Apenas 51 días. Siete semanas. Menos de dos meses. Es el plazo que Colombia le otorga a las transiciones presidenciales, desde que instauramos la segunda vuelta en la Constitución de 1991. Poco tiempo, en realidad, para escoger a un gabinete, para conocer en detalle el sinnúmero de programas del gobierno saliente. Un reto que se dificulta más cuando el presidente entrante ha sido crítico permanente de su sucesor y las elecciones, precedidas por una polarización calificada como la peor de la historia (esta última aseveración es pura hipérbole. Nada es comparable a la violencia fratricida entre liberales y conservadores de las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado). Desde 1998, Colombia no vive una situación como la que afronta Iván Duque como presidente electo. Ese año Andrés Pastrana derrotó al candidato de la administración de Ernesto Samper, el exministro Horacio Serpa. Fue una campaña en la que no se ahorraron insultos y proliferaron las ofensas personales. No fue posible superar la desconfianza alimentada durante años entre samperistas y pastranistas. El gobierno de Pastrana sufrió por ello. Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos no tuvieron esos retos al ser elegidos y reelegidos. Era tal la desazón de los colombianos en 2002 que el triunfo de Uribe fue un bálsamo de esperanza, incluso para los integrantes de la administración Pastrana. En 2010 Santos representaba la continuidad –había sido ministro y varios aliados ocupaban cargos clave– lo que facilitaba una transición ordenada de yo con yo. Idem en 2014. Duque no tiene esa ventaja. Además de la animadversión que carcome a santistas y uribistas, debe sortear una nueva oposición, impredecible tanto en su presente como en su duración. No hay una carta de navegación para lo que se viene. Curiosamente, hay mucho que puede aprender de su tan criticado predecesor y de un líder que él admira, mas su partido no tanto. Santos, a pesar de haber ganado ampliamente (69-27), utilizó las semanas antes de su posesión para bajar la temperatura política nacional e internacional. Hizo las paces con críticos como Germán Vargas Lleras y los liberales, y buscó la manera de evitar una confrontación con Venezuela, que parecía inminente en ese momento. Esa paz le permitió iniciar su gobierno sin contratiempos. Ese fue un acierto. Su error fue asumir que su amplia victoria le daba carte blanche para ignorar a las bases que lo llevaron a la segunda vuelta. En su reelección en 2014, Santos olvidó lo aprendido. No le tendió la mano a Óscar Iván Zuluaga, quien casi lo derrota (45-51). Fue una oportunidad perdida para unir a los colombianos. Durante la campaña, Duque comparó su experiencia con la de Barack Obama, un hombre que, irónicamente, tiene pocos adeptos en el Centro Democrático. Le llovieron trinos e insultos. No estaba equivocado. Como Obama, será presidente después de solo cuatro años de senador. Como Obama, nunca había ocupado un cargo ejecutivo. Como Obama, derrotó a contrincantes mucho más experimentados. Y como Obama, enfrentará a escépticos que intentarán minimizar y deslegitimar su victoria. De Obama dijeron que triunfó por la crisis económica y la impopularidad de George W. Bush. A Duque, que sin Álvaro Uribe no sería nadie. Ambos análisis subestiman al presidente electo. Obama ganó estados que nadie pensaba posible. Duque superó la votación de Óscar Iván Zuluaga en 3,4 millones. Obama reconoció que, si bien eran infundadas las críticas por su aparente falta de preparación para ejercer la presidencia, era fundamental manejar con la mayor eficiencia la transición. Que no se podría perder un solo día. Que había que darles tranquilidad a quienes votaron por el otro candidato y a quienes dudaban de sus cualidades. Nombró un gabinete experimentado, que conocía la complejidad del Estado. Duque es un estudioso de la política estadounidense. Seguro recuerda el discurso de Obama en la convención demócrata de 2004, cuando era aspirante al Senado por Illinois. Allí dijo: “No hay estados rojos (republicanos) ni estados azules (demócratas), solo los Estados Unidos de América”. Como en Colombia no hay departamentos duquistas ni petristas, sino colombianos a secas. Iván Duque, confío, así lo entiende.