El expresidente César Gaviria fue contundente. Ante el llamado del presidente Gustavo Petro para apoyar las marchas a fin de exigirle a la Corte Suprema que eligiera fiscal el pasado 8 de febrero, Gaviria se sostuvo en que el presidente estaba violando la Constitución. “No vamos a permitir que Petro quebrante 200 años en que estas instituciones defendieron nuestra democracia y que en 200 años de vida republicana nunca hemos visto actuaciones como las que estamos observando en el día de hoy”, dijo Gaviria. “Lo que estamos viendo, más allá de uncomportamiento dictatorial, raya en lo criminal y como tal deben ser juzgados. El presidente no se está comportando como una persona cuerda, abogamos por su capacidad mental para gobernar a Colombia”, sentenció el expresidente.
Semejante aseveración, viniendo del jefe del Partido Liberal, pronosticaba un rompimiento entre su partido y el Gobierno nacional, y su salida de la coalición. Con el reinicio del trabajo del Congreso y el debate de las principales reformas de Petro –a la salud, a las pensiones y al trabajo–, estas expresiones serían tal vez la notificación de que los liberales ya no acompañarán al Gobierno en sus reformas.
Pero no será así. Los liberales, principalmente los representantes a la Cámara, están ya prestos a apoyar al Gobierno en sus iniciativas. Aquí no habrá llamamiento a bancada donde se dé el lineamiento de lo que deberá hacer la colectividad. Y la razón es sencilla: una cosa es lo que piensa el líder de los liberales y otra muy distinta los miembros del partido, que están dispuestos a seguir negociando su participación en la tajada burocrática a cambio de su voto a favor del Gobierno. Por eso, a pesar de la severidad de las afirmaciones de Gaviria, nada pasará con su partido.
El nombramiento de Luz Cristina López Trejos como ministra del Deporte evidenció también la tormenta que vive el Partido Conservador. Tras la pérdida de los Juegos Panamericanos, que terminó con la renuncia de Astrid Rodríguez, se habló de la llegada de Lina María Barrera a esta cartera como una manera de acercar al Partido Conservador con el Gobierno, pero la idea se descartó, pues dentro de la colectividad no existía la intención de volver a la coalición de gobierno. Pero de forma sorpresiva apareció López Trejos como nueva ministra y algunos la presentaron como la cuota conservadora en el Gobierno. De inmediato, el presidente del partido, Efraín Cepeda, renunció a la dirección.
Lo que se conoció es que esta ministra llegó al Gobierno de la mano del representante a la Cámara por el Cesar Alfredo Cuello Baute, quien junto con el representante por Córdoba Wadith Manzur y al senador Carlos Andrés Trujillo han intentado llevar al partido azul a las toldas del Gobierno. El nombramiento de esta ministra era entonces una jugada para debilitar al Partido Conservador como opositor.
Pero la intromisión del Gobierno fue mucho más allá. Según cuenta Luz María Sierra, directora de El Colombiano, a algunos senadores del Partido Conservador les habría llegado este mensaje: “Senador, una pregunta, ¿a usted qué tal le suena el nombre de Vicente Blel como presidente del partido?”. La remitente del mensaje era Laura Sarabia, la reencauchada directora del Departamento Administrativo de la Presidencia.
La interferencia del Gobierno en el corazón del Partido Conservador fue confirmada por su presidente, Efraín Cepeda. En entrevista con Caracol Radio, aseguró que varios miembros del Gobierno nacional estuvieron haciendo llamadas para que aceptaran su renuncia y nombraran a Blel a la cabeza. Al final, el partido en pleno no aceptó la renuncia, por lo cual se considera que la continuación de Cepeda al frente de los conservadores es una derrota para el Gobierno, que no pudo tumbarlo.
Por el lado del Verde, el panorama es aún más confuso. Mientras figuras como Carlos Ramón González han formado parte del Gobierno y esta colectividad tiene dominio en entidades como el Sena y el Icetex, senadores como JotaPe Hernández se despachan contra el presidente y su gobierno a cada tanto, a tal punto que se ha convertido en uno de sus mayores opositores en el Congreso.
Todos estos capítulos dejan en evidencia que en Colombia es imposible hoy que los partidos obren como bancada y que cada vez más se debilita esta figura. Los partidos se diluyen ante el descarado negocio del apoyo a las reformas a cambio de participación en la repartija del poder.
Y de la mano de estos acuerdos por debajo de la mesa van desapareciendo los partidos políticos, que nada pueden hacer ante la falta de lealtad de sus militantes.
Bien pueden las directivas de las colectividades afirmar que no apoyarán las reformas del Gobierno por considerar que son lesivas a los intereses ciudadanos o contrarias a sus principios, o que no tienen el sustento técnico suficiente, pero, una vez sus líderes han expuesto sus posiciones ante los micrófonos, los congresistas llevarán su agenda oculta ante el Gobierno. Y nada pueden hacer los partidos para poner en cintura a sus afiliados. Las leyes que regulan las bancadas son frágiles y no hay dientes para castigar el tráfico de favores y la deslealtad política.
Este Gobierno, tal vez como ningún otro, ha dinamitado a los partidos desde adentro intentando comprar los apoyos ya no por bancada, sino al menudeo: ofreciendo beneficios, uno por uno, a cada congresista.
Mientras los partidos mayoritarios sufren por mantener un liderazgo y lograr un bloque que pueda presionar las movidas del Gobierno, el Consejo Nacional Electoral ha permitido la proliferación de colectividades, que hoy suman 37, lo que hace que no exista ya ni identidad ideológica, ni disciplina política ni propuestas de bancada.
Estamos ante el ocaso de los partidos políticos. Y sin partidos políticos es imposible tener una democracia sólida.