La democracia es su enemigo. Igual que la verdad. La coherencia. La templanza. El pacifismo. La prensa libre. La independencia y rigurosidad del Banco de la República. La propiedad privada. Las normas que rigen el Estado de derecho.

Gustavo Petro detesta, como buen populista autoritario, que frenos constitucionales y prudentes se atraviesen en su camino. Que la cruda realidad desmienta su incontenible verborrea. Pocos mandatarios han sido tan demagogos e incendiarios en Colombia como el líder del Pacto Histórico.

Y es triste, insistiré hasta el infinito, porque sería necesario unir a los colombianos en torno a la urgente defensa de la Naturaleza, la cruzada que muchos queremos librar con realismo y sin sesgos ideológicos.

Pero en lugar de tender manos, Petro escoge imprimir tal grado de agresividad a sus discursos y escritos, que solo siembra división, violencia, temor. Y también frustraciones porque sus promesas suelen ser puras ensoñaciones.

Un ejemplo ha sido su faraónico tren elevado de la costa caribe. No fue capaz de hacer algo útil con la vetusta cafetera de la sabana, que atraviesa Bogotá, ni existe conexión ferroviaria entre dos urbes de la Colombia plana. Pero impulsado por los delirios de grandeza de la campaña, salió con ese proyecto inabordable que ahora su ministra de Minas (¿otra enemiga?) anuncia que eliminarán porque aprobaron el Acuerdo de Escazú. Uno queda perplejo ante tanta inventiva e improvisación.

En cuanto a los dos discursos de esta semana en Cauca, aparte de si se refería o no a Ocampo, que obvio que sí, Petro deslizó tres mensajes inquietantes.

1) Dejó nítida su molestia por no dejarle el camino expedito para hacer lo que le provoque. Tildó de enemigo interno a “creencias, maneras de pensar, no simplemente personas, que al final no permiten los cambios, a pesar de que el presidente quiera”. Es decir, vamos camino del líder supremo.2) Al más puro estilo Hugo Chávez, convocó a organizar las masas, desde el Gobierno, para presionar a quienes se opongan a sus desfasados anhelos para el agro.

Dijo el presidente: “Una reforma agraria nunca es un proceso técnico, es un proceso social y político”. Para agregar que “tiene que haber un sujeto político que lo pelee: el campesinado de Colombia”. Y pidió conseguir en tres meses a 600.000 familias para pelear por sus propuestas, tarea que podría financiar el Ejecutivo.

“El campesinado, hoy atemorizado, apolitizado, tendría que volcarse a organizar el sujeto político y social de la transformación agraria. La misma tarea de 1970, solo que hoy hay un aliado: el Gobierno”, clamó.  

Lo de menos para Petro es que deriven en turbas violentas e incontrolables, similar a lo ocurrido en el norte del Cauca. Al presidente le interesa echar más leña al fuego en el campo; arrinconar a los finqueros que solo pretendan mantener sus posesiones, así como generar una animadversión hacia los propietarios e ir organizando una inmensa barra petrista que intimide y pueda activarla cuando la necesite.

Me temo que el presidente aún no se ha enterado de que los jóvenes no quieren ser campesinos como sus papás, por la dureza del trabajo, se volvieron urbanitas; que la cosecha cafetera la salvaron los venezolanos dada la escasez de jornaleros locales; y que las fincas que invadió el Cric hace años las volvieron improductivas. 

3) Necesita que los pobres no escalen a la clase media, que sigan mendigando el subsidio eterno, porque en cuanto progresan, dijo, votan a la derecha para proteger los bienes que han conseguido. Agradeció que la crisis (motivada por la pandemia) los devolviera a la pobreza y a sus toldas, y admitió que, de lo contrario, no habrían ganado las elecciones.

Petro, que se cree la reencarnación de Gaitán, olvida que la Colombia urbana de 2022 no es la de 1949, aunque tenga por estrategia azuzar los resentimientos, la lucha de clases. “Nos están llevando a la situación del 9 de abril o antes”, gritó el provocador populista ante sus huestes. “La respuesta de los herederos de los esclavistas fue matar, desaparecer, masacrar (…) Setenta años después también proponen matarnos entre nosotros”.

Si Fedegán cree que ha calmado las aguas con la firma de un pacto que requiere años y una labor de filigrana para que funcione, está equivocado. A Petro no le interesan la reconciliación y la paz con la Colombia que no se somete a sus designios. Solo concibe la paz total con los criminales de las guerrillas, las bandas y las mafias.

En eso también recuerda a Hugo Chávez. Abrazaba a Márquez y a Santrich en Miraflores, mientras escupía a los opositores y a millones de venezolanos que protestaban por su régimen de miseria, al tiempo que acosaba a los medios de comunicación que no le hacían la ola.

El calumniador trino de Petro contra Yesid Lancheros, periodista moderado, prudente y discreto, solo por contar la verdad, es otro síntoma de la arrogancia e intolerancia que va en aumento en este Gobierno.