El pasado domingo 28 de julio, todos los colombianos estuvimos pendientes del desarrollo de las elecciones en la hermana República de Venezuela, como si fueran las de nuestro país. No podía ser de otra manera, pues Colombia desde hace muy poco ha comenzado a transitar por una senda política caracterizada por una agenda que nos hace presumir que pudiéramos llegar, guardadas las proporciones, a la debacle política, económica y social en la que se ha sumido la tierra de Bolívar y del bravo Páez. El resultado de esas elecciones, definitivamente sería un verdadero golpe de esperanza, no solo para los venezolanos exiliados, sino para los colombianos, ya que la salida de Maduro demostraría de forma inequívoca, el desastre que es el socialismo del siglo XXI como modelo de gobierno.
Apenas comenzaba a despuntar el sol en nuestra patria y los puestos de votación en Venezuela ya estaban abiertos, en su gran mayoría, para que sus hijos acudieran a su cita con una “democracia” apaleada durante estos 25 años del régimen de Chávez y de Maduro en el poder. La expectativa era alta, pues en esas elecciones, con tantos bemoles, cualquier cosa se podía esperar y en efecto, el mundo fue testigo de la gran cantidad de interferencias sufridas por la campaña de los opositores al oficialismo, las persecuciones, las detenciones y otra serie de eventos que rompieron con las garantías de que en una democracia libre se le debe prodigar a quienes aspiran a los cargos públicos de libre elección.
Las redes sociales durante el día, se llenaron de videos sobre la gran cantidad de situaciones derivadas de las intenciones y acciones para entorpecer el voto popular, por parte de algunos delegados del Consejo Nacional Electoral, de la Guardia Bolivariana y de los colectivos, esos que fundó y armó Chávez hace años, para la defensa de la revolución y que no son más que una organización paramilitar que apoya al gobierno de Venezuela y que está ligado al Partido Socialista Unido. Puestos que no abrieron, detenciones de votantes del grupo opositor, manipulación de los equipos electrónicos de votación y agresiones a los ciudadanos, fueron denunciados a lo largo del día.
A las seis de la tarde se cerraron las votaciones y el resultado que todos esperábamos se diera muy rápido, se fue postergando hasta las doce de la noche, mientras se denunciaba que la página oficial del CNE se había caído, lo que de alguna manera alertó a los simpatizantes del candidato opositor que se mantenían en las calles; mientras tanto, el silencio oficial solo fue roto por el ruido de docenas de motos en las cuales los miembros de los colectivos se desplazaron por la ciudad de Caracas, intimidando y agrediendo con sus máscaras y armas a los expectantes ciudadanos.
Sobre la media noche Elvis Amoroso, el mismo que en su calidad de Procurador General de Venezuela inhabilitara a María Corina Machado, hoy como presidente del Consejo Nacional Electoral, apareció con actitud triunfalista y en rueda de prensa, dio la noticia, la que todos presumíamos, pero que no queríamos escuchar: Nicolás Maduro Moros ganaba las elecciones con un resultado “irreversible”, según sus palabras, obteniendo el 51 % de los votos contra el 44 % de Edmundo González, habiéndose escrutado el 80 % de las mesas. En la misma rueda de prensa denunciaba que la plataforma del CNE había sido objeto de un ataque cibernético que retrasó —convenientemente a mi sentir— la consolidación del informe.
Ya en tarima, el mundo observó a un Maduro silencioso, parco, alejado de la alegría que normalmente golpea a los triunfadores y después de unos minutos se dirigió a la audiencia para presentarse, otra vez, como el “nuevo” presidente de La República Bolivariana de Venezuela y como es parte de su discurso, las diatribas contra la derecha, acusándola de ser la causante del hackeo contra la plataforma del CNE. Llamó mucho la atención su saludo a la gran cantidad de observadores internacionales, de cien países, según él, todos amigos del régimen, pues los de la oposición fueron expulsados o no los dejaron entrar; saludo que fue respondido con mayor entusiasmo y motivación que el que reflejaba sus seguidores. Así los hermanos venezolanos se enteraban de que seguirían por seis años más, ese largo y tortuoso camino que los llevará a vivir bajo el yugo de la dictadura hasta el año 2031 en un ridículo contra sentido de lo que reza su himno nacional en el coro: ”Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la paz respetando, la virtud y honor”.
Debo llamar la atención a que se mire bien quién está detrás del poder, que en apariencia está en manos de Nicolás Maduro, que se revise quienes están detrás del mandatario y su incidencia en la intención de mantener en el cargo a Maduro. Debemos saber que a estas instancias de madurez del régimen, una salida democrática es casi imposible, pues ellos, los que manejan todo, saben que un cambio de gobierno los va a poner en condiciones penales complejas que no están dispuestos a afrontar. La actitud y la seguridad de Diosdado Cabello Rondón a lo largo del todo el proceso electoral fue elocuente, especialmente cuando aseguraba que la derecha “más nunca volverá a gobernar en Venezuela”,
Ahora que en Colombia algunos sugieren una reforma constitucional con la firme intención de abrir la puerta de la reelección, pues cuatro años no son suficientes para el proyecto del gobierno del cambio, espero que todos los colombianos entendamos lo peligroso que es esa figura, la izquierda lo sabe muy bien y por eso hicieron todo lo posible para que se cayera; que entendamos lo difícil que es el sacar del poder de manera constitucional a una persona que lo ha conocido, que sabe que lo tiene y que se ha vuelto adicto a él. Recordemos que la reelección fue prohibida por el Congreso de la República en el año 2015 por ser inconveniente para la democracia.
Espero que todos los colombianos entendamos lo dañino que es para una democracia, cuando el gobernante de turno tiene el control total, coarta y constriñe a los poderes del Estado, cuando se rompe la independencia propia de la separación de poderes y se le concede atribuciones extraordinarias. Entendamos que cuando un dictador se empodera, la democracia pierde sus dientes y la constitución por sí sola no es suficiente para generar un cambio de gobierno. En ese caso se debe salir a la calle, pelear derechos y libertades, presionar de tal forma, que el único respaldo del gobierno, que son las fuerzas armadas, se vean obligadas a decidir entre mantener al dictador en el cargo o respaldar al pueblo, para que se restablezca el orden constitucional y el Estado social de derecho. La izquierda sí que sabe de eso, sabe cómo hacerlo.
En la noche del domingo 28 de julio, los miles y miles de venezolanos que se congregaron en las plazas de casi todas las capitales de los departamentos del país, regresaron a sus casas con el sentimiento de amargura y con una enorme desilusión, pues sus sueños de regresar a sus hogares, a su tierra, para reencontrarse con sus familias y para ayudar a reconstruir su país, tendrán que esperar seis años más, para ver sí es que tienen una nueva oportunidad o sí allá, en su patria, se cansan antes y salen a las calles decididos a recuperar lo que se les ha quitado.