Hace unos años tuve la oportunidad de conversar con el periodista Bob Woodward, famoso por haber develado las acciones ilegales de la administración del presidente Richard Nixon, en lo que es conocido popularmente como el escándalo de Watergate. A Woodward le pregunté de qué se arrepentía en su exitosa carrera. Habló del caso de Janet Cooke. Cooke era una joven periodista que escribió una escalofriante historia de un niño de ocho años –Jimmy- adicto a la heroína. Su artículo, que salió publicado en el Washington Post el 28 de septiembre de 1980, fue galardonado con el premio Pulitzer en abril de 1981. El único problema: todo era falso. Cooke se había inventado la historia. El Post tuvo que devolver el galardón y pedir disculpas públicas a sus lectores.Woodward era uno de los editores del periódico. Según Woodward, era tan impresionante el relato que se les olvidó hacer una pregunta fundamental: ¿dónde está Jimmy? No para ratificar o confirmar la denuncia sino para salvarlo. Estaba en juego la vida de un menor. Primó la emoción de la chiva que obrar como buen samaritano. De haber insistido en la necesidad de rescatar al niño, se hubiera descubierto mucho antes que todo era un cuento de ficción. Como dijo Woodward, primero somos seres humanos, luego periodistas.Si Vicky Dávila y su equipo hubiesen aplicado esa enseñanza de Woodward -pensar en qué sentiría la familia del ex viceministro Ferro al ver ese video- tal vez, tal vez, no lo hubiesen divulgado. Otros colegas no lo hicieron. Tengo entendido que ese material circuló por otros medios de comunicación y estos se abstuvieron de darle publicidad.Tras la salida de Dávila de “La FM”, algunos han querido resaltar lo importante de su investigación e incluso del video. Que sin ella, Palomino seguiría de director de Policía y los abusos dentro de la institución, invisibles y sin castigo. Es la lógica de que no hay mal de que por bien no venga.Ese razonamiento me recuerda de un consejo que le escuché un día al director del prestigioso instituto Poynter de periodismo. Es nuestra responsabilidad ética, decía, siempre procurar hacer el menor daño posible. Para algunos, inmersos en el afán de la primicia y el ambiente de “último minuto”, “urgente, urgente” y “extra, extra”,   les puede parecer absurdo: ¿desde cuándo el objetivo de los periodistas es limitar el impacto de nuestras noticias? Más aun en esta era de información al instante, multiplicada por las redes sociales.Precisamente por lo anterior -la proliferación de datos, mensajes, acontecimientos- debemos ser más cuidadosos. Comprender que no todo merece ser publicado.Es irónico que al mismo tiempo que arrasaron las críticas contra Vicky Dávila, varios medios facilitaron inicialmente el enlace al video en sus propias páginas y reprodujeron el diálogo. Fueron, al final, cómplices en la humillación de Ferro y su familia.Los periodistas menospreciamos el poder de nuestras palabras y acciones. En un abrir y cerrar de ojos podemos acabar con las vidas de personas. Por eso, en este mundo donde es posible compartir información a cada segundo, nuestra primera responsabilidad como periodistas es servir de garantes de la verdad y el respeto a la intimidad y no, de botafuegos. De hacer el menor daño posible. En últimas, obrar primero como ciudadanos de bien.En Twitter  Fonzi65