No sé si todavía vivía en Valledupar cuando oí la historia de dos ganaderos vecinos de finca. En alguna ocasión, la cerca fronteriza se cayó y las vacas de uno pastaban en las tierras del otro. Éste se molestó y dio un plazo a su compadre para que la arreglara. Pero el compadre no lo hizo y las vacas siguieron robando pasto. Una tarde llegó a casa del compadre un hombre con una caja. Al abrirla encontró los testículos de su toro semental con el mensaje: “Si no arreglas la cerca, las próximas serán las tuyas”. Historias como esta se cuentan por millones en Colombia, no solo en Valledupar, porque aquí los problemas se arreglan a los machetazos. El machismo enseñó desde siempre no solo que los hombres debíamos reprimir las emociones -nunca llorar, por ejemplo-, sino también que el único lenguaje posible es el del odio y la venganza. El machismo es un ancla en el pasado, un obstáculo para el desarrollo de Colombia: detrás del problema de la tierra está el macho territorial que solo sabe de violencia para hacerse “respetar”. Y ahí vemos: hombres enfermos de odio que, luego de vengarse, siguen con el corazón podrido: la venganza no les sanó la herida. Ahora que los fusiles amenazan con callarse se percibe en el aire una nueva emoción en estos hombres: el resentimiento. El resentimiento no es un asunto de condición social. Cualquiera que crea que se le ha faltado el respeto porque alguien no le rindió suficiente pleitesía a sus privilegios o porque no ha sido tenido en cuenta por quien él considera superior, puede estar hoy resentido, igual que todos estos políticos que han sido expuestos públicamente por corrupción. Entre más perendengues tengan los apellidos, más se resiente esta gente. Por eso han perdido de tajo el humor y miran con fuego en los ojos: creen que así los respetan más. Por fortuna, el cambio se está dando. Se nos viene imparable, según se desprende de las marchas del pasado viernes en Buenos Aires, CDMX y Madrid, una gran revolución feminista. El viejo machismo está cada vez más acorralado, lo que ha permitido que los más jóvenes se apropien de otras formas de ser masculino. Después de tantos siglos ejerciendo el rol patriarcal, que se les cuestione el poder, de una parte, y que ellos mismos tengan que cuestionarse su propia masculina, de otra, les está quedando muy difícil. Dicen que esto es “una moda” o que “Las feministas son unas locas”. No sólo se equivocan: están quedando por fuera de la historia, pues las mujeres se quieren hoy mucho más a ellas mismas y se saben valientes para exigir los mismos derechos que ellos. El conflicto nacional tiene una raíz anclada en el machismo. Oí ayer a alguien decir en la radio: “Solo los valores femeninos o de las mujeres pueden sacarnos del lío que hemos organizado los hombres. Son la única salida que tiene la humanidad en estos momentos”. Yo también estoy convencido de que son estos valores los que pueden reconciliar al país usando el verbo que ellas más conocen: convencer. Quizá entonces, cuando el macho colombiano aprenda lenguajes y masculinidades diferentes, logremos por fin la paz. Ñapa. 1. La estrategia del uribismo para conseguir el apoyo de la base de su partido fue decir que, con las objeciones a la JEP, estaban cumpliendo una promesa de campaña. Si de algo viven los políticos es de prometer sin cumplir. De hecho, Duque también les prometió no subir los impuestos y les incumplió. ¿Una promesa de campaña está por encima de los intereses de todo un país? Para el uribismo, con tal de que no haya "impunidad" lo mejor es abolir la justicia. Desconocer el fallo de la Corte Constitucional es abrir una puertecita como la que en su momento abrió “el articulito”.  

@sanchezbaute