Tenemos, ya se sabe, un gobierno empeñado en reducir la sociedad civil a su más mínima expresión, y correlativamente, ampliar, como si fuere una mancha de aceite, el poder del Estado. Hay que oponerse a ese designio por razones ideológicas: no requerimos más Estado, sino mejor Estado. Pero también por razones prácticas: la ineptitud esplendorosa de un gobierno que, por ejemplo, perdió los Juegos Panamericanos, o que es paradigma de corrupción, como lo evidencia el caso de los carros tanques de La Guajira.
Por estos días enfila sus baterías contra la Universidad Nacional, la más grande y mejor de nuestras universidades estatales. No le gustó el rector elegido bajo las reglas que la propia Universidad tiene establecidas y, usando las malas artes que despliega con tanta solvencia, está actuando para imponer su voluntad. Si lo logra, será fatal para ella y todas las instituciones de educación superior. Se convertirán en apéndices del Gobierno. No sorprende que lo intente. Capturar la educación es un designio que todos los gobiernos totalitarios persiguen. Apoderarse de las conciencias de niños y jóvenes es indispensable para hacer surgir el “hombre nuevo”. Otros, por el contrario, pensamos que la naturaleza humana es inmodificable, pero que la sociedad puede avanzar hacia grados superiores de libertad y bienestar.
Cierto es que el ministro de Educación preside el Consejo Superior de la Universidad Nacional, pero no lo es menos que carece de voto preferente o, más aún, de poder de veto. En ejercicio de la presidencia, define la agenda y debe aprobar las actas que recogen las decisiones. Cuando las recibe, tiene dos opciones: firmarlas o devolverlas con observaciones. No hacer lo uno o lo otro -que fue lo que hizo la ministra titular- con el documento que recoge la designación del nuevo rector, es una infracción de sus obligaciones que genera responsabilidad disciplinaria, la cual puede ser deducida por la Procuraduría General.
Para justificar esta actuación irregular, que no sorprende, porque, como bien sabemos, a Petro no le importan las formas, que son un elemento fundamental de la democracia, se acude al argumento de que el acto de nombramiento no existe. Que es lo que cabe predicar de una actuación que carece de toda apariencia de legalidad, como pasaría si este columnista fuera donde un notario para que lo posesione como decano de derecho en la Universidad de Antioquia, su alma mater. ¡Soñar no cuesta nada!
Esto no es lo que ha ocurrido. La existencia del acto de nombramiento ha sido homologada por un notario en ejercicio de sus funciones, quien, por lo tanto, dio posesión al nuevo rector y, lo que es más importante, por la Procuraduría que ha validado ese nombramiento. Así las cosas, el ministro o, de modo general, cualquier ciudadano, puede pedir a la jurisdicción administrativa que lo anule, pero no lo puede descartar como inexistente.
El capítulo siguiente de esta secuela de agravios a la legalidad es la designación del ministro de Cultura como ministro ad hoc para ejercer facultades de inspección y vigilancia de la Universidad con relación al nombramiento y posesión del rector. Una torpeza jurídica típica de este gobierno. Esta delegación no le permite convocar al Consejo Superior, participar en sus deliberaciones y darles órdenes a los integrantes del Consejo, como con tanta grosería lo ha hecho. Las funciones que se le delegan no tienen que ver con su participación en los órganos de dirección, que es una cuestión bien diferente a la supervisión. Se gobierna desde adentro; se supervisa desde afuera.
De allí que la orden impartida por el ministro (e) al Consejo Superior para que nombre un rector encargado es ilegal: existe un rector en propiedad cuyo nombramiento goza de la presunción de validez. Por este solo motivo puede (y debe) ser investigado por la Procuraduría.
Uno no entiende cómo ocurre que este gobierno mantenga en cargos de responsabilidad a gente tan inepta. Tiene disponibles en la reserva a personas de las calidades de Benedetti y Leyva. Francamente, Laura no puede estar al tanto de todo.
Briznas poéticas. Del gran José Emilio Pacheco. “La flor acaba de nacer, la hoja vibra / de juventud en solidario follaje. / Nueva es la tierra y es la misma de entonces. / Aquí tan solo quien contempla envejece”.