Primero, la prioridad del progresismo es concentrar el manejo del dinero en manos del Estado. La insistencia en que la salud, la educación, la comida, se vuelvan derechos no tiene nada que ver con conseguir esos objetivos para la gente y por esa misma razón nunca lo logran. La Argentina peronista, la Venezuela madurista y muchos más ejemplos demuestran que el discurso de los progresistas se desvía de la realidad: la educación es de calidad deficiente; la salud, mal manejada, y los indicadores de pobreza, escandalosos, a pesar de su discurso y sus promesas.
La realidad es que los derechos que el progresismo reclama para la gente son sólo una forma, una estratagema para concentrar el poder y el dominio del dinero en la clase política. Cuando los derechos que se deben cumplir obligatoriamente sólo el Estado los puede proveer, porque es el Estado el que los promete y debe garantizarlos.
Es así como para el progresismo ya no es suficiente que el Estado regule la prestación de la salud, sino que tiene que construir hospitales y prestar los servicios de aseguramiento de las EPS. Es así como las pensiones deben ser administradas por Colpensiones, así sea ineficiente en el manejo de los dineros y plagado de malversaciones de fondos. Es así como el Estado, por medio de Internexa, debe organizar a las juntas de acción comunal para instalar internet; como Ecopetrol debe hacer realidad la transición energética y como el Ejecutivo debe proceder a la expropiación de tierras sin prácticamente contar con el poder judicial. Todo esto con el único fin de que la clase política controle los flujos de dinero y pueda definir su destinación, a pesar de que el sector privado lo hace de manera más eficiente.
Paralelamente, con el fin de controlar más fondos, el progresismo incrementa significativamente los impuestos, lo cual va directamente contra el bienestar de su prójimo: le sube a la gasolina, al ACPM, grava los alimentos con IVA, quita las exenciones de los declarantes de renta, intenta gravar hasta lo que empresarios pagan en impuestos y se obstina en reforma tributaria tras reforma tributaria.
En realidad, estos esfuerzos del progresismo apuntan en la misma dirección del fallido manejo centralizado de la economía implementado por la Unión Soviética y que llevó a este país a la quiebra; es el Estado en función de la clase política, donde quien controla los medios de producción no es quien más crea valor a la sociedad, sino quien se hace elegir en cargos públicos.
Fundamentalmente, esa cosmovisión está equivocada. Quien se hace elegir en cargos públicos lo hace porque es capaz de conseguir votos y no porque respondan de la manera más eficiente a las necesidades de las comunidades. El equivalente en fútbol de esta situación sería poner de delantero al arquero: los políticos de profesión no se preparan ni saben administrar negocios y mucho menos lo hacen más eficientemente que los que se especializan en esa labor en el sector privado.
La visión del progresismo de cómo manejar el dinero que acaparan desde el Estado también es de corto plazo. El concepto de inversión es ajeno a ellos, lo importante es dar la sensación de que les importan los votantes y llenarlos de subsidios. Bien es sabido, para todos menos para los progresistas, que para beneficiar al prójimo hay que facilitar la creación de empresas eficientes que puedan competir no solo en Colombia, sino en el ámbito internacional, y para eso se necesita inversión. No es que no se pueda competir con modelos impulsados desde el Estado, los chaebol coreanos demuestran que sí es posible, sino que la visión del progresista es de corto plazo y se concentra en mantenerse en el poder, sin inversión ni eficiencia.
En defensa de su visión, el progresismo está obligado a atacar a quienes lo hacen mejor que ellos, para no perder el beneplácito de sus electores. Por eso golpea sin piedad a los emprendedores y a los empresarios, los demoniza, los llena de impuestos y los expropia. Son su mayor amenaza porque ellos sí crean valor y desnudan su inutilidad. Paralelamente, además de tachar la clase empresarial, el progresismo también agrede a la prensa, el mensajero que hace aparente su incapacidad. No sorprendentemente, todos estos elementos los vemos hoy en el gobierno del Pacto Histórico.
Lo triste de esta historia es que, además de destrozar el futuro y el bienestar de más de cincuenta millones de colombianos por carecer de un modelo de desarrollo, el progresismo acaba de pasada con el pilar más importante de la democracia, el de las libertades individuales. Cuando se opera el Estado en función de la clase política, el Estado, a los progresistas se les olvida que existe un prójimo al cual se deben.