconocidos, con quienes íbamos tejiendo conversaciones profundas, sin saber a donde nos llevaba cada paso al andar.
Desde el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago, millones de peregrinos han caminado sobre las mismas piedras, cargando los mismos dolores, llevando el mismo cansancio físico y emocional, cruzando los mismos montes, bajo la misma motivación: reflexionar, meditar y orar para repensarse la vida y encontrarle el sentido a la propia existencia.
En el año 2018, más de 500.000 peregrinos, emprendieron este viaje espiritual hasta el sepulcro del Apóstol Santiago, hoy me pregunto si cada uno de esos peregrinos se habrá detenido a pensar que, en el viaje de la propia vida, todos somos peregrinos que vamos de camino hacia nuestro propio sepulcro.
Que ironía tan grande, pues al iniciar el camino todos llevamos equipajes pesados y repletos de todo aquello que imaginamos que íbamos a necesitar a medida que nos íbamos adentrando en el camino.
En ocasiones, en un sendero arduo y difícil, nos percatamos de que todo aquel equipaje que creímos indispensable, en cambio, se iba tornando pesado y sentíamos, más bien, necesidad de deshacernos de él, de botarlo, soltarlo y liberarnos del peso; tal como sucede en la vida misma.
A lo largo de la vida nos vamos cargando de un equipaje emocional que cada día nos pesa más, obligaciones autoimpuestas, relaciones tóxicas y conflictivas, perdones que debemos dar, perdones que debemos pedir, heridas que necesitamos sanar, situaciones dolorosas que debemos olvidar, personas que debemos soltar y dejar ir y así poco a poco, nuestra mochila del camino se va tornando insoportable y pesada.
En siglos pasados, las guerras, las hambrunas, la crisis de las religiones, las plagas, las pestes y pandemias, causaban en las personas una gran necesidad espiritual de alejarse para sanar, para huir, para restaurarse y conectarse con el Creador pues en el camino encontraban bálsamo de consuelo.
Se supone que la evolución del ser debería proporcionar a las almas un esclarecimiento espiritual, a través del cual los hombres aprenden de su propia historia de dolor y no repiten aquello que les lastimo y les causo su aniquilación.
Hoy deberíamos caminar por peregrinaciones personales y globales en las que la paz y la fraternidad deberían reinar y gobernar al mundo, pero hay lecciones que nunca se aprenden y hoy, igual que en la edad media, la raza humana sigue estando encadenada a las fuerzas de la decadencia, de quienes gobernados por el ego y la sed de poder destruyen a miles de seres indefensos que intentan caminar haciendo el bien sin lastimar a otros.
Beethoven musicalizó, en su novena sinfonía el poema escrito por Schiller, El himno a la alegría con el propósito de hacer una honra a la fraternidad universal, algunas estrofas que aquí recuerdo nos inspiran la ilusión más grande de todo ser humano regido por su espíritu:
Escucha hermano la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día, si en tu camino solo existe la tristeza y el llanto amargo de la soledad completa…
…Si es que no encuentras la alegría en esta tierra búscala, hermano más allá de las estrellas, ven canta sueña cantando, vive soñando el nuevo sol, en que los hombres volverán a ser hermanos…
Hoy, es devastador caminar por el sendero del camino de Santiago cientos de años después y ver como no escuchamos las señales de Dios, ni el llamado musical sublime de Beethoven, ni el llanto de los niños de Ucrania, ni los gritos desgarradores de Viktor Frankl en Auschwitz.
Hoy, tenemos que llevar nuestras manos a los oídos y agarrarnos la cabeza, tal como lo hizo el personaje de la obra “El grito” del pintor noruego Edvard Munch, en la cual el maestro representa al hombre moderno en un momento de profunda angustia y desesperación existencial, El grito representa nuestro grito interno, nuestra impotencia y nuestra desolación, en medio de un mundo dominado por las potencias del ego y el poder.
El camino de la vida, tal como el camino de Santiago, nos inspiran a alejarnos de todo aquello que nos quita la paz, para adentrarnos en nuestro refugio interior, nuestra alma, el único lugar en el cual Dios nos dará una paz imperturbable para resistir tanta devastación.
Mi píldora para el alma
En medio del camino de la vida y sus vicisitudes, encuentra tu luz interior para iluminar tu sendero.
No permitas que la oscuridad del mundo que te rodea apague tu luz propia y te sumerja en las tinieblas.
Si buscas la luz afuera de ti, corres el riesgo de que tu luz propia se apague.