Hoy Colombia vive uno de los momentos más difíciles de los últimos tiempos y es víctima de una mezcla explosiva y peligrosa que puede echarnos a perder como país y sociedad democrática. La pandemia, la crisis económica, la pugnacidad política, la polarización y la campaña presidencial a la vuelta de la esquina, nos tienen al borde del precipicio.

Aunque tenemos problemas graves, aquí viene creciendo la sensación de que hay una nación en caos que requiere con urgencia de un salvador, un mesías, un ser bueno, inmaculado, libertador, heroico y sabio. Las promesas abundan. Literalmente eso es una estafa. Aquí necesitamos dirigentes decentes de verdad y no a la fuerza, preparados y con experiencia, no madurados a punta de periódico y Twitter, responsables y no agitadores. Necesitamos líderes de verdad, no mitos encarnados. En últimas, necesitamos funcionarios comprometidos y eficaces para resolver los problemas de los ciudadanos, no habladores de paja que administrativamente sean un desastre.  Quienes alimentan la idea del caos, principalmente se encargan de hiperdifundir el mensaje desesperanzador e histérico ante la opinión pública en horas de mucha crispación e incertidumbre. El momento es perfecto para que el mensaje cale. Sí, tenemos muchas dificultades, hay inconformidad y cansancio porque este pueblo ha aguantado mucho, pero los mesías no son confiables. Los ciudadanos no se pueden dejar engañar. De eso tan bueno no dan tanto, como dice el adagio popular. Si caemos en manos de un mesías pagaremos las consecuencias con sangre y dolor. Dañaremos el futuro de nuestros descendientes y llevaremos a la ruina a esta patria. Para llegar al caos absoluto que nos conduzca a entregarnos al mesías, es necesario que nada ni nadie tenga el más mínimo prestigio. Aquel mesías de la política actúa y comunica bajo una premisa: “Todos son corruptos, menos yo”, “Todos son incapaces, menos yo”. Luego, todo está mal, todo se ha hecho y se hace mal y el país “me necesita”. El mesías se presenta como la solución a todos los males. Pero para llegar al caos absoluto que nos conduzca a entregarnos al mesías, es necesario que nada ni nadie tenga el más mínimo prestigio. Y es sobre ese mapa que se basa la estrategia para llegar al poder: El primer frente de ataque, como es natural, es el Gobierno, el cual es imprescindible dibujar como el peor de la historia, el más incapaz y corrupto. Por su puesto, nada mejor que crearle la narrativa de que es ilegítimo. Mejor dicho, que llegó tras el robo de las elecciones al poder. La cuestión no es tumbarlo, es desacreditarlo, debilitarlo, arrinconarlo y, si se puede, verlo agónico hasta sus últimos días. De ahí para abajo cualquier otro gobernante es inepto.

Hablemos de las instituciones que son el pilar de nuestro Estado. También es necesario destruirlas para abrirle campo al mesías que llega a “limpiarlas para ponerlas en pie”: en el plan del caos, aquellas son deshumanizadas y corruptas.  Mientras tanto, las autoridades encargadas de impartir el orden y hacer cumplir la ley son declaradas como enemigas del ciudadano. En ese esquema el Ejército es una fuerza asesina. La Policía, solo un cuerpo armado abusivo. Los escándalos ayudan a reforzar esa percepción.   La justicia también es clave en todo este mapa calculado del caos. Construir negativamente sobre su mala hora es rentable para cualquier mesías. Entonces lo bueno se destruye y se edifica el daño señalando a las altas cortes de ser politizadas y vampiros burocráticos, al fiscal general se le intenta minar con el remoquete de ser un funcionario de bolsillo y a los organismos de control simplemente se les descalifica y ya.   Del Congreso ni hablar. Si hay un organismo cuya reputación está por el piso es el de los padres de la patria. Aunque defenderlos es casi imposible, la realidad es que en ese cuerpo político emergen excepciones que dan aliento, pero que no alcanzan para contener el avance del plan del caos. El mesías dice tener la fórmula para cambiarlo. ¿Será cerrándolo para que su poder sea absoluto?

Si hay algo fundamental en el mapa del caos es el ataque permanente contra los medios de comunicación. Desacreditarlos, ponerlos en duda y minar su credibilidad es más que una prioridad para aquel mesías. Una sociedad que no puede confiar en nada ni en nadie es más frágil. Es como un paciente sin defensas, el más inofensivo virus llega y se apodera de él. En el plan del caos una de las tácticas es posicionar a través de alfiles la información distorsionada y amañada como la verdad.   Según Gallup, el pesimismo de los colombianos llegó al 79 por ciento. Mucho me temo que vamos caminando peligrosamente hacia ese mesías que se alimenta del caos. Claro, Colombia tiene que cambiar y debe mejorar: como democracia, como sociedad igualitaria con oportunidades para todos. La clase dirigente debe ser depurada. Tenemos que erradicar la corrupción, combatir el hambre, generar empleo, desterrar el narcotráfico, tener condiciones adecuadas de salud y educación hasta en los pueblos más remotos. Pero NO le podemos entregar el país en bandeja de plata a un gobernante autoritario y rabioso que llegue al poder para no entregarlo más. En Venezuela ya pasó. Por qué queremos que nos pase lo mismo.      NOTA: ¡Con la hija menor de edad del fiscal no se metan!