Trabajé en Suiza hace más de 40 años y he regresado muchas veces a visitar en distintos cantones a amigos colombianos, suizos, norteamericanos y otros. Viajé infinidad de veces en tren de Brig a Ginebra, después de cruzar la frontera italiana en Domodossola. En los vagones de la SBB hice en muchas ocasiones el recorrido de Lugano a Zúrich, que en esa época duraba más de tres horas y hoy menos de dos. Comprobé que uno podía poner el reloj por la hora de salidadel tren, porque si el horario decía 8:01 a. m. a esa hora exacta partía. Atravesé el país en tren del cantón Tesino (en italiano Ticino) hasta Ginebra, donde Borges está enterrado en el Plainpalais. Con mi esposa subí a pie al monte San Salvatore en Lugano, llamado el Pan de Azúcar de Suiza.
Estuve en Surcasti, una aldea de cien habitantes en los Grisones, donde se radicaron un amigo suizo y su esposa de Ocaña (a ella, Tina Conde, le pregunté qué extrañaba más de Colombia, si las arepas, el bocadillo o el arequipe, y me respondió que las empleadas del servicio). Me alojé en Magnolienpark 4, en Basilea, en el apartamento de una amiga suiza antropóloga cuyo esposo e hijo se ahogaron en el río Putumayo por allá en 1975. Probé los chocolates Ragusa, que poco se exportan, y compré chocolates Frey en los supermercados de la Migros. Admiré la democracia directa que recordaba en sus memorias el teólogo Hans Küng, cuando los pastores se reunían en cabildo abierto en cada pueblo para decidir por mayoría. Visité el museo del glorioso Paul Klee en Berna, construido en forma de hangares por Renzo Piano. Pregunté por qué exhibían apenas 300 o 400 cuadros de los 6.000 que posee el museo y me dijeron: “Somos un país pequeño”. Sí, pequeño pero supremamente rico. En los trenes, los vagones del silencio, donde nadie habla ni usa el celular, ni come un pedazo de emmental, son exquisitos para quien viene de Colombia, el país del ruido. Las montañas y los lagos de Suiza son la octava maravilla del mundo. Vistos desde los ferrocarriles parecen de fantasía. La hotelería suiza es la mejor del mundo. Mezcla confort y discreción, pero el país es venenosamente, ridículamente, caro.
En 1980, cuando tenía que volver a Colombia, me quedé dos semanas más de lo permitido. Me llegó una carta de la policía preguntándome por qué seguía recibiendo correo en esa dirección. No entiendo cómo en un país organizado como Suiza, donde todo se planifica, donde existe aversión al riesgo, ocurrió la catástrofe del banco Credit Suisse. La larga cadena de chambonadas es lo menos suizo que alguien pueda imaginar. Los bancos suizos se apoderaron de las cuentas de los judíos asesinados en los campos de concentración y aceptaban el lucro de dictadores como Mobutu, Marcos y Baby Doc, y los 200 millones de francos que depositó Vladimiro Montesinos, pero eran prudentes con el dinero. El año pasado, el CS fue condenado por un tribunal suizo por lavado de activos provenientes de la cocaína. ¡En 2022! Un empleado del banco le recibía maletas llenas de billetes a un búlgaro dedicado a la lucha libre.
El CS se había vuelto un hazmerreír. Cada vez que había un fraude bursátil, el CS aparecía de primero entre los bancos que habían financiado a los cabecillas, como pasó con Archegos y Greensill. En 2020, tuvo que renunciar el presidente del banco por contratar detectives para espiar a un antiguo ejecutivo. Hace dos años, el CS fue multado con 475 millones de dólares por su papel en un escándalo de corrupción en Mozambique. Entre 2007 y 2014, el entonces presidente del CS recibió una remuneración total de 160 millones de francos mientras la acción cayó 70 por ciento. El CS venía debilitado hace años por escándalos, pérdidas gigantescas y pésimas inversiones, pero su deceso no estaba cantado. Ocurrió el 19 de marzo, cuando para salvar el sistema financiero internacional, las autoridades de Berna obligaron a UBS a rescatar a su rival Credit Suisse. El contagio del Silicon Valley Bank hizo que los clientes del CS retiraran 35.000 millones de dólares en tres días. Una institución que había sido modelo, como dijo la ministra suiza de finanzas, y que se creó hace 166 años para financiar la construcción de ferrocarriles, iba a quebrar.
El banco UBS, que ahora rescata al CS, hace 15 años tuvo que ser rescatado por el Gobierno suizo por inversiones en hipotecas tóxicas (subprime). La estable y tradicional Confederación Helvética quiere parecerse a Honduras. La conservadora banca suiza solía ser el refugio en medio de la tempestad. Ahora tambalea Suiza, donde los bancos son cinco veces el Producto Interno Bruto, mientras los bancos colombianos siempre registran utilidades. Hoy, Colombia es potencia mundial de la banca. En el CS se esfumaron la prudencia, la seguridad y la solidez. Colombia es el país donde los bancos no necesitan salvavidas.