En 1977, en plena Guerra Fría, Adolf Tolkachev se acercó en Moscú a la estación de gasolina que atendía exclusivamente a vehículos diplomáticos. Encontró uno cuya placa empezaba por D-04, que identificaba los carros de la embajada americana. Casualmente, estaba al volante el jefe de la estación de la CIA en Moscú. Tolkachev preguntó si podían hablar. El espía dijo que en ese lugar sería difícil. Tolkachev dejó un papel doblado dentro del vehículo y desapareció. Pedía un encuentro para discutir unos asuntos. Tolkachev era un ingeniero soviético con un alto cargo en un instituto de defensa que se ocupaba del diseño de radares militares para aviones de combate. Hizo varios intentos de comunicarse con la embajada a lo largo de un año, pero la sede central de la CIA creía que se trataba de un espía manipulado por la KGB y no autorizó la reunión. Llegó un nuevo jefe de estación y el encuentro finalmente se realizó. Tolkachev se convirtió en espía al servicio de la CIA.
En las calles de Moscú le pagaron por sus servicios centenares de miles de rublos en efectivo y en una cuenta en el exterior le consignaron a lo largo de los años 1.990.000 dólares. Pero no era el dinero lo que él buscaba. Quería vengarse del comunismo soviético y específicamente de José Stalin. Tolkachev se había casado en 1957 con Natasha Kuzmin. Cuando Natasha tenía 2 años, su madre fue detenida, condenada por subversión y ejecutada. Ella era miembro del Partido Comunista y jefe del departamento de planeación del Ministerio de la Industria Forestal. Tenía 34 años.
En 1937 hizo un viaje a Dinamarca a visitar a su padre, el abuelo de Natasha, que antes vivía en Ucrania, entonces parte de la URSS, y al emigrar a Dinamarca se convirtió allá en un próspero hombre de negocios. Ese viaje al exterior, en medio de las purgas iniciadas por Stalin en 1936, era tan sospechoso como mantener contacto con extranjeros dentro de la URSS. Tener un padre capitalista y extranjero era un crimen en la URSS. El padre de Natasha, director de un periódico oficial sobre la industria textil, fue detenido porque se negó a denunciar públicamente a su esposa y fue condenado a diez años de prisión por sabotaje. Fue enviado a un campo de trabajo al norte del círculo polar ártico, donde estuvo incomunicado y sin derecho a recibir cartas. Salió de la cárcel en 1947, pero solo se atrevió a regresar a Moscú en 1953 tras la muerte de Stalin. Natasha estuvo de los 2 a los 18 años en distintos orfanatos. Siempre la acompañó su niñera.
Unas 400.000 personas fueron ejecutadas en la URSS durante las purgas de Stalin. El padre de Natasha alcanzó a contarle a su hija el terror de las detenciones, la arbitrariedad de los juicios y el sufrimiento de la familia, pero poco después falleció de una lesión cerebral. Cuando Natasha se casó con Tolkachev, le transmitió su tragedia de crecer sola sin sus padres y la aversión acendrada hacia el comunismo.
En 1976 entendió cómo podía materializar la venganza contra Stalin por el sufrimiento al que condenó de por vida a su esposa. Un piloto soviético desertó al Japón en su avión MiG-25. Se ordenó entonces al instituto militar donde trabajaba Tolkachev rediseñar el radar de los MiG, pues la tecnología había caído en manos de Occidente. La venganza contra el sistema comunista la tenía Tolkachev en su escritorio. Decidió compartir los secretos que conocía sobre radares con los Estados Unidos. Por eso se acercó la primera vez a la estación de gasolina para diplomáticos.
Lo llamaron “the billion dollar spy”, el espía de los 1.000 millones de dólares, porque esa suma fue la que le ahorró al Pentágono. Los soviéticos no tenían radares que detectaran aviones o misiles a baja altura. Los Estados Unidos creían que sí y pensaban gastar lo que fuera necesario en tecnología antirradar. Tolkachev comprobó que no era necesario. En 1986 Tolkachev fue ejecutado. Lo delató un agente de la CIA que desertó a la URSS, Edward Lee Howard, que en los años sesenta vivió en Bucaramanga como voluntario del Cuerpo de Paz. La invasión a Ucrania ha creado en miles y miles de familias un sufrimiento que se transmitirá a la descendencia. ¿Cuántos podrán vengar en el futuro los crímenes de Putin?
***Para la Cámara de Representantes en Bogotá se puede votar por Gabriel Cifuentes (partido Alianza Verde, #103), de 34 años, abogado y profesor universitario que en sus columnas de El Tiempo escribe contra la corrupción.