La ya famosa foto de Petro con los cacaos en Cartagena es un gran triunfo para el gobierno nacional y una apuesta necesaria, pero costosa, para el sector empresarial. Por la costumbre del empresariado colombiano, más no por que Petro lo amerite, difícil decirle no a la oportunista invitación del jefe de Estado. Los cacaos, quien lo creyera, quedaron arrinconados.
El evento de Cartagena aviva la reflexión sobre la relación que debería darse entre el poder presidencial y el poder económico tradicional, en general, y entre Petro -el más controversial de los jefes de Estado desde los días de Samper- y los grandes grupos económicos colombianos, en particular.
La dinámica entre el gobierno nacional y el gran sector privado colombiano, desde la promulgación de la Constitución de 1991, ha tendido a desarrollar una vocación de construcción conjunta, comprensión y hasta de sospechosa y preocupante complicidad, que llevó a fenómenos culturalmente aceptados como la financiación de campañas políticas presidenciales con recursos de los grupos económicos, o de sus familias propietarias, las cuotas burocráticas en los gobiernos de turno y la popular puerta giratoria entre el sector público y el sector privado, entre otros.
Pero Petro llegó a barrer con esas costumbres. Prometió refundar la relación con el sector privado a punta de desplantes, vituperios, difamaciones y presiones para reducir el poder empresarial sobre el Estado y la sociedad. Por eso el primer incoherente de la foto es el presidente.
Y luego están los cacaos que asistieron, que no son incoherentes a la altura de Petro, pero pecaron por seguirle tan fácilmente el juego al presidente. Se dejaron llevar por los 15 meses de nostalgia gobiernista, por evitar más distanciamiento y por conveniencia estratégica. Y algunos fueron con sentido patriótico. Insisto en que era difícil decir que no, pero se hubieran podido exigir condiciones para evitar la obvia manipulación del gobierno, reflejada -precisamente- en la foto.
Pero para los cacaos no era fácil imponer condiciones porque históricamente la relación entre gobierno y sus grupos ha fluctuado entre la colaboración y la complicidad. Bajo presidentes anteriores como Pastrana, Gaviria, Uribe, Santos y Duque, se observaron diferentes enfoques para atraer la inversión y favorecer el desarrollo empresarial, tan necesario para el país. Cada gobierno adoptó estrategias que oscilaban entre brindar incentivos fiscales, abrir mercados internacionales, brindar seguridad jurídica y facilitar la participación del sector privado en servicios públicos. Además, los cacaos ponían ministros y altos funcionarios públicos.
Petro es otra cosa. Nunca les dará a los cacaos lo que les dieron antes, pero con la foto demuestra que reconoce su importancia estratégica. Los quiere cerca, para neutralizarlos. Los escuchó para impulsar el acuerdo que necesita él y el país, pero en el fin de semana siguiente a la reunión, reiteró que las reformas van porque van. Tampoco conocemos una agenda seria de trabajo hacia adelante entre los fotografiados cacaos y el gobierno nacional. Hubo francachela y comilona, pero no acuerdo.
Y menos mal no hubo acuerdo porque los cacaos, aunque muy importantes para el desarrollo económico de la nación, claramente no representan el tejido empresarial colombiano. Ni todas las grandes fortunas, ni todas las regiones claves para el crecimiento económico, ni todos los sectores estuvieron representados en el cónclave.
Los cacaos que asistieron deben evitar que la convocatoria de Petro, ignorando a otros grupos y a los gremios, profundice las ya existentes diferencias en el seno empresarial. Los cacaos que, tras la reunión quedaron con la puerta más abierta para seguir hablando con el gobierno, deben exigir que del acuerdo hagan parte los grandes gremios, los líderes empresariales de todas las regiones claves (como Antioquia, por ejemplo) y estén representados todos los sectores que jalonan el desarrollo (como minería e hidrocarburos). Se volverían cómplices del desastre si solamente conversan con los que conviene al presidente.
No debería avanzar el acuerdo sin que haya una gran cumbre del presidente con los gremios. No hacerlo es socavar el sistema democrático empresarial engranado a través de asociaciones empresariales y cámaras empresariales. Allí hay pensamiento técnico, acceso a conocimiento internacional, buenas prácticas y talento humano, que los cacaos deben promover para que el gobierno nacional no los excluya, como lo viene haciendo.
Si bien es correcto escuchar el llamado del presidente, bajo el principio de buena fe -a pesar de las diferencias ideológicas tan profundas- los cacaos deben primero exigir respeto al primer mandatario hacia el sector privado, si quiere contar con él genuinamente para el gran acuerdo nacional. Petro debe, para empezar, cesar la hostilidad verbal contra las empresas a las que frecuentemente culpa de los problemas de la nación.
Es la oportunidad de oro para que los grandes grupos económicos exijan ser escuchados acerca de los ajustes que requieren las reformas petristas, porque todas, sin excepción alguna, apuntan a debilitar el papel del sector privado en el desarrollo del país. Sin garantías para que las propuestas de los empresarios sean consideradas, los cacaos no deberían dejarse seguir manoseando por el gobierno nacional.
Y es el momento de exigir que para que haya más fotos, el gobierno debe respetar la institucionalidad económica del país, porque Petro va claramente hacia la intervención de los principios macroeconómicos que han convertido a la economía colombiana en un sistema estable y confiable. Si no se respeta la regla fiscal, no deberían volver a posar nuestros ingenuos cacaos.