“La semana que acaba de terminar no pudo ser peor para Gustavo Petro” es una frase que agotó todo su sentido en esta administración ya que justo cuando los colombianos piensan que no se pueden acumular más malas noticias en una serie de siete días, la inmediatamente siguiente demuestra inequívocamente que sí.
En tan solo el más reciente rango mínimo de calendario, el Gobierno fue testigo de cómo le incendiaron una sede de la Registraduría, secuestraron a los padres del futbolista más importante del país, publicaron el artículo internacional más duro contra un presidente colombiano en la historia reciente y se perdieron las elecciones locales en las principales ciudades de la nación. Un desastre.
Aunque los hechos parecen ser aislados, inconexos e independientes, la realidad es que todo tiene un hilo conductor y este es el de la deficiente administración que realiza este Gobierno. Los resultados de los comicios locales lo demostraron. Petro y su gente perdieron en las principales ciudades del país.
El mandatario salió derrotado contundentemente en Bogotá, otrora un bastión de la izquierda y en donde puso a su más fiel alfil, Gustavo Bolívar, para que se quedara con el control de la capital; perdió en Medellín, donde Fico logró la misma contundente aceptación que Alejandro Char en Barranquilla, donde barre cada vez que pone a consideración su nombre, y perdió en Cali con Alejandro Eder, quien remontó en la última semana en una campaña que por días pareció imposible.
Los resultados de las elecciones son una notificación contundente del electorado colombiano al presidente de la República. El 67 por ciento del país que vive en las principales ciudades del país dijo no a las reformas y a las maneras de la administración.
Las elecciones del domingo acabaron rápidamente con el discurso soberbio y embriagante de creerse con el respaldo irrestricto e infinito del electorado. Colombia le recordó a Gustavo Petro que el corazón y las mentes de los colombianos se ganan con el día a día y no son un contrato firmado sobre piedra.
Es claro que hoy Gustavo Petro no tiene el respaldo popular ni mucho menos el afecto de las mayorías. Si Colombia fuera un régimen parlamentario, habría que convocar elecciones generales, pero como no lo es, es menester de la administración reconocer que en estas votaciones hay un grito poderoso de cambio que debe ser escuchado con humildad, inteligencia y cintura. Al fin y al cabo le quedan tres años de ejercicio en el que debe reconocer que gobierna para todos.
El derrotado es Petro. Fue el mismo presidente quien convirtió estas elecciones en un referendo sobre su permanencia. El jefe de Estado convocó a marchas, hizo actos públicos y se manifestó en redes sociales para apoyar tácitamente a sus bendecidos. Perdió.
La campaña local terminó siendo una lección democrática. Los ganadores no tuvieron que correr la línea ética, ni hacer alianzas con La Picota, ni recibir dineros en efectivo, ni aliarse con “Las torres gemelas” para ganar. Se trató de un proceso electoral en el que, más bien, fueron sus contendores los que tuvieron que enfrentarse a una serie de andanadas que combinó lo más perverso de las campañas sucias, incluidos videos con inteligencia artificial y artículos fecundados en portales dudosos que fueron levantados en medios tradicionales que están tomando la peligrosa costumbre de publicar y luego preguntar.
Ahora será tarea de los ganadores de las elecciones locales hacer la tarea bien para no regresar a esta horrible noche. Los vencedores reciben hoy un respaldo popular contundente con la esperanza de retomar una senda de oportunidades económicas, inclusión e ilusión. Es preponderante que asuman sus nuevas obligaciones con máxima responsabilidad, generosidad y honestidad, o de lo contrario el péndulo regresará con fuerza a las huestes petristas que, como lo advirtió Gustavo Bolívar en sus declaraciones de derrota, ahora contarán con millones del presupuesto nacional para ejecutar.
El presidente perdió su propio plebiscito, su Petrocito, pero si los ganadores de hoy se convierten en las decepciones de ayer, no pasará mucho tiempo para que el país quiera volver a darles una oportunidad al mandatario y sus banderas. Como dicen en la calle: en la política no hay muertos, solo golpeados listos para resucitar.