Pocas veces la impunidad social ha tenido un ejemplo tan completo. Gustavo Álvarez Gardeazábal, hasta hace un tiempo convicto dentro de la narco-política, determina hoy, desde un escuchado espacio radial de Caracol, qué está bien y qué está mal en Colombia. "Nunca he tenido tanto poder", afirmó solazándose en una entrevista, henchido del temor que infunde la corneta ajena.Y es que esa mezcla extraña de realidad y ficción le ha alcanzado para todo. Si el Invías se atreve a tocar las matas que separan su finca de la carretera, esa misma tarde Gardeazábal proclama con dolorido acento -y en cadena nacional- que el ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, está atentando contra su seguridad. Cualquier cosa que pase en su hacienda 'El Porce', o en Tuluá -en donde tiene sus intereses particulares- se convierte en información nacional. Bajo su cálida protección radial han estado entre otros el senador Juan Carlos Martínez, hoy preso por la para-política; el secretario general de la Presidencia, Bernardo Moreno, y el polémico empresario William Vélez, frecuente visitante de su finca. 'El Porce' se ha convertido en lugar de peregrinación política. Unos van a nutrirse de los consejos del "Gran Patriarca", como lo llama 'Juan Paz', seudónimo que usa en el diario El Mundo, de Medellín, Humberto López, un señor tan sapo, pero tan sapo, que se sapea a sí mismo, y llega al humorístico extremo de reseñar bajo la firma de 'Juan Paz' lo que él hace como Humberto López. Por ejemplo, refiriéndose al cumpleaños de José Obdulio Gaviria, escribió "Por allá vieron a Augusto López Valencia, Humberto López, Jairo Osorio y más tarde llegó William Vélez Sierra, quien hizo destapar una botella de champaña".Otros visitantes, en cambio, acuden a Tuluá por el temor a las andanadas de Gardezábal si no le tributan honores a este nuevo figurón de la radio. Todos ellos parecen haber olvidado el pasado del poderoso comentarista.Hace unos años, Gardeazábal definía la influencia del narcotráfico en Colombia como una "revolución incompleta" -comparable a la Revolución Francesa, hágame el favor- que regaba sus beneficios en el país y que tarde o temprano se consolidaría con el ascenso al poder de un 'Napoleón'. Ya se sentía en inatajable galope hacia el arco del triunfo, cuando la justicia se le atravesó porque su aproximación con el narcotráfico no se quedó en lo platónico.Gracias al fiscal de la época, Alfonso Gómez Méndez, y a la Corte Suprema de Justicia, fue condenado a seis años y medio de prisión por enriquecimiento ilícito con dineros del cartel de Cali.La explicación que dio entonces Gardeazábal -y sigue dando ahora- es que se trató de una persecución política porque lo único que realmente hizo fue vender una escultura.La parte de la historia que ha omitido todos estos años es que la escultura que dice haber vendido era distinta a la que encontraron en la casa del capo Miguel Rodríguez Orejuela. Gardeazábal la recordaba como una pieza pequeña con la figura de una bailarina; en contraste, la encontrada medía dos metros y representaba a un niño que jugaba con el mundo.Casualmente, unos meses después, el autor de la escultura apareció ante la Fiscalía diciendo que alguien lo había amenazado de muerte para que declarara que su obra era realmente como Gardeazábal la había descrito en el proceso. Tres testigos, citados por el acusado, ya estaban muertos.En el libro El hijo del ajedrecista, Fernando Rodríguez Mondragón asegura que Gardeazábal oficiaba de escribano del cartel de Cali y recibía plata de su padre, Gilberto, y de su tío Miguel.El amnésico Gardeazábal, todo de blanco hasta los pies vestido, o "con traje de palomo", como lo retrató Mario Fernando Prado -otro de sus corifeos, muy recordado por 'HH'- atendió decenas de invitados en su cumpleaños. Entre otros, recibieron su desinteresado consejo el gobernador del Valle, Juan Carlos Abadía; el de Nariño, Antonio Navarro Wolf, y los precandidatos conservadores Andrés Felipe Arias y Noemí Sanín, quienes puntualmente acudieron al besamanos.Como sea, no deja de ser admirable que un personaje con semejante pasado disfrute de tantas venias sin haber sufrido, hasta ahora, el menor RASGUÑO.