La reciente orden de aprehensión contra el presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, no solo es un ataque flagrante contra la voluntad popular, sino un paso decisivo en la consolidación de la dictadura de Nicolás Maduro. Con esta maniobra, Maduro evade cualquier posibilidad de una salida pacífica al conflicto político que asfixia a Venezuela, ignorando la clara señal de cambio que el 67 % del electorado expresó el pasado 28 de julio. El país clamó por una transformación en paz, pero la dictadura prefiere aplastar esa esperanza con represión y violencia.
El actual escenario es alarmante. La liberación de más de 80 menores de edad, muchos de ellos víctimas de tortura, es solo un pequeño gesto en un panorama desolador: aún quedan más de 120 niños en las cárceles del régimen, jóvenes que no conocen otro sistema que no sea el instaurado por Hugo Chávez. Estos niños, nacidos en la llamada “revolución”, hoy sufren las garras de una dictadura que los somete a una violencia inhumana. El mundo observa, pero sigue sin tomar medidas contundentes. Mientras tanto, la tragedia venezolana sigue cobrando víctimas.
Y esta inacción tiene un costo que va mucho más allá de las fronteras venezolanas. Si la comunidad internacional y, en especial, los países de la región, no adoptan posturas aún más firmes y concretas frente a la dictadura de Maduro, estaremos condenados a ver la caída de otras democracias en América Latina. Venezuela es el espejo en el que muchos deben mirarse: robarse una elección podría volverse una práctica común si el mundo continúa mirando hacia otro lado.
Colombia, como vecino y actor clave en este dramático momento de la historia venezolana, juega un papel fundamental. El Gobierno del presidente Gustavo Petro no puede permitirse la ambigüedad frente a un régimen que, con descaro, busca encarcelar a un presidente legítimamente electo. Petro, quien es un demócrata, tiene el deber histórico de actuar con firmeza y exigir el cese de la violación de los DD. HH. de quienes su único delito fue ganar una elección y tener como probarlo. La estabilidad y el progreso de Colombia también están en juego, y su futuro está intrínsecamente ligado a lo que ocurra en Venezuela.
La paz y el progreso en Colombia no se lograrán mientras la dictadura de Maduro continúe reprimiendo, encarcelando y torturando a quienes osan desafiar su poder con nada más que la verdad. La llegada de la democracia a Venezuela es una cuestión urgente, no solo por el bienestar de los venezolanos, sino por el impacto que tendrá en toda la región. Petro, Lula y los líderes de América Latina deben alzar la voz con claridad y determinación. Es el momento de tomar una postura inequívoca y de reconocer que la defensa de la democracia en Venezuela es la defensa de la democracia en todo el continente.
Nicolás está jugando con fuego, y si seguimos permitiéndolo, la llama de la democracia extinta en Venezuela, también se extinguirá en otras naciones de la región. Las democracias no caen de un día para otro, pero sí pueden ser destruidas lentamente por la inacción y el silencio.
Hoy, más que nunca, es el momento de actuar.