Seis meses de desencuentros acumula la reforma a la salud. El proceso ha logrado acumular una ciudadanía desconcertada y asustada frente a sus consecuencias. El último episodio, generado desde el balcón del Palacio de Nariño, es la guinda que faltaba al pastel. Promete ser uno de los más tortuosos y trágicos capítulos de nuestra historia legislativa.
Desde el año pasado se viene observando un incremento inusitado en la demanda de servicios que excede las estimaciones de servicios diferidos a causa de las cuarentenas y restricciones de los hospitales durante el covid-19. EPS e IPS han estado reportando en los últimos meses a miles de ciudadanos buscando afanosamente citas con especialistas, exámenes y tratamientos. La angustia es total.
Ya desde noviembre del año pasado, el 21 % refería haber aumentado la demanda de servicios, según la encuesta de Cifras & Conceptos. Este año, algunas EPS refieren incrementos de demanda llegando al 25%.
El inédito y radical discurso del presidente desde el balcón del Palacio de Nariño puede tener varias lecturas, no necesariamente excluyentes. Reacción a la baja aceptación a la reforma, al pobre entusiasmo que despertó el acto de presentación y la marcha, o el intento de reposicionamiento ante la baja en la aceptación a la gestión. Otra posibilidad sería anteponer una cortina a la evidente discordancia entre los objetivos sociales del gobierno y la muy negativa interpretación que los colombianos hacen sobre los efectos de la reforma.
Fue evidente que la diatriba desde el balcón no sumó partidarios. Aumentó el miedo y desazón de millones de colombianos sobre el futuro de su salud.
El gobierno tiene que reflexionar sobre la cadena de desaciertos que nos ha llevado a este punto. Una ministra de salud que transmite muy poca empatía, muy poco dispuesta a tomar riesgos por sus ciudadanos, como se demostró en la negativa a protegerlos adquiriendo vacunas durante el brote de viruela símica. Una reforma vendida con montones de verdades a medias y afirmaciones posteriormente rectificadas, ante la fuerza de los contrargumentos. Acusado el desgaste, la torpe delegación de la vocería al cuestionable Dr. Santana.
Tampoco se puede conceder mucha credibilidad a algunos voceros como el director de la Adres, quien como presidente de Fedesalud por más de 20 años, “desde su constitución se trazó el propósito de lograr la cobertura universal del aseguramiento en salud, que garantice el acceso al más amplio conjunto posible de servicios de salud, de acuerdo con las necesidades y expectativas de la comunidad”. ¿Cómo se puede vender el ‘modelo colombiano’ fuera del país, pero adentro pretender a ultranza estatizar el sistema?
Se rehuyó por meses cualquier discusión técnica en foros académicos. Ha sido reemplazada por un continuo debate en Twitter. Los colombianos han asistido a la reiterada rectificación de los técnicos externos, sobre muchas interpretaciones inexactas de indicadores, con las que ha querido justificarse la reforma.
El problema es que la reforma es un verdadero engendro. Retrocede a los más pobres a un sistema público de caridad, priva a la clase media de los económicos y eficaces planes complementarios, acaba el aseguramiento y protección financiera de las familias, elimina la gestión de las enfermedades crónicas afectando a los pacientes, marchita los hospitales privados dejándolos en el trasfondo de las redes de prestación, abre un inmenso boquete para el control político y corrupción sobre los recursos de la salud, limita la autonomía de los médicos, y resuelve una transición eterna dándole muerte lenta al sistema actual y apilando millones colombianos en una única EPS que explotará afectando la salud y la vida.
Fue un error estratégico iniciar la presentación de las reformas sociales con la única que presenta logros incontrastables en universalización y equidad.
Todo engendro nace de la incongruencia de quienes lo gestan. Prueba es la completa ausencia del más elemental estudio sobre las preguntas que todos nos hacemos sobre la reforma: cómo va a mejorar la salud de los colombianos, cuál es su costo, cuál será la ganancia en reducción de carga de enfermedad y qué plan de contingencia existe. Notorio y absurdo dejar incólume el régimen de los maestros sobre el cual hay estudios con pruebas fehacientes de malos resultados e insatisfacción.
El presidente todavía está a tiempo para no dejar pasar este engendro. No es viable recomponerla en el congreso. La falla recorre toda su estructura. No existe cura ni cirugía que la haga viable.
Los colombianos respiraríamos aliviados y le agradeceríamos.