Después de Ecopetrol, las Empresas Públicas de Medellín es posiblemente la entidad estatal con más patrimonio y más ganancias de Colombia. Estas ganancias no se gastan en lujos ni en burocracia, sino que se reinvierten en obras de utilidad local o nacional. EPM ha sido, en general, una empresa sana en todos los sentidos: benéfica para la ciudad y para sus habitantes, equitativa con sus empleados (que suelen ser trabajadores serios y responsables, y no cometen millonarios sabotajes internos, ni hacen exigencias sindicales estrafalarias, ni se jubilan a los 50 años con pensiones abusivas, ni se despiden entre ellos con indemnizaciones que alcanzan para rascarse el ombligo el resto de la vida). Ha sido sana, entre otras cosas, porque los ciudadanos de Medellín, que la queremos, no hemos dejado que se convierta en feudo de politiqueros, de esos que al mismo tiempo que son gerentes tienen a la esposa colocada en otra entidad pública y si es posible también a los sobrinos, los cuñados, los yernos y los primos, más toda la clientela de amigos y electores del barrio y de los pueblos. El agua en Medellín, que hace 60 años estaba contaminada de materias fecales, y producía epidemias de tifo y hepatitis, es hoy una de las más limpias y sanas del mundo, con el ph perfecto, y un sabor que parecería que la hubieran envasado directamente en los manantiales de la cordillera. Podría ir más lejos, pero mejor me detengo, porque como ven, cuando los antioqueños hablamos de las Empresas Públicas, por cautelosos que queramos ser con el verbo, caemos en el más cursi de los lirismos montañeros. En todo caso hay una especie de orgullo y de amor mutuo gracias al buen servicio: en Medellín la luz no se va nunca, el agua parece Evian y llega siempre, el teléfono da tono al instante y si se daña lo arreglan en dos días, lo que se va por el alcantarillado no se devuelve ni huele, reemplazan al ratico las torres que derriba la guerrilla, y hasta los servicios de Internet y de televisión por cable son tan buenos como los que ofrece cualquier empresa privada. Por eso, porque no hay abusos y el servicio es correcto, pagamos las facturas, no digamos con gusto, pero resignados y puntuales, porque también sabemos que EPM es implacable para cortar el teléfono y la luz. Ni en los barrios más pobres existe la famosa cultura del no pago. Hasta los políticos tradicionales, godos y liberales, que no han tenido la mejor fama en el país, respetaron a EPM. Digamos todo el clan de los Valencia Cossio, y el mismo Guerra Serna. Si con alguna entidad no se metieron fue con las Empresas. Nombraron a un gerente de sus simpatías, con seguridad, pero siempre con una formación técnica y ética que los hacía independientes. Tal vez haya algo más: cuando un gerente, por chanchullero que sea, entra en contacto con un ambiente sano, sin la complicidad de subgerentes y funcionarios intermedios, con el control directo de una gran cantidad de empleados íntegros, más técnicos que políticos, les toca dejar sus malas mañas afuera y acaban siendo correctos a la fuerza. Incluso cuando el actual alcalde de Medellín, Luis Pérez, nombró al gerente que recién echó, en la ciudad había muchas suspicacias que ponían en duda la idoneidad de Iván Correa. Pero, tal vez por el mismo hecho de que la empresa es sólida y su entorno de empleados en general idóneo y honrado, el gerente tomó al menos una decisión acertada para defender a EPM, y no quiso ceder a "órdenes" injustificadas del alcalde para congelar unas tarifas que, claro, no van a quebrar en dos años a semejante empresa, con grandes activos y enormes reservas gracias a su buen manejo, pero que la ponen en una situación menos competitiva frente a sus proyectos futuros como gran conglomerado nacional de servicios. Al alcalde, con la perspectiva de quedarse un año más en el cargo (gracias al referendo, y no al voto directo de quienes lo quieran o no confirmar en su puesto), y ya en campaña para esto y para su futuro como hombre político, le conviene mucho conseguir voticos mediante la rebaja en los servicios ya que a veces el populismo engaña y aumenta la popularidad. Hay una vieja y muy clara definición de demagogia: "Forma degenerada y corrupta de la democracia mediante concesiones aparentemente benéficas para las masas populares, no con el fin de hacer un buen gobierno, sino de mantenerse en el poder".Hizo bien el Ministro de Minas y Energía en llamarle la atención al alcalde de Medellín, para que no haga populismo con un tema tan delicado como los servicios públicos. El gran patrimonio de toda una ciudad, hecho con sacrificio y disciplina durante decenios, no puede tirarse por la borda de la noche a la mañana mediante una política irresponsable, de ayuda aparente a una ciudadanía golpeada, pero que a la postre solamente nos golpeará más. En Medellín hay mil problemas de desempleo, de violencia, de desplazamiento y de inseguridad, pero hasta ahora el teléfono suena, el agua sale limpia, la luz no se va y la señal llega. No podemos dejar que nos quiten también esto.